sábado, 14 de diciembre de 2013

Lady Gaga es adicta a la cirugía desestética.


Cuentan que Lady Gaga vino a este mundo como Stefani Joanne Angelina Germanotta. El luctuoso suceso tuvo lugar en Nueva York, una gélida mañana de Marzo de 1986. Nada hacía presagiar el resultado actual, observando a aquel hermoso bebé. La diva tuvo una infancia feliz en el Upper Side de Manhattan, una de las zonas más pijas de la capital del mundo. Ella se empeña en afirmar que sus padres eran profesionales de clase media, pero ninguna persona humilde vive en esa zona a no ser que sea portero de una finca. Ni que decir tiene que los padres de la artista no eran precisamente conserjes.
 
 
Tomada de www.taringa.net
 

Fue educada en un colegio religioso, femenino y elitista, donde su voz destacaba desde temprana edad. Y es que el talento, se tiene o no se tiene, pero no se aprende. Llegó la adolescencia, y aquel patito guapo se convirtió en un cisne blanco, aún más bello. Su rostro evocaba al de Grace Kelly, y su cuerpo estaba hecho en el mismo molde que el de Kim Basinger.

Cuentan que un agente de artistas se quedó embelesado al ver actuar a la entonces anónima cantante en un pequeño bar. En aquel tugurio murió y fue enterrada para siempre Stefani, y de sus cenizas nació Lady Gaga, el mayor producto musical de lo que llevamos de siglo XXI.

Al parecer, su agente le abrió los ojos: “Esto es América, nena. Mujeres de bandera como tú hay un montón, y voces portentosas como la tuya hay bastantes. Para triunfar hay que ser diferente, y tener un sello personal e intransferible”.

Cuentan que Lady Gaga recurrió a la cirugía desestética para remodelar su figura: Se quitó pecho, se bajó el culo, y se implantó cartucheras. Agrandó su nariz, disminuyó los labios, se acortó los fémures hasta disminuir su talla en veinte centímetros. El resultado de sus visitas al quirófano fue un éxito rotundo, que cumplió sobradamente las expectativas. Como en la metamorfosis de Kafka, Stefani se convirtió en lo que todos conocemos: Un cayo malayo, un craco universal, una tía fea de cojones, un antídoto para la lujuria, un atentado estético, una caraculo integral, un pedo de lobo, en resumen, Lady Gaga.
 
 
 

Pero lo que nadie cuenta es que la artista es una operación de mercadotecnia. Nada es gratuito ni espontáneo en el producto Lady Gaga. Todo obedece a una estrategia de marketing preconcebida, a un guión prefijado. Cuando concede una entrevista y suelta perlas del tipo: “No hago el amor porque tengo miedo de que me roben el talento a través de la vagina”, no es que sea una perfecta gilipollas, que posiblemente lo sea, sino que se está quedando con el personal. Si dijera: “Hago el amor como todo el mundo, casi nunca,  deprisa y corriendo”, la gente se identificaría con ella y diría: “Mira, otra pringada como nosotros”, pero se les caería un mito, porque no sería una confesión glamourosa. Ella sabrá, pero más vale perder algo de talento en pos darle una alegría al cuerpo, que vivir con el talento íntegro pero con una tristeza infinita.

Cuando Lady Gaga aparece en un photocall vestida con un traje hecho con pelo humano, no asistimos a un homenaje encubierto al hirsutismo pancorporal de nuestra Isabel Pantoja. Cuando la diva americana pisa una alfombra roja ataviada como un chuletón de ternera de Ávila, no está mofándose de los vegetarianos. En un caso y en otro, lo único que busca es ser noticia. Sólo pretende “Que hablen de uno, aunque sea mal”, como decía el extraordinario torero y gran vividor Luis Miguel Dominguín.
 
 
 

Así es el showbusiness, o mejor dicho, así nos hacen creer que es. Nadie en su sano juicio da crédito a que Michael Jackson durmiera en una burbuja de oxígeno, ni a que Keith Richards esnifara las cenizas de su difunto padre, o que Richard Gere se introdujera ratoncillos vivos por el recto, como si de una madriguera se tratara. Las leyendas urbanas  son creadas para relanzar las carreras de las estrellas en declive. Cuando vienen mal dadas y el público le da la espalda a un artista en favor de otro más joven, más guapo, y sobre todo más nuevo, aparece el manager de turno inventándose un escándalo que devuelva a su representado al candelero.

