domingo, 8 de mayo de 2011

La Ubregong

Cuando te dicen varias veces y distintas personas, que no eres muy normal, debes pensar que ha llegado el momento de hacer autocrítica. Por ejemplo, toda pareja tiene una canción especial, “su” canción. La nuestra es “Mola mazo”, de Camilo Sesto. Sí, sí, ya lo sé. A mí también me da vergüenza, pero es lo que tiene haber estudiado en un colegio concertado. Grande Camilo, primero como artista, y después como su avatar famofriki. Desde hacía tiempo, nuestro ídolo estaba desaparecido. En los mentideros de la profesión, circulaba el rumor de que había viajado a Brasil para someterse a unos arreglillos de chapa y pintura. Todo famoso que se precie de serlo, tiene que peregrinar hasta allí, al menos una vez en la vida, para ponerse en manos de Ivo Pitanguy, el cirujano milagrero más prestigioso del planeta. Viendo el estado físico de Camilo, pensé que su ITV duraría varias semanas o incluso meses, así que ordené a mi gente que se desplazara hasta el país carioca en busca del astro de la canción o de alguno de sus menudillos extirpados.
            Van Pirsin fue el elegido. Llevaba quince días sin consumir. La última estancia en su segunda casa, el centro de rehabilitación “A jaco regalado mira antes si está cortado”, había sido fructífera. Le ordené que fuera a Halcón Viajes, mal nombre para un drogadicto, lo reconozco. Compró a plazos un pasaje en clase business. Van&Ty Freak vivía sus días de vino y rosas, y nos lo podíamos permitir. No había abandonado España y ya estaba echando de menos lo más importante: la comida. En Brasil, hay mulatas, aunque hay que andarse con ojo, porque muchas tienen tres piernas. Pero hasta allí no llegan los productos del Tío Pijas y la Mari Guarri: esas rosquillas en salmuera, esas palmeras con mosca autóctona, y sobre todo, las ensaimadas con cabello de Ángel, de Ángel García Crespo, panadero de profesión y heavy por devoción. A la mañana siguiente, mi gañán predilecto subía a la aeronave. Se acomodó en su asiento VIP, y miró alrededor. Un investigador nunca descansa. “En este río hay poco que pescar”, pensó.
            Primera fila, asiento de ventana. Un veterano periodista, autoproclamado experto en realeza, degustaba su cuarto gin tonic postdesayuno. Suaves maneras y aspecto atildado: Corbata de Ferragamo con nudo doble Windsor (de esos que en las fotos, tapan la cara del portador), chaqueta Teba verde cazador hecha a medida, con los puños remangados para dejar ver unos enormes gemelos Mont Blanc. Pantalón beige Burberry de pinzas, con la raya planchada a fuego. Zapatos marrones de Sebago, tan impolutos, que se podría comer sopa en ellos. Y la camisa, de Pertegaz en microcuadro Vichy. O es que pensábais que llevaba la corbata directamente sobre el torso, cual stripper de garito cutre de despedida de soltera. Respecto al cabello, pocos pelos y mal avenidos, como los votantes de ultraderecha en España. El trabajo capilar para disimular la ausencia de materia prima, era digno de las mejores obras de ingeniería civil. Entre sorbo y sorbo al bebercio, repetía un mantra con su característica voz gangosa: “Una reina no puede tener pasado, ella no puede reinar”. Y ahí sigue, muchos años después, erre que erre. Al menos, ahora la susodicha es Princesa de Asturias, pero en aquel entonces era una estudiante de EGB. ¿Será el provecto  presentador, nuestro Nostradamus nacional?.
            Detrás de Van, se sentó un joven de elevada estatura, con aspecto de jurel hervido. En cuanto al atuendo acabamos pronto. Traje de Cortefiel azul marino, de patrón clásico. Camisa azul clara y corbata roja, ambas de Emidio Tucci. Mocasines Castellanos color negro. Barba frondosa, siguiendo el estilismo de las féminas de la familia Pantoja. Pelo corto peinado a un lado, y gafas de dimensiones siderales. Todo muy monocorde, como su personalidad. Se iniciaba en la política nacional, desde su Galicia natal, y aún no era el heroico caudillo que todos conocemos, un titán capaz de fajarse siempre en los temas más delicados. Pero ya apuntaba maneras. Acababa de regresar del tradicional veraneo en Sanxenxo. Y aquel no había sido un Agosto como los demás. Para él, significó lo mismo que Smallville para Supermán. La leyenda comenzó a forjarse en las aguas de la Playa de Silgar. Cuentan los cronistas del lugar, que la futura referencia de la derecha española, se atrevió a meterse hasta la cintura durante dos interminables minutos. El protohéroe portaba tan sólo manguitos. Había dejado el churro y el flotador en la barca de salvamento marítimo, en una muestra de arrojo sin igual. A mi me parece exagerado, pero sí fuera cierto explicaría el origen de ese carácter aguerrido y temperamental, que le ha llevado a convertirse en el killer político por antonomasia, en una indómita fuerza de la naturaleza.
