sábado, 28 de diciembre de 2013

Fernando Alonso tendrá coche en 2014.


         La irrupción de Fernando Alonso en la Fórmula 1 fue fulgurante. Se convirtió en el bicampeón mundial más joven de la historia, aunque este record fue efímero. Inmediatamente fue batido por Sebastian Vettel, ese alemán con cara de tolili feliz, que no perdería su eterna sonrisa ni aunque le obligaran a pasar un fin de semana romántico con la canciller Merkel.
 
 
Tomada de Twitter: @alo_oficial
 

         Se suponía que Alonso obtendría más coronas mundiales, y que superaría al gran Michael Schumacher. Pero a decir verdad, las únicas coronas que ha visto desde entonces, son las de los entierros de sus allegados, y las Coronitas que se bebe con los amigotes cuando vuelve a su Asturias natal.

Aficionados y periodistas coinciden en la misma teoría: “Si es que Fernando no tiene coche”. Y tienen toda la razón, porque todos sabemos que en McLaren le tenían manía, y que los Ferrari siempre han sido cafeteras con ruedas. Rubén Bustero, conductor del programa deportivo “Con dos pelotas y un balón” anunció anoche en antena, que el bueno de Fernando Alonso  competirá motorizado en 2014: “Radio Capullo está en condiciones de anunciar que el astro asturiano ha adquirido un Seat Ibiza del año 2001, gasolina, color burdeos, matrícula 8689BPF, y doscientos cincuenta mil kilómetros recorridos.
 
 
Tomada de BBC
 

Según nuestras fuentes, su anterior propietario, Teodoro Chumilla, habría incluido este utilitario en la operación de compra de su nuevo coche, un Seat Ibiza, gasolina, color burdeos, modelo 2013. La familia Chumilla había aumentado exponencialmente desde la llegada de los quintillizos, y el anterior vehículo se les había quedado pequeño. Al parecer, el flamante comprador se habría acogido al Plan PIVE, al rePIVE, al TIVE, al NIVE, y al CIVE, y después financiaría el auto en cómodos plazos a ciento cincuenta años.

         El dueño del concesionario evaluó el Ibiza antiguo, y ante el lamentable estado de conservación, llamó directamente a Juan Heredia Amaya, su chatarrero de confianza, el hombre que le hacía siempre los trabajos más sucios. El señor Heredia declinó el ofrecimiento: Él tenía un prestigio, y llevarse aquel amasijo de chapa, era como cantar en el auditorio de un geriátrico después de haber actuado en el Madison Square Garden.

El empresario no tuvo más remedio que cargar el remolque y llevar el viejo Ibiza a Desguaces Latorre. Hasta allí se desplazaba todas las semanas Armando Pollos, manager de Fernando Alonso, en busca de un coche para su representado. Cuando vió el Seat se dio cuenta de que era amor a primera vista:

Se trataba de un Ibiza Pocholo, serie limitada, diseñado por  Pocholo Martínez-Bordiú, conocido aristócrata, showman y jeta profesional. Iba equipado de serie con reposavasos y ceniceros por todas partes, y tenía varios cajetines, debidamente disimulados, para guardar polvo blanco: harina, sal, azúcar, arena fina de playa, etc. El reproductor de CDs sólo leía música chill-out, ideal para que Alonso se relajara en carrera. Los asientos eran totalmente abatibles, pudiéndose transformar el habitáculo del vehículo en una gran cama redonda, por si venían visitas. Pocholo supo plasmar su universo personal, y adaptarlo a las necesidades de una familia española de clase media”.

Aquellos que bramaban porque Fernando no tenía coche, ya no podrán utilizar esa excusa para explicar los sucesivos fracasos profesionales del asturiano desde que abandonó Renault. Cierto es que sin coche es muy duro competir en Fórmula 1, y aunque el bueno de Alonso tiene una forma física envidiable, ir corriendo mientras los demás van en monoplaza acaba por quemar las piernas. El Seat Ibiza no garantiza victorias, y lo lógico es que Fernando siga llegando el último. Pero al menos estará más descansado, y podrá cumplir como un macho español con su actual novia, la granadina Dasha Kapustina .
 
 
Tomada de Twitter: @alo_oficial
 

Cuentan que la ruptura con Raquel del Rosario vino propiciada por la ausencia total y absoluta de contacto físico. El piloto acababa tan fundido las carreras, que no le aguantaba a Raquel ni medio asalto, y se quedaba dormido en el acto. La vocalista de El sueño de Morfeo intentaba despertarlo desafinando como sólo ella sabe. Gracias a Dios, en la fase de sueño profundo uno no se entera de nada, y Fernando seguía en brazos de Morfeo, ajeno a aquel lamentable espectáculo.