Que a los famosos se les va mucho la cabeza, y que se meten mucha mierda en el cuerpo no lo duda nadie. Pero una cosa es ir de ciego en ciego en plan Rihanna, o incluso escupir a las fans desde la ventana de un hotel como el descerebrado de Justin Bieber, y otra creerse que Tom Cruise exige por contrato que durante un rodaje nadie pueda mirarlo a la cara; o que Johnny Depp abandone a sus novias por fax.

En el mundo del espectáculo abundan las mentiras y las verdades a medias. España fue pionera en estas lides, que para eso somos los padres de la picaresca. Todos recordamos a Carmen Sevilla en el Telecupón de Tele 5. El paso de los siglos había transformado a uno de los mitos eróticos del franquismo en una entrañable abuelita.  Pero como la actriz que nunca dejó de ser, siguió interpretando un papel. Sus descuidos, equivocaciones y desvaríos varios estaban guionizados, como si de una de sus antiguas películas se tratara. No era casualidad que saliera en antena con zapatillas de casa, o que llamara por teléfono un tiorro de vozarrón cazallero y la desnortada Carmen le preguntara aquello de: “Y tú bonito, ¿Cuántos añitos tienes?”.
 
 
Tomada de www.blogswow.com 
 

Luego está la excepción que confirma la regla, que es Anne Igartiburu. Lo de esta es un caso distinto. Puede anunciar con la misma sonrisa aneuronal que un terremoto ha producido una masacre en un país africano, o que Sergio Ramos ha cambiado otra vez de novia en lo que va de semana. Anne no finge, simplemente es que es así. Y o la quieres o te aguantas, porque asumes que haga lo que haga nunca va a aprender, y que siempre le van a dar un programa en prime time, aunque no tenga audiencia.

 Se vende cualquier mercancía porque el público está ávido de carnaza y la compra sea cual sea el precio. Nos creemos todo como corderitos. Porque a poco que reflexionemos: ¿De verdad alguien piensa que un pijo como Oscar Lozano pudo ser pareja de una paletaza troglodita como Belén Esteban?, ¿Es lógico que si Carmen Lomana fuera tan rica como dice ser, se dedicara a aparecer en programas absurdos para decir gilipolleces?, ¿Por qué muchas películas mediocres se promocionan vendiendo que la pareja protagonista se lío durante el rodaje?, ¿Por qué en cuanto una estrella casca, aparece un ejército de supuestos hijos secretos?, ¿Por qué muchas famosas se declaran contrarias a la cirugía estética, cuando a la vista está que han quedado fenomenal?

Estas preguntas y otras muchas se podrían responder con el título de la célebre canción de Queen: “Show must go on”. Al precio que sea y caiga quien caiga. Da igual cuantos juguetes rotos se vayan quedando por el camino, devorados por el alcohol y las otras drogas. El rey ha muerto, viva el rey. La trituradora de carne humana nunca deja de funcionar, porque siempre habrá un joven o una joven dispuestos a cualquier cosa con tal de triunfar.
 
 
 

Aparentemente, aquel manager tenía razón puesto que el producto Lady Cagá (como la llama mi setentona vecina Mariloli, que habla inglés peor que el banquero Emilio Botín), se ha convertido en una máquina de fabricar dinero. Pero todos los productos, incluso los que no llevan conservantes, emulgentes, acidulantes o antioxidantes, tienen fecha de caducidad. Cierto es que a Lady Gaga no le importará porque es y será multimillonaria, pero ser artista es otra cosa.

Stefani lo era, cuando actuaba en aquel garito neoyorkino de mala muerte. Lástima que nos dejara artísticamente cuando tenía toda una vida por delante, y una carrera más que prometedora. Pero seamos positivos. Mientras quede un solo Pablo Alborán, habrá esperanza y no estará todo perdido. VanityFreakNews.

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