Ni CSI, ni Los Soprano, ni Expediente X, ni Perdidos. La
española “Médico de Familia” se ha coronado como mejor serie de ficción de la historia
en el Chilindron Chicken Festival de Los Ángeles … de San Rafael, en Segovia.
De unos años a este parte, España está tan americanizada,
que no es extraño que una serie hispánica hecha según los estándares yanquis,
consiga este reconocimiento. Hay quien dice con ironía que somos el estado
cincuenta y uno de la Unión, y posiblemente no le falta razón. Por ejemplo, muchos
españoles no entienden a Rajoy. Bueno, a don Mariano no lo comprende nadie. Pero
no nos referimos a sus decisiones, sino a cuando habla en castellano.
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Algunos teóricos defienden que su voz es así porque es un
comedor de sopas compulsivo. Otros afirman con vehemencia que es porque tiene
una medusa pontevedresa en la boca. Todos se equivocan. Rajoy se comunica en
inglés, en la lengua del imperio, por eso no se le entiende una mierda. Y lo
mismo ocurre con Poli Díaz, Dani Güiza, y Paquirrín. No son analfabetos
funcionales, sino anglófilos que hablan en inglés americano. Lo de Leticia
Sabater es diferente. Ella es de Marte del Norte, y constituye la prueba
irrefutable de que los cirujanos plásticos marcianos operan como el culo, y de
que en su planeta hay vida, pero no inteligente.
Pese a quien pese, “Médico de Familia” era una serie extranjera.
Si observamos con atención, nos damos cuenta que hasta el mismo apellido de la
familia protagonista, Martín, era sajón. Martin (con acento en la a), proviene
del Condado inglés de Essex, al este de Londres, lugar donde se fabrican los
coches de lujo Aston Martin. Los Martin yanquis son descendientes de los
puritanos europeos que llegaron a América en el Mayflower.
Tomada de www.history.com
Los Martin (a partir de ahora y para ser rigurosos,
acentúese siempre en la a) son una familia típicamente americana, que viven en
una casa típicamente americana. En España no existen esos chalets adosados, con
una pequeña parcela de césped perfectamente cuidado, delante de la puerta de
entrada. Las familias españolas viven hacinadas en casas minúsculas donde los
quince niños comparten habitación con la abuela, el perro, y el ordenador.
En una esquina de la mesa de la cocina de los Martin,
cabrían las viviendas de tres familias españolas de clase media. Esas cocinas
no existen, y los americanos las ponen en las películas por joder. Lo único que
quieren es darnos en los morros, y decir: “No estamos gordos por casualidad,
nos pasamos la vida comiendo”. Es cierto, todos recordamos a la Juani, burda
traducción del inglés Lahuanee, aquella india sioux con acento andaluz (para
disimular). Lahuanee era la doméstica de los Martin, aunque estaba en estado
salvaje. No hablaba, gritaba. No se movía, se agitaba. Inolvidables aquellas
pinzas florales para recogerse el moño, que parecía que llevaba el parque Yellowstone
en el cogote. Lahuanee se pasaba el día cocinando para la tribu, porque como en
América, los Martin comían no a sus horas, sino cuando se les ponía en el Gran
Cañón.
Tomada de hzrtv.blogspot.com
La casa de los Martin parecía EuroDisney, bueno, más bien
Disney World Orlando, que por algo en “Médico de Familia”, siempre era verano y
nunca llovía. Por allí pasaba todo bicho viviente. Un fijo era Poli (pésima
transcripción fonética del original, Paul E.), el eterno noviete de Lahuanee.
Paul E. era un cherokee de Atapuerca, que se escapaba de su empresa todos los
días varias veces, para visitar a su chica en su centro de trabajo y en horario
laboral. ¡Con dos cojones! Esto es lo que en América del Norte se conoce como
conciliación familiar, y entre nosotros se llama polvete entre horas, una
costumbre españolísima.
Y es que en España ya no se respeta nada, ni siquiera a la cuarta
edad. En “Médico de Familia”, el abuelo
Manolo, del inglés Man Olo (homenaje velado al Han Solo de Star Wars) era el
gran patriarca, el referente familiar, la voz cualificada. Su opinión siempre
era escuchada y tenida en cuenta. Cuando él pronunciaba su grito de guerra:
“Pero Cheeechuuu …”, tras una trastada del cabroncete de su nieto, la audiencia
entera se ponía en pie, y guardaba silencio. Ya hemos dicho que en esta serie
siempre era verano, pero al abuelo Manolo le gustaba ir abrigadito: “Porque lo
que quita el frío quita el calor”, y no se despojaba de la chaqueta Teba de
color verde ni para la ducha semanal.
Tomada de delcuplealarevista.blogspot.com
Todo esto pasaba porque era una producción americana. Si
hubiera sido una española, el abuelo Manolo llevaría la sempiterna chaqueta
verde sólo en invierno, viviría recluido en una residencia pública de ancianos,
y se fundiría la pensión en putillas y en la máquina tragaperras del bar de al
lado.