En otro orden de cosas, nos alegramos sinceramente por Antonio Lobato, ese hombre que es para Fernando Alonso como Paloma Gómez Borrero para Juan Pablo II. Antonio no es sólo el encargado de sujetarle la minga al asturiano cuando escancia orina, es su periodista de cabecera, su confesor, su arúspice, su community manager, el amigo eunuco que acompaña a su novia durante las largas ausencias del piloto, y el pringado que le ha prestado su coche particular (un Toyota Prius híbrido, el carro de moda entre los taxistas de Madrid) para que disputara algunas carreras.

Nos consta que Antonio Lobato se dejaría emascular si alguien del entorno próximo de Fernando se lo pidiera. Ha sufrido tanto por su colega que se ha quedado totalmente calvo de forma prematura, por culpa del estrés. Colgará el micrófono el día que Alonso se retire de los circuitos, y nadie lo echará de menos, porque su labor podría llevarla a cabo un niño de Primaria.

Aunque siendo honestos, algo tendrá el agua cuando la bendicen. Y es que Lobato es el único periodista que consigue sacarle una sonrisa a Fernando Alonso en una entrevista. El campeonísimo se esfuerza en caer mal, es el típico tío al que se la pela todo. Va a lo suyo, que es no ganar carreras, y lo demás le da igual. Tiene un club de fan (así en singular) cuya presidenta, vicepresidenta, tesorera, y único miembro es Herminia Tura, una chica aún más bajita que Alonso, asturiana como él, nacida en la villa de Arriondas, en el concejo de Parres. Herminia ha consagrado su vida a Fernandu. Es la mayor coleccionista privada del mundo de objetos relacionados con el corredor: puños americanos, luchacos, katanas, subfusiles, navajas albaceteñas. Aunque los cuarenta ya no los cumple, sueña con ser la niña que lleve las arras en alguno de los próximos enlaces matrimoniales del piloto.

Fernando Alonso, ese hombre que nunca se equivoca, sigue fiándolo todo a la diosa fortuna (que como pretexto no está mal, pero ya aburre): “Perdimos porque nos faltó suerte”, “No hicimos podio porque no tuvimos suerte”, “El trabajo del equipo fue bueno, pero la suerte fue esquiva”. En 2014 dispondrá de un bólido, y no uno cualquiera. Será el piloto de un Seat Ibiza Pocholo, gasolina color burdeos. Motor a propulsión. De cero a cien en diez minutos. Spoiler delantero contradinámico, carrocería de hormigón armado, caja de cambios semiautomática, batería de litio con cargador en buen estado, ITV pasada al tercer intento en un taller pirata, volante de cuero repujado, asiento anatómico forense para el conductor, y el resto reclinables, para que Antonio Lobato pueda estirar las piernas en carrera, mientras canta a voz en grito “Love is in the air”.
 
 

Aficionados y periodistas afines querían que Fernando Alonso tuviera coche. Deseo cumplido. Se acabaron las excusas. A partir de ahora, hay que desarrollar el monoplaza como acostumbra el asturiano, y ya si eso, empezar a acabar carreras en la temporada 2020, siempre y cuando nos acompañe un poquito la suerte. VanityFreakNews.

 

sábado, 21 de diciembre de 2013

Un bañista español reconoce que el agua está fría.


        Que levante la mano del teclado quien no haya vivido una escena como ésta: Primer día de vacaciones en una ciudad costera cualquiera del Levante español. Atrás queda un duro año de trabajo, posiblemente el último, dado que el paro se va extendiendo, y tú sabes que más pronto que tarde te acabará alcanzando, a no ser que te llames Luis, te apellides Bárcenas, y trabajes en el Partido Popular. Ésta pasa por ser la mejor empresa del mundo, porque sigue pagando la nómina a alguno de sus empleados aunque teóricamente ya no trabaje allí. Ejemplo: El mencionado Bárcenas.

Siete de la mañana. El puto despertador también suena en vacaciones. ¿En vacaciones? Sí, porque este año la Yoli se ha plantado: “Ya está bien de ir siempre a un apartamento alquilado como si fuéramos pobres. Quiero ir a un resort en Levante con todo incluido, como la Belén Esteban”. Todo sea por la felicidad de tu chica: Alquilas por internet una minihabitación en un macrohotel por un macroprecio. Jurarías que las fotos colgadas en  la web son del Palacio de Buckingham, y que la playa que sale es del Caribe, pero no le das más mayor importancia, porque ya estás muy cansado: “Serán imaginaciones mías”.
 
