lunes, 17 de octubre de 2011

Spanish gigoló

Siempre he querido comenzar una crónica de sociedad con la gracia y el talento de ese pequeño gran hombre que es Josemi Rodríguez-Sieiro, eterno candidato al Premio Nobel Doble, aunque año tras año se caiga de la terna final, debido a su sempiterno estrabismo. Va por usted maestro:
Asistí al enlace matrimonial de Doña María del Rosario Cayetana Paloma Alfonsa Victoria Eugenia Fernanda Teresa Francisca de Paula Lourdes Antonia Josefa Fausta Rita Castor Dorotea Santa Esperanza Fitz-James Stuart y de Silva Falcó y Gurtubay, o sea, Cayetana de Alba, con Don Alfonso Díez Carabantes, probo funcionario ministerial. Lo llamativo de este bodorrio no es que para datar a la novia haya que recurrir al carbono 14, ni tampoco que los contrayentes hayan nacido en centurias diferentes. Lo sustancial es el abismo sideral que separa socialmente a la persona con más títulos nobiliarios del mundo (seis veces duquesa, diecinueve veces marquesa, una vez condesa-duquesa, veinte veces condesa, una vez vizcondesa, y dieciséis veces Grande de España), de su flamante marido, una persona de la calle.  Nadie tendría motivos para sospechar, si Cayetana fuera una modistilla jubilada, o si por el contrario Alfonso fuera un príncipe centroeuropeo.
Una arpía de esas que abundan por los mentideros madrileños, me cuenta que no hace mucho, escuchó decir al cinéfilo Alfonso, suponemos que emulando a Escarlata O`Hara: “Juro por la vieja chocha de Alba, que jamás volveré a pasar hambre”. Personalmente, no le doy verosimilitud a ese supuesto desliz dialéctico. Aunque soy tremendamente escèptico respecto a los sentimientos amorosos del novio hacia esa venerable anciana.
En la capilla del Palacio de Dueñas, estaba sentado a mi diestra Jaime Peñafiel, amigo personal, y fiel confidente de la Duquesa, desde la Revolución Industrial. Él se encargará de la hagiografía oficial de Don Alfonso, y nos relatará con delectación como en sus lejanos años de mocedad, el duque de nuevo cuño, decoraba las paredes de su alcoba con fotos de Cayetana en vez de Raquel Welch, y que en el despertar de sus carnes a la vida, la mujer que protagonizaba sus poluciones nocturnas era la cabeza de la Casa de Alba. Defenderá que es una historia de amor verdadero, y que este año sí, el Madrid le va a mojar la oreja al Barça. Cada uno es libre de pensar lo que quiera, pero yo hace años que digo como el Príncipe Don Felipe: “Pues claro que los Reyes existen, pero son los padres”.
No se puede negar que Doña Cayetana tiene su gracia. Ha hecho y ha dicho toda su vida lo que le ha venido en gana, y eso molesta, porque las personas normales no podemos hacerlo.
Primero se casó con Don Pedro Luis Martínez de Irujo, hijo de los duques de Sotomayor, y marqueses de Casa Irujo. Discreto, elegante, y perfecto duque consorte. Durante el tiempo que duró el matrimonio, hasta la prematura desaparición de Don Luis, ella fue madre seis veces, y él, padre cinco o seis, según la fuente que se consulte. Después, Cayetana salió y entró, exprimió la vida y se la bebió hasta la última gota. Amiga de artistas, frecuentadora habitual de saraos, campechana, y sevillana hasta la médula.
Se volvió a casar, y como hizo Marilyn Monroe en su último matrimonio, eligió un intelectual: Don Jesús Aguirre y Ortiz de Zárate, once años menor que ella, y que para más morbo, había sido jesuita. Pregonó a los cuatro vientos que practicaba el conocimiento carnal con su marido a diario. A los españoles nos pareció bien. Dedicó una vistosa peineta desde su coche, a los chicos de la prensa, y toda España se rió. Profirió un sonoro improperio a un paparazzi, y España se rió aún más. Su segundo marido también abandonó el planeta antes de tiempo, y ella volvió a quedarse sóla. Para entonces ya habían llegado los nietos, y los papás de esos nietos se habían divorciado, Carlos, duque de Huéscar, Alfonso, duque de Aliaga, Jacobo, conde de Siruela, Cayetano, conde de Salvatierra, y Eugenia, duquesa de Montoro, todos excepto Fernando, marqués de San Vicente del Barco, que nunca se llegó a casar.