            Pero la normalidad desapareció cuando ella entró en escena. Una voz aflautada y autointerrumpida por constantes risotadas avanzó por el pasillo. El cuerpo venía precedido por una catarata mamaria de plexiglas, que a duras penas se contenía dentro de una blusa tres tallas más pequeñas de lo necesario. Minifalda o más bien maxibraga, de tablas, estilo colegiala, y botas por encima de la rodilla. Maquillaje ataquenuclearproof, y cabello largo suelto con flequillo. Según se acercaba, Vin empezó a ponerse malísimo. Una parte de su cuerpo, impar y media, que llevaba más tiempo criogenizada que Walt Disney, empezó a derretirse. Por un momento se solidarizó con el movimiento ecologista. Ahora entendía qué demonios era aquello del calentamiento global. Era una situación crítica, su muñeco estaba al borde de la embolia, y la parte delantera del avión viraba hacia arriba, como si estuviera despegando, pero a treinta mil pies de altura. Descansó mentalmente un instante. Él era un guerrero, un samurai de la meseta castellana. Recordó todo lo aprendido en los cursos de técnicas de combate por correspondencia, y empezó a imaginar a Maria Antonia Iglesias en desaville. Se obró el milagro instantáneamente. Mejor que el bromuro, más barato y sin efectos secundarios. Volvía a dominar la situación. Ella se sentó junto a nuestro hombre. “Efectivamente, Dios existe y es de mi barrio”, pensó Vin. Llevaba media vida intentando trufarse a una famosa, y no iba a fallar. “Hola”, le dijo con voz pretendidamente interesante. Fue la primera y única palabra que pudo dirigirle. Aquello no era una mujer, era una fábrica de hilvanar fonemas. Muchas de las frases no tenían verbo, sujeto y predicado, pero ella seguía y seguía, encadenando las anécdotas más dispares. La libido de Vin fue descendiendo hasta niveles comparables a las expectativas de voto de Izquierda Undida, en cualquier convocatoria electoral. Volvió a pensar en María Antonia Iglesias, y sin embargo ahora, la imagen le transmitía paz.
            Qué decepción. No todos los días uno conoce a su amor platónico. Vin había seguido su trayectoria desde el principio. Niña pija que se licencia en Biológicas, y decide dedicarse al mundo del espectáculo. Conocida con el sobrenombre de “La Fantástica”, no por su talento, sino por las películas mentales que se ha ido montando. Aunque montar, lo que se dice montar, también lo hizo en películas reales. Por exigencias del guión, naturalmente. Siempre me he preguntado por qué son tan “exigentes” los guionistas del cine español, y tan poco los americanos, donde normalmente se insinúa lo que aquí, se enseña. Papeles estelares en películas grandiosas, como “Bolero”, “Sinatra” o “Tres mujeres”, jalonaron sus inicios artísticos. Luego vino “El Equipo A”, serie de gran éxito mundial, donde participó en la friolera de … 1 capítulo. Que nadie se moleste en buscarlo en youtube, emule, torrent, etc. La Organización Mundial de la Salud lo tiene secuestrado, y no será desclasificado hasta dentro de tres generaciones. Vendió la historia de que se marchaba a EEUU para estudiar interpretación en el mítico Actors Studio. El funcionario que le proporcionó la tarjeta de residencia, la popularmente conocida como green card, acabó sus días en Guantánamo. Ella debió ir poco a clase, más bien nada. A lo mejor es que estaba ocupada preparándole aquellas famosas paellas (intuimos que de conejo) al maestro Spielberg. Hecho curioso, puesto que en Madrid no la imaginamos ni sirviendo una pizza precocinada. Si en el pasado, Sara Montiel le había hecho huevos fritos a Gary Cooper, no iba a ser ella menos. La etapa americana de nuestra estrella, duró tanto como aquella gira mundial de Fidel Castro para visitar países amigos. Salió de La Habana un lunes por la mañana, y regresó a palacio ese mismo día a media tarde.