 
Tomada de www.que.es
 

Al llegar al resort la noche anterior no reparaste en nada especial. Después de conducir diez horas para recorrer un trayecto que en condiciones normales se hace en la mitad de tiempo, estás muerto. Menos mal que en el atasco y su correspondiente caravana, casualmente has coincidido con tus vecinos, familiares y compañeros de trabajo. Vais todos al mismo sitio. Así somos de gregarios los humanos, tanto pobres como ricos. La diferencia es que ricos hay pocos y van a lugares grandes, y no hay recinto en el mundo lo suficientemente amplio como para albergar a tanto pobre.

El único que no estaba en la caravana era el listo de tu cuñado (en todas las familias políticas hay uno), que como siempre, salió después de tí, pero llegará antes. Sólo él conoce esas misteriosas carreteras que no aparecen ni en Google maps ni en la Guía Campsa. Caminos innotos que permiten que las almas y los cuerpos de los ungidos se transmigren hasta el lugar de destino en un tiempo record, y con un consumo de combustible despreciable. Hay tanto gilipollas en el mundo, que por pura ley estadística, al menos uno caerá en tu familia.

Cuando te despiertas al día siguiente, dispuesto a disfrutar de tus vacaciones de pobre venido a más, te das cuenta de varias cosas que te devuelven a la realidad de forma brusca. Primero: Efectivamente, el despertador ha sonado a la misma hora que un día laboral. ¿Motivo? El desayuno se sirve a las ocho, y aunque el restaurante está abierto hasta las once, a los ocho y cuarto no queda ni pan duro. Segundo: La publicidad de la habitación que te alquilaron rezaba: “Casi con vistas al mar”. Cuando te asomas a la ventana dispuesto a impregnarte de brisa marina te topas con un patio interior, y una pintada en la pared de enfrente: “Detrás de este muro está el mar”. Tercero: Una cosa es que el hotel no esté en primera línea de playa, y otra que las distancia sea tan grande que no compartan meridiano.

Ocho menos diez minutos. Familia en perfecto estado de revista, dispuesta a asaltar el buffet del desayuno. Según vas acercándote al comedor se va escuchando cada vez con más claridad un run-run ambiental, parecido a los tambores de guerra. Al llegar a la puerta, dudas por un momento que aquello no sea la línea de salida de la Maratón de New York. Ocho en punto: Se abren las puertas y una horda de vándalos invade el local. Hacen acopio de alimentos para ellos y para varias generaciones venideras. “El Apocalipsis va a llegaaaar”, exclama un abuelo de mirada extraviada, mientras realiza con esmero una torre de suizos y croissant, que sobrepasa el límite de altura que la Ley de Urbanismo fija para construcciones nuevas en el litoral español.
 
 
 

 

Miras tu plato y te das cuenta de que estás haciendo lo mismo que ellos. Has caído en las redes de la secta. Hasta has cogido cinco porciones de tarta de brevas con nata, siendo alérgico a las primeras, y odiando la segunda desde que ibas al parvulario. Miras a tu alrededor y observas que en todas las mesas hay personas dormidas. Preguntas al camarero, quien te explica la causa con displicencia: “Sí hombre, eso es típico en los buffet. Es el Síndrome de la Anaconda. Como si fuera uno de esos reptiles, el cliente hambrón desencaja su mandíbula para poder engullir entera, una presa de tamaño mucho mayor que él mismo. Después dormita durante varias semanas, mientras va haciendo la digestión. Mire aquel de allí, todos los años hace lo mismo. Llega el primer día, se atasca de comida, y se queda en standby hasta tiene que regresar a casa, feliz como una perdiz, sin aguantar a la suegra durante todas las vacaciones.
 
 
Tomada de lavidademerchi.blogspot.com
 

Diez de la mañana: Por fin llegas a la playa. No sabes si es de arena fina, blanca o negra. No puedes saberlo porque entre el paseo marítimo y el agua, hay una interfase sólida compuesta por una multitud de entes informes y semivestidos que pudieran ser humanos. Encuentras un centímetro cuadrado libre para clavar la sombrilla, y cuando lo consigues, te sientes como Armstrong  al llegar a la Luna. Piensas como él, que esto es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad. Y para salto el que vas a tener que dar, si quieres llegar al agua para darte un baño.

Medionublado, temperatura 40 grados. Sensación térmica en la arena: 70 grados. El de al lado te está clavando el codo en los riñones, y tus brazos ya no pueden más soportando el peso de la paisana que se te ha subido a la chepa, por más que jure y perjure que ella hizo la Operación bikini antes de venir. Tu sombrilla comienza a moverse y un grito ahogado de dolor delata que la habías clavado en un veraneante, que estaba dormido con la boca abierta. Empiezas a sentir un escozor creciente en la espalda y piensas: “Cagonlaputa, ya me quemao”.