Y ahora, en el ocaso de su vida, reaparece Alfonso (hoy ya Don Alfonso), él único funcionario que no se acordó de los ancestros del Presidente Zapatero, cuando en 2010, el Gobierno de España decretó la rebaja en los emolumentos de los trabajadores del sector público. Lógico, para entonces Alfonso vislumbraba en el horizonte su boda, y por tanto, el plan de pensiones más impresionante que uno pueda imaginar.
            Me cae muy bien la Duquesa. Ante la oposición manifiesta de sus hijos, inicialmente a la relación, y posteriormente a la boda; ella, que siempre ha sido muy taurina, ha cogido el toro por los cuernos. Ha repartido entre ellos parte de sus innumerables bienes, comprando su aprobación al enlace, como Florentino Pérez hace equipos de fútbol, a golpe de talonario.
            Cuando estas líneas vean la luz, los duques de Alba, estarán tostándose vuelta y vuelta, al sol tailandés. Para el recuerdo, quedarán:
1º El bailecito postboda de la novia, imitando a Remedios Amaya, a las puertas de su fantástico palacio sevillano.
2º La ausencia al enlace (por enfermedad) de su queridísima hija Eugenia.
3º Y la ausencia de su hijo Jacobo (el que lleva el pelo como un vidente-curandero de televisión local), por las “cariñosas” palabras que le dedicó hace unas fechas la Duquesa a su actual mujer, la glamourosa Inka Martí.
            Yo, particularmente, eché en falta a Pirucha García de la Golgotilla, marquesa viuda de Brokencondom, madre de quince hijos (había que hacer honor al título nobiliario de su marido), y amiga de Cayetana desde la época en que la Duquesa residió en el Reino Unido. La provecta Pirucha se echó a atrás y excusó su asistencia, cuando se enteró que estaban invitados los hermanos Rivera, Fran y Cayetano, Cayetano y Fran, tanto montan, montan a tantas. Estos maestros de la Tauromaquia, y en especial del rejoneo pélvico, no se paran en barras y su espectro etario femenino es como los juegos Educa, de 9 a 99 años, por lo que Pirucha estaba en serio peligro. Me sobró Genoveva Casanova, exmujer de Cayetano, fémina de corta estatura e incontestable belleza que lleva escrita la palabra ambición en la frente. Hablé con María Eugenia Fernández de Castro, la primera mujer de Jacobo, dulce, educada y cariñosa como siempre, y como siempre, mal peinada y prognática al modo de un rey de los Austrias. Me conformé con saludar en la distancia (ha engordado tanto que es imposible acercarse a ella) a Matilde Solís, la ex del primogénito de la Duquesa. Del resto guardaré un ominoso silencio, excepción hecha de Carmen Tello, esa criatura que parece sacada de las carreras de Ascot, no por sus estrambóticos sombreros, sino por su fenotipo caballar.
            La novia no iba blanca (hubiera tenido bemoles), pero sí radiante, y muy guapa, dentro de las posibilidades. Vestida por sus amigos José Víctor y José Luis, esa entrañable y talentosa pareja sentimental y profesional, más conocida como Victorio & Lucchino, irradiaba felicidad. Caminaba apuntalada por su marido-enfermero, un hombre que de la noche a la mañana ha pasado de tener un aspecto de lo más vulgar, a poseer la prestancia necesaria para el puesto que ahora ocupa.
            En contra de lo que el propio Don Alfonso piensa, la Duquesa es eterna y volverá a enviudar en unos años. Se comenta que ella le ha echado el ojo a Justin Bieber, y creo que hace bien, porque un yogurín es el único que le puede dar una mínima garantía de duración. Que sea usted muy feliz, Cayetana. Se lo merece. Es una Grande de España, pero sobre todo de la vida.
Addendum:
Espero que no seas muy crítico con un principiante como yo, querido Josemi. Por cierto, te he visto esta tarde en el programa de la Campos, ese que no versa sobre Egiptología, aunque sólo salgan momias. Estabas sospechosamente locuaz, tanto que juraría que te habías perfumado con el mismo producto que Fernando Arrabal en aquel celebérrimo programa de Fernando Sánchez Dragó. ¿Te acuerdas? “El milenarismo va a llegaaaar”. En fin, que no sabía como titular esta crónica: “Paseando a Miss Cayetana”, “Anticrónica de una boda anunciada”, “El funcionario, su mujer y otras cosas de meter”. Al final, me he decidido por “Spanish gigoló”, porque hasta en los braguetazos hay que ser patriota.