            Tras la deportación a nuestro país, se volcó en el medio televisivo, fundamentalmente galas musicales de cuidada factura y concursos de corte intelectual. El cine español del momento todavía no había dado el salto de calidad que todos conocemos. No había proyectos a la altura de una actriz de presencia incontestable, dotada para la introspección metodológica y la emoción contenida, poseedora de una dicción sublime, matizada por una pléyade de miradas y silencios. En 2011 sigue sin haber esos proyectos. Por eso tuvo que ser ella misma la que se pusiera al mando del convoy. Ideó y guionizó una serie para televisión. Se trataba de un remake de “Sonrisas y lágrimas”, pero con institutriz buenorra que se saca un sobresueldo bailando en un local de showgirls. Incomprensiblemente, fue un pelotazo. La audiencia, jueza y soberana, siguió masivamente las andanzas de esa familia alejada de los cánones clásicos. Nuestra amiga, murió de éxito y decidió finalizar la serie para embarcarse en una empresa mayor. Esta vez, se trataba de fusilar “Sexo en Nueva York”. El resultado fue tan fuerte que tendría que haberse llamado Piquito en Burgos. El público sentenció: serie suspendida tras tres capítulos, y barbie geriátrica al INEM.
            Poco o nada desde entonces, sobre todo porque ella ha entrado en una edad difícil. El mundo del espectáculo es muy machista. A partir de los 50, un hombre está cada vez más interesante, y una mujer … es sustituida por otra de 25. No necesita trabajar para comer, que es lo que tiene ser rico por casa. Su presencia ha quedado relegada a la prensa del corazón, ambiente en el que ha desarrollado una carrera paralela, alimentada por su animada vida sentimental. La lista de los reyes godos es una chiquillada, comparada con la serie interminable de conquistas de esta madrileña universal. Extensa y heterogénea: cantante-actor-presentador, baloncestista NBA, príncipe Grimaldi, futbolista del Madrid, empresario, otro empresario, socio del primer empresario, empresario sin empresa, otro actor, etc, etc. Hubo un momento en que había que echar instancia para ser su pareja. Pero el plato fuerte fue el penúltimo. Llegó de la gélida Europa del este, y con él se acabó el frío. Elevado de la noche a la mañana, a la categoría de icono sexual para las y los españoles, convirtió a su chica en la mujer más envidiada. El mocetón fue creciendo a la sombra de su protegida, y al alcanzar la mayoría de edad “profesional”, decidió volar libre. La ruptura fue sonada, y ella paseó su desamor por televisiones y revistas mil, como es tradicional. Porque España es un país de tradiciones, mal que les pese a algunos. Y en este contexto, uno de los acontecimientos veraniegos por excelencia, siempre ha sido el posado en bikini de nuestra estrella sin cielo. Este hecho se ha venido repitiendo en aguas mallorquinas, todos los años desde 1780, con el paréntesis de la Guerra de Independencia contra los franceses.
            Vin estaba absorto rememorando las mil caras de esta poliédrica artista, cuando un sonido brusco y seco, sembró el pánico entre los presentes. La lenguaraz cómica dejó de hablar. Miró hacia abajo, y por primera vez en mucho tiempo se vió los pies. Sus implantes de silicona habían saltado por los aires. Aquella frase que la había acompañado durante toda la adolescencia: “Castilla es ancha y plana como el pecho de Ana” volvió a cobrar sentido. El político permaneció impasible, y continuó hojeando con delectación, su ejemplar de la revista “Perro y caballo”. Vin se limpiaba como podía la silicona y aprovechó para sellar con el sobrante, una juntura de su asiento, que estaba suelta. Una señora extranjera, sentada detrás del longevo periodista, empezó a gritar presa del terror “What happens? Oh, my Godness. This is a terrorist attack. Éste, conocedor de la lengua de Beckham al nivel del propio Beckham, se puso al frente de la situación. “Be careful and be quiet, madam. Todo is controlled. The teta exploded. The ubre gong”. Y así, sin saberlo, se apuntó un nuevo tanto profesional. Aquel día acuñó el sobrenombre por el que se conoce desde entonces a la bióloga más famosa de España: La Ubregong.