Miras para arriba intentando ver el cielo: "No, si todavía llueve". Se levanta una brisa gélida que hace que la sensación térmica baje de golpe a 17 grados. Es ahí cuando tu suegra (que ha venido de polizón en la maleta grande) espeta: "Que airecito más agradable. Yoli, ponle la rebeca al niño que se va a enfriar". Y es que toda suegra o en su defecto toda madre, es capaz de defender que algo es blanco y es negro en la misma frase, con total naturalidad.
 
 
Tomada de hipocondriamods.mforos
 

En ese momento aparece él, el macho español. Alto o bajito, hirsuto o lampiño, mazado o escuálido, da igual. Es un prehomínido autóctono de la Península Ibérica y con eso basta. Ajeno al desinterés manifiesto que genera su presencia, se despoja de la camiseta y de los pantalones. Bañador turbo dos tallas por debajo de la necesaria. Brazos en jarras. Tripa metida. Mira con desgana a derecha e izquierda, pensando: "Sé que os gusta lo que veis nenas, pero este material es high quality y está de vacaciones. Llamadme a la vuelta". Naturalmente, ni la perra de la familia de al lado, había reparado en la existencia de nuestro amigo.

Enfoca hacia el horizonte, buscando alguna teta furtiva, preferiblemente extranjera, con la que alegrarse la vista. El agua está vacía, porque el día no invita al baño. Nuestro anónimo protagonista se encamina hacia la orilla. Da dos pasos dentro del agua y se zambulle con decisión. Un grito sobrenatural emerge a la superficie y tras él, lo que queda del otrora macho español. Se recompone, y mira hacia la orilla donde sus familiares lo observan estupefactos. Si pudiéramos adivinar sus pensamientos, no diferirían mucho de estos: "Vaya gilipollas. Si la niña me hubiera hecho caso, se había casado con el hijo de la Paca, la de los ultramarinos y otro gallo nos hubiera cantado", piensa la suegra, con un gesto de desaprobación. "Así de gallito te quería yo ver por las noches, que luego en la cama te quedas en nada", deja traslucir la mirada azul de su mujer. "Como buen calvo con melena, mi papá da mucha pena", parece querer decir Samantha Jessica, el bebé de ocho meses de la pareja.

Es entonces cuando el machus hispanicus pronuncia LA FRASE: "Está buenísima". Son sólo dos palabras, pero encierran toda una filosofía de vida. Esta frase es transcultural y atemporal. La pronuncia igual un head hunter en Manhattan que un recolector de fresas en Lepe. Cuando este desharrapado intelectual grita: "Está buenísima", no está pensando en la sueca ajamonada del minibikini de cuadros, que se tuesta al sol, dos tumbonas más allá. Este pedazo de tarado se está refiriendo a la temperatura del agua. El líquido elemento está tan frío que incluso los pingüinos emigrarían en busca de zonas más cálidas.
 
 

Llega la hora de comer, y ante tanta innominia, le dices a la Yoli que aunque tengáis un todo incluido, hoy coméis fuera. Total, de todos es sabido que en los lugares de vacaciones, las mariscadas están tiradas de precio, y por diez euros, te ponen en el plato una fuente de frutos del mar, que tú los ves, y aquello parece la película Bogavante versus Buey de mar: La batalla final. Eso es en el restaurante donde come el listillo de tu cuñado, que casualidades de la vida, sólo él conoce: “No hombre no. Si me hubieras preguntado yo te habría dicho cuál era el bueno”.

En el tuyo, pides un surtido de marisco y te traen dos percebes calvos, un carabinero sin licencia de armas, un langostino viudo, dos cangrejos mutantes que en vida caminaban hacia adelante, y cinco gambas mutiladas, que tú piensas: “Si yo comprendo que las gambas se peleen entre ellas, pero ¿Por qué me traen siempre las que han perdido?”. Factura: Ciento veinte euros más propina de diez euros. Exclamas: “¡Coño, como en Madrid!”.
 