Por no hablar de los niños, María, Chechu, Anita, y Alberto.
Guapos, educados, bien vestidos y peinados, buenas personas y mejores hijos.
Americanos de pura cepa, no como en una ficción española, donde los churumbeles
hubieran sido una panda de desharrapados disfrazados de Neymar, feos como un
tuto, emporretados y malos estudiantes.
El centro de salud donde trabajaba el doctor Martin también
era un exponente de cómo se hacen las cosas en los Estados Hundidos de América.
Allí el que cortaba el bacalao no era el coordinador médico, sino el celador,
un listillo encorbatado (hay que joderse) que respondía al nombre de Marcial. Todo
era camaradería en el universo Ballesol. No eran compañeros, eran amigos. Real
como la vida misma. Pero para real la protesta formal que emitió el Colegio de
Enfermería de España, en referencia al personaje de la Gertru, la enfermera
coleguilla del centro de salud, cuya bata minifaldera sin blusa debajo, parecía
más propia de una stripper de despedida de soltero, que de una
profesional sanitaria.
Tomada de www.cineol.net
Algunos estudiosos de la televisión, dicen que el gran éxito
de la serie no fue gustar a todo el mundo, sino no desagradar a nadie. Nosotros
creemos que la verdadera causa radicó en una argucia dramática, que por
supuesto, inventaron en su día los yanquis. Es lo que ellos llaman “tensión
sexual no resuelta”, porque como son americanos, son más cultos y lo dicen todo
más bonito. Los europeos somos más de andar por casa, y lo conocemos como “calentón
al ralentí”. La “tensión sexual no resuelta”, como su nombre indica, no puede
tener final, porque entonces se pierde la gracia. Es un sí, pero no. Un hoy no,
quizá mañana. Un piquito ahora y luego ya veremos. Es un bueno vale, pero sólo
la puntita. En España esto no pasa, los personajes follan todos con todos antes
de que acabe el primer capítulo, y problema solucionado.
Pobre doctor Martin, viudo antes de comenzar la serie, y sin
poder beneficiarse a la hermana de su finada esposa, por culpa de los
guionistas americanos. Para colmo, le habían buscado una cuñadita cañón.
Alicia, interpretada (es un decir) por la no actriz Lydia Bosch, sufrió una
metamorfosis física (la intelectual era un caso perdido) a medida que avanzaba
la serie.
Su piel se fue oscureciendo progresivamente por culpa de la
sobrexposición solar y de un fototipo VI, más propio de una masai que de una
hembra española de pura raza caucásica. Y su talla de sujetador fue aumentando
exponencialmente. Mediada la segunda temporada ya había llegado a unos muy
americanos 120 centímetros, que hubieran permitido a la Bosch hacer un
personaje episódico en “Los vigilantes de la playa”, aquella inolvidable serie
donde hasta David Hasselhoff se puso pecho, y las socorristas emergían del agua
con el pelo seco perfectamente enlacado, y el maquillaje intacto.
Con ese volumen pectoral acorde a los estándares de Silicon
Valley, no podemos decir que el personaje de Alicia estuviera plana, pero en
una serie española no habría dado la talla. Esto es España, y aquí empezamos a
hablar de teta a partir de 140 centímetros como mínimo. Somos un país rural, y
como tal, los machos hispanos estamos acostumbrados a vivir con el ganado desde
la más tierna infancia. Por eso nos gusta que las mujeres tengan muchas domingas,
por lo menos una ubre y cuatro tetillas, como las vacas. Dos, por grandes que
sean, son una miseria.
El doctor Martin, pasó capítulo tras capítulo dándose duchas
frías, y metiéndose bolsas llenas de cubitos de hielo en los calzoncillos. Éste
sí que padeció en carne propia los efectos de ese invento extranjero llamado
calentamiento global, y del viejo aserto latino: “Semen retentibus, venenum
est”. Menos mal que ya al final, los guionistas americanos se apiadaron de la
criatura y en un ataque de cordura, le permitieron contraer matrimonio con
Alicia. Por fin se pudieron abrir las compuertas del pantano, que amenazaba con
reventar. La tensión sexual se resolvió por una vez a la española. El primer
salto de agua desembalsada dejó preñada a la flamante esposa en el acto, nunca
mejor dicho. Nueve meses después nació no un niño sino dos, demostrando que los
hombres españoles somos tan machos en la realidad como en la ficción, siempre y
cuando el guión sea bueno.
Tomada de www.verema.com
Y es que donde esté un marrano correteando por los campos
extremeños mientras come bellotas, para engordar esas benditas patas que luego
se convertirán en sagrados jamones, que se quite el “In God we trust”. No
decimos nosotros que como lema oficial de los EEUU no quede bonito, pero al
lado del español no tiene nada que hacer: “El cerdo tiene bonitos hasta los
andares”. VanityFreakNews.
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