 
Tomada de cge.pages.tcnj.edu 
 

Pides el libro de reclamaciones, te sinceras y acabas gustándote: “1º El marisco es caro en Madrid, en Oropesa y en Tegucigalpa. 2º Cuando te vas de vacaciones te gastas un huevo y por lo general te dan pollo a precio de solomillo. 3º Una suegra es una suegra y seis media docena. 4º Vendo cuñado en buen estado, precio a convenir. 5º Sí, estoy blanco, y no, no me gusta ponerme moreno. 6º El agua no está buenísima. Está fría de cojones, y por muy macho español que se sea no está el día como para bañarse. 7º Yoli, coge a los niños, que volvemos a casa”. VanityFreakNews.

sábado, 14 de diciembre de 2013

Lady Gaga es adicta a la cirugía desestética.


Cuentan que Lady Gaga vino a este mundo como Stefani Joanne Angelina Germanotta. El luctuoso suceso tuvo lugar en Nueva York, una gélida mañana de Marzo de 1986. Nada hacía presagiar el resultado actual, observando a aquel hermoso bebé. La diva tuvo una infancia feliz en el Upper Side de Manhattan, una de las zonas más pijas de la capital del mundo. Ella se empeña en afirmar que sus padres eran profesionales de clase media, pero ninguna persona humilde vive en esa zona a no ser que sea portero de una finca. Ni que decir tiene que los padres de la artista no eran precisamente conserjes.
 
 
Tomada de www.taringa.net
 

Fue educada en un colegio religioso, femenino y elitista, donde su voz destacaba desde temprana edad. Y es que el talento, se tiene o no se tiene, pero no se aprende. Llegó la adolescencia, y aquel patito guapo se convirtió en un cisne blanco, aún más bello. Su rostro evocaba al de Grace Kelly, y su cuerpo estaba hecho en el mismo molde que el de Kim Basinger.

Cuentan que un agente de artistas se quedó embelesado al ver actuar a la entonces anónima cantante en un pequeño bar. En aquel tugurio murió y fue enterrada para siempre Stefani, y de sus cenizas nació Lady Gaga, el mayor producto musical de lo que llevamos de siglo XXI.

Al parecer, su agente le abrió los ojos: “Esto es América, nena. Mujeres de bandera como tú hay un montón, y voces portentosas como la tuya hay bastantes. Para triunfar hay que ser diferente, y tener un sello personal e intransferible”.

Cuentan que Lady Gaga recurrió a la cirugía desestética para remodelar su figura: Se quitó pecho, se bajó el culo, y se implantó cartucheras. Agrandó su nariz, disminuyó los labios, se acortó los fémures hasta disminuir su talla en veinte centímetros. El resultado de sus visitas al quirófano fue un éxito rotundo, que cumplió sobradamente las expectativas. Como en la metamorfosis de Kafka, Stefani se convirtió en lo que todos conocemos: Un cayo malayo, un craco universal, una tía fea de cojones, un antídoto para la lujuria, un atentado estético, una caraculo integral, un pedo de lobo, en resumen, Lady Gaga.
 
 
 

Pero lo que nadie cuenta es que la artista es una operación de mercadotecnia. Nada es gratuito ni espontáneo en el producto Lady Gaga. Todo obedece a una estrategia de marketing preconcebida, a un guión prefijado. Cuando concede una entrevista y suelta perlas del tipo: “No hago el amor porque tengo miedo de que me roben el talento a través de la vagina”, no es que sea una perfecta gilipollas, que posiblemente lo sea, sino que se está quedando con el personal. Si dijera: “Hago el amor como todo el mundo, casi nunca,  deprisa y corriendo”, la gente se identificaría con ella y diría: “Mira, otra pringada como nosotros”, pero se les caería un mito, porque no sería una confesión glamourosa. Ella sabrá, pero más vale perder algo de talento en pos darle una alegría al cuerpo, que vivir con el talento íntegro pero con una tristeza infinita.

Cuando Lady Gaga aparece en un photocall vestida con un traje hecho con pelo humano, no asistimos a un homenaje encubierto al hirsutismo pancorporal de nuestra Isabel Pantoja. Cuando la diva americana pisa una alfombra roja ataviada como un chuletón de ternera de Ávila, no está mofándose de los vegetarianos. En un caso y en otro, lo único que busca es ser noticia. Sólo pretende “Que hablen de uno, aunque sea mal”, como decía el extraordinario torero y gran vividor Luis Miguel Dominguín.
 
 
 

Así es el showbusiness, o mejor dicho, así nos hacen creer que es. Nadie en su sano juicio da crédito a que Michael Jackson durmiera en una burbuja de oxígeno, ni a que Keith Richards esnifara las cenizas de su difunto padre, o que Richard Gere se introdujera ratoncillos vivos por el recto, como si de una madriguera se tratara. Las leyendas urbanas  son creadas para relanzar las carreras de las estrellas en declive. Cuando vienen mal dadas y el público le da la espalda a un artista en favor de otro más joven, más guapo, y sobre todo más nuevo, aparece el manager de turno inventándose un escándalo que devuelva a su representado al candelero.

Que a los famosos se les va mucho la cabeza, y que se meten mucha mierda en el cuerpo no lo duda nadie. Pero una cosa es ir de ciego en ciego en plan Rihanna, o incluso escupir a las fans desde la ventana de un hotel como el descerebrado de Justin Bieber, y otra creerse que Tom Cruise exige por contrato que durante un rodaje nadie pueda mirarlo a la cara; o que Johnny Depp abandone a sus novias por fax.

En el mundo del espectáculo abundan las mentiras y las verdades a medias. España fue pionera en estas lides, que para eso somos los padres de la picaresca. Todos recordamos a Carmen Sevilla en el Telecupón de Tele 5. El paso de los siglos había transformado a uno de los mitos eróticos del franquismo en una entrañable abuelita.  Pero como la actriz que nunca dejó de ser, siguió interpretando un papel. Sus descuidos, equivocaciones y desvaríos varios estaban guionizados, como si de una de sus antiguas películas se tratara. No era casualidad que saliera en antena con zapatillas de casa, o que llamara por teléfono un tiorro de vozarrón cazallero y la desnortada Carmen le preguntara aquello de: “Y tú bonito, ¿Cuántos añitos tienes?”.
 
 
Tomada de www.blogswow.com 
 

Luego está la excepción que confirma la regla, que es Anne Igartiburu. Lo de esta es un caso distinto. Puede anunciar con la misma sonrisa aneuronal que un terremoto ha producido una masacre en un país africano, o que Sergio Ramos ha cambiado otra vez de novia en lo que va de semana. Anne no finge, simplemente es que es así. Y o la quieres o te aguantas, porque asumes que haga lo que haga nunca va a aprender, y que siempre le van a dar un programa en prime time, aunque no tenga audiencia.

 Se vende cualquier mercancía porque el público está ávido de carnaza y la compra sea cual sea el precio. Nos creemos todo como corderitos. Porque a poco que reflexionemos: ¿De verdad alguien piensa que un pijo como Oscar Lozano pudo ser pareja de una paletaza troglodita como Belén Esteban?, ¿Es lógico que si Carmen Lomana fuera tan rica como dice ser, se dedicara a aparecer en programas absurdos para decir gilipolleces?, ¿Por qué muchas películas mediocres se promocionan vendiendo que la pareja protagonista se lío durante el rodaje?, ¿Por qué en cuanto una estrella casca, aparece un ejército de supuestos hijos secretos?, ¿Por qué muchas famosas se declaran contrarias a la cirugía estética, cuando a la vista está que han quedado fenomenal?

Estas preguntas y otras muchas se podrían responder con el título de la célebre canción de Queen: “Show must go on”. Al precio que sea y caiga quien caiga. Da igual cuantos juguetes rotos se vayan quedando por el camino, devorados por el alcohol y las otras drogas. El rey ha muerto, viva el rey. La trituradora de carne humana nunca deja de funcionar, porque siempre habrá un joven o una joven dispuestos a cualquier cosa con tal de triunfar.
 
 
 

Aparentemente, aquel manager tenía razón puesto que el producto Lady Cagá (como la llama mi setentona vecina Mariloli, que habla inglés peor que el banquero Emilio Botín), se ha convertido en una máquina de fabricar dinero. Pero todos los productos, incluso los que no llevan conservantes, emulgentes, acidulantes o antioxidantes, tienen fecha de caducidad. Cierto es que a Lady Gaga no le importará porque es y será multimillonaria, pero ser artista es otra cosa.

Stefani lo era, cuando actuaba en aquel garito neoyorkino de mala muerte. Lástima que nos dejara artísticamente cuando tenía toda una vida por delante, y una carrera más que prometedora. Pero seamos positivos. Mientras quede un solo Pablo Alborán, habrá esperanza y no estará todo perdido. VanityFreakNews.

sábado, 7 de diciembre de 2013

“Médico de Familia”, elegida mejor serie de ficción de la historia.


Ni CSI, ni Los Soprano, ni Expediente X, ni Perdidos. La española “Médico de Familia” se ha coronado como mejor serie de ficción de la historia en el Chilindron Chicken Festival de Los Ángeles … de San Rafael, en Segovia.

De unos años a este parte, España está tan americanizada, que no es extraño que una serie hispánica hecha según los estándares yanquis, consiga este reconocimiento. Hay quien dice con ironía que somos el estado cincuenta y uno de la Unión, y posiblemente no le falta razón. Por ejemplo, muchos españoles no entienden a Rajoy. Bueno, a don Mariano no lo comprende nadie. Pero no nos referimos a sus decisiones, sino a cuando habla en castellano.
 
 
Tomada de www.cineol.net
 

Algunos teóricos defienden que su voz es así porque es un comedor de sopas compulsivo. Otros afirman con vehemencia que es porque tiene una medusa pontevedresa en la boca. Todos se equivocan. Rajoy se comunica en inglés, en la lengua del imperio, por eso no se le entiende una mierda. Y lo mismo ocurre con Poli Díaz, Dani Güiza, y Paquirrín. No son analfabetos funcionales, sino anglófilos que hablan en inglés americano. Lo de Leticia Sabater es diferente. Ella es de Marte del Norte, y constituye la prueba irrefutable de que los cirujanos plásticos marcianos operan como el culo, y de que en su planeta hay vida, pero no inteligente.

Pese a quien pese, “Médico de Familia” era una serie extranjera. Si observamos con atención, nos damos cuenta que hasta el mismo apellido de la familia protagonista, Martín, era sajón. Martin (con acento en la a), proviene del Condado inglés de Essex, al este de Londres, lugar donde se fabrican los coches de lujo Aston Martin. Los Martin yanquis son descendientes de los puritanos europeos que llegaron a América en el Mayflower.
 
 
Tomada de www.history.com
 

Los Martin (a partir de ahora y para ser rigurosos, acentúese siempre en la a) son una familia típicamente americana, que viven en una casa típicamente americana. En España no existen esos chalets adosados, con una pequeña parcela de césped perfectamente cuidado, delante de la puerta de entrada. Las familias españolas viven hacinadas en casas minúsculas donde los quince niños comparten habitación con la abuela, el perro, y el ordenador.

En una esquina de la mesa de la cocina de los Martin, cabrían las viviendas de tres familias españolas de clase media. Esas cocinas no existen, y los americanos las ponen en las películas por joder. Lo único que quieren es darnos en los morros, y decir: “No estamos gordos por casualidad, nos pasamos la vida comiendo”. Es cierto, todos recordamos a la Juani, burda traducción del inglés Lahuanee, aquella india sioux con acento andaluz (para disimular). Lahuanee era la doméstica de los Martin, aunque estaba en estado salvaje. No hablaba, gritaba. No se movía, se agitaba. Inolvidables aquellas pinzas florales para recogerse el moño, que parecía que llevaba el parque Yellowstone en el cogote. Lahuanee se pasaba el día cocinando para la tribu, porque como en América, los Martin comían no a sus horas, sino cuando se les ponía en el Gran Cañón.
 
 
Tomada de hzrtv.blogspot.com
 

La casa de los Martin parecía EuroDisney, bueno, más bien Disney World Orlando, que por algo en “Médico de Familia”, siempre era verano y nunca llovía. Por allí pasaba todo bicho viviente. Un fijo era Poli (pésima transcripción fonética del original, Paul E.), el eterno noviete de Lahuanee. Paul E. era un cherokee de Atapuerca, que se escapaba de su empresa todos los días varias veces, para visitar a su chica en su centro de trabajo y en horario laboral. ¡Con dos cojones! Esto es lo que en América del Norte se conoce como conciliación familiar, y entre nosotros se llama polvete entre horas, una costumbre españolísima.

Y es que en España ya no se respeta nada, ni siquiera a la cuarta  edad. En “Médico de Familia”, el abuelo Manolo, del inglés Man Olo (homenaje velado al Han Solo de Star Wars) era el gran patriarca, el referente familiar, la voz cualificada. Su opinión siempre era escuchada y tenida en cuenta. Cuando él pronunciaba su grito de guerra: “Pero Cheeechuuu …”, tras una trastada del cabroncete de su nieto, la audiencia entera se ponía en pie, y guardaba silencio. Ya hemos dicho que en esta serie siempre era verano, pero al abuelo Manolo le gustaba ir abrigadito: “Porque lo que quita el frío quita el calor”, y no se despojaba de la chaqueta Teba de color verde ni para la ducha semanal.
 
 
Tomada de delcuplealarevista.blogspot.com
 

Todo esto pasaba porque era una producción americana. Si hubiera sido una española, el abuelo Manolo llevaría la sempiterna chaqueta verde sólo en invierno, viviría recluido en una residencia pública de ancianos, y se fundiría la pensión en putillas y en la máquina tragaperras del bar de al lado.

Por no hablar de los niños, María, Chechu, Anita, y Alberto. Guapos, educados, bien vestidos y peinados, buenas personas y mejores hijos. Americanos de pura cepa, no como en una ficción española, donde los churumbeles hubieran sido una panda de desharrapados disfrazados de Neymar, feos como un tuto, emporretados y malos estudiantes.

El centro de salud donde trabajaba el doctor Martin también era un exponente de cómo se hacen las cosas en los Estados Hundidos de América. Allí el que cortaba el bacalao no era el coordinador médico, sino el celador, un listillo encorbatado (hay que joderse) que respondía al nombre de Marcial. Todo era camaradería en el universo Ballesol. No eran compañeros, eran amigos. Real como la vida misma. Pero para real la protesta formal que emitió el Colegio de Enfermería de España, en referencia al personaje de la Gertru, la enfermera coleguilla del centro de salud, cuya bata minifaldera sin blusa debajo, parecía más propia de una stripper  de despedida de soltero, que de una profesional sanitaria.
 
 
Tomada de www.cineol.net
 

Algunos estudiosos de la televisión, dicen que el gran éxito de la serie no fue gustar a todo el mundo, sino no desagradar a nadie. Nosotros creemos que la verdadera causa radicó en una argucia dramática, que por supuesto, inventaron en su día los yanquis. Es lo que ellos llaman “tensión sexual no resuelta”, porque como son americanos, son más cultos y lo dicen todo más bonito. Los europeos somos más de andar por casa, y lo conocemos como “calentón al ralentí”. La “tensión sexual no resuelta”, como su nombre indica, no puede tener final, porque entonces se pierde la gracia. Es un sí, pero no. Un hoy no, quizá mañana. Un piquito ahora y luego ya veremos. Es un bueno vale, pero sólo la puntita. En España esto no pasa, los personajes follan todos con todos antes de que acabe el primer capítulo, y problema solucionado.

Pobre doctor Martin, viudo antes de comenzar la serie, y sin poder beneficiarse a la hermana de su finada esposa, por culpa de los guionistas americanos. Para colmo, le habían buscado una cuñadita cañón. Alicia, interpretada (es un decir) por la no actriz Lydia Bosch, sufrió una metamorfosis física (la intelectual era un caso perdido) a medida que avanzaba la serie.

Su piel se fue oscureciendo progresivamente por culpa de la sobrexposición solar y de un fototipo VI, más propio de una masai que de una hembra española de pura raza caucásica. Y su talla de sujetador fue aumentando exponencialmente. Mediada la segunda temporada ya había llegado a unos muy americanos 120 centímetros, que hubieran permitido a la Bosch hacer un personaje episódico en “Los vigilantes de la playa”, aquella inolvidable serie donde hasta David Hasselhoff se puso pecho, y las socorristas emergían del agua con el pelo seco perfectamente enlacado, y el maquillaje intacto.

Con ese volumen pectoral acorde a los estándares de Silicon Valley, no podemos decir que el personaje de Alicia estuviera plana, pero en una serie española no habría dado la talla. Esto es España, y aquí empezamos a hablar de teta a partir de 140 centímetros como mínimo. Somos un país rural, y como tal, los machos hispanos estamos acostumbrados a vivir con el ganado desde la más tierna infancia. Por eso nos gusta que las mujeres tengan muchas domingas, por lo menos una ubre y cuatro tetillas, como las vacas. Dos, por grandes que sean, son una miseria.

El doctor Martin, pasó capítulo tras capítulo dándose duchas frías, y metiéndose bolsas llenas de cubitos de hielo en los calzoncillos. Éste sí que padeció en carne propia los efectos de ese invento extranjero llamado calentamiento global, y del viejo aserto latino: “Semen retentibus, venenum est”. Menos mal que ya al final, los guionistas americanos se apiadaron de la criatura y en un ataque de cordura, le permitieron contraer matrimonio con Alicia. Por fin se pudieron abrir las compuertas del pantano, que amenazaba con reventar. La tensión sexual se resolvió por una vez a la española. El primer salto de agua desembalsada dejó preñada a la flamante esposa en el acto, nunca mejor dicho. Nueve meses después nació no un niño sino dos, demostrando que los hombres españoles somos tan machos en la realidad como en la ficción, siempre y cuando el guión sea bueno.
 
 
Tomada de www.verema.com
 
 
Y es que donde esté un marrano correteando por los campos extremeños mientras come bellotas, para engordar esas benditas patas que luego se convertirán en sagrados jamones, que se quite el “In God we trust”. No decimos nosotros que como lema oficial de los EEUU no quede bonito, pero al lado del español no tiene nada que hacer: “El cerdo tiene bonitos hasta los andares”. VanityFreakNews.