sábado, 21 de diciembre de 2013

Un bañista español reconoce que el agua está fría.


        Que levante la mano del teclado quien no haya vivido una escena como ésta: Primer día de vacaciones en una ciudad costera cualquiera del Levante español. Atrás queda un duro año de trabajo, posiblemente el último, dado que el paro se va extendiendo, y tú sabes que más pronto que tarde te acabará alcanzando, a no ser que te llames Luis, te apellides Bárcenas, y trabajes en el Partido Popular. Ésta pasa por ser la mejor empresa del mundo, porque sigue pagando la nómina a alguno de sus empleados aunque teóricamente ya no trabaje allí. Ejemplo: El mencionado Bárcenas.

Siete de la mañana. El puto despertador también suena en vacaciones. ¿En vacaciones? Sí, porque este año la Yoli se ha plantado: “Ya está bien de ir siempre a un apartamento alquilado como si fuéramos pobres. Quiero ir a un resort en Levante con todo incluido, como la Belén Esteban”. Todo sea por la felicidad de tu chica: Alquilas por internet una minihabitación en un macrohotel por un macroprecio. Jurarías que las fotos colgadas en  la web son del Palacio de Buckingham, y que la playa que sale es del Caribe, pero no le das más mayor importancia, porque ya estás muy cansado: “Serán imaginaciones mías”.
 
 
Tomada de www.que.es
 

Al llegar al resort la noche anterior no reparaste en nada especial. Después de conducir diez horas para recorrer un trayecto que en condiciones normales se hace en la mitad de tiempo, estás muerto. Menos mal que en el atasco y su correspondiente caravana, casualmente has coincidido con tus vecinos, familiares y compañeros de trabajo. Vais todos al mismo sitio. Así somos de gregarios los humanos, tanto pobres como ricos. La diferencia es que ricos hay pocos y van a lugares grandes, y no hay recinto en el mundo lo suficientemente amplio como para albergar a tanto pobre.

El único que no estaba en la caravana era el listo de tu cuñado (en todas las familias políticas hay uno), que como siempre, salió después de tí, pero llegará antes. Sólo él conoce esas misteriosas carreteras que no aparecen ni en Google maps ni en la Guía Campsa. Caminos innotos que permiten que las almas y los cuerpos de los ungidos se transmigren hasta el lugar de destino en un tiempo record, y con un consumo de combustible despreciable. Hay tanto gilipollas en el mundo, que por pura ley estadística, al menos uno caerá en tu familia.

Cuando te despiertas al día siguiente, dispuesto a disfrutar de tus vacaciones de pobre venido a más, te das cuenta de varias cosas que te devuelven a la realidad de forma brusca. Primero: Efectivamente, el despertador ha sonado a la misma hora que un día laboral. ¿Motivo? El desayuno se sirve a las ocho, y aunque el restaurante está abierto hasta las once, a los ocho y cuarto no queda ni pan duro. Segundo: La publicidad de la habitación que te alquilaron rezaba: “Casi con vistas al mar”. Cuando te asomas a la ventana dispuesto a impregnarte de brisa marina te topas con un patio interior, y una pintada en la pared de enfrente: “Detrás de este muro está el mar”. Tercero: Una cosa es que el hotel no esté en primera línea de playa, y otra que las distancia sea tan grande que no compartan meridiano.

Ocho menos diez minutos. Familia en perfecto estado de revista, dispuesta a asaltar el buffet del desayuno. Según vas acercándote al comedor se va escuchando cada vez con más claridad un run-run ambiental, parecido a los tambores de guerra. Al llegar a la puerta, dudas por un momento que aquello no sea la línea de salida de la Maratón de New York. Ocho en punto: Se abren las puertas y una horda de vándalos invade el local. Hacen acopio de alimentos para ellos y para varias generaciones venideras. “El Apocalipsis va a llegaaaar”, exclama un abuelo de mirada extraviada, mientras realiza con esmero una torre de suizos y croissant, que sobrepasa el límite de altura que la Ley de Urbanismo fija para construcciones nuevas en el litoral español.
 
 
 

 

Miras tu plato y te das cuenta de que estás haciendo lo mismo que ellos. Has caído en las redes de la secta. Hasta has cogido cinco porciones de tarta de brevas con nata, siendo alérgico a las primeras, y odiando la segunda desde que ibas al parvulario. Miras a tu alrededor y observas que en todas las mesas hay personas dormidas. Preguntas al camarero, quien te explica la causa con displicencia: “Sí hombre, eso es típico en los buffet. Es el Síndrome de la Anaconda. Como si fuera uno de esos reptiles, el cliente hambrón desencaja su mandíbula para poder engullir entera, una presa de tamaño mucho mayor que él mismo. Después dormita durante varias semanas, mientras va haciendo la digestión. Mire aquel de allí, todos los años hace lo mismo. Llega el primer día, se atasca de comida, y se queda en standby hasta tiene que regresar a casa, feliz como una perdiz, sin aguantar a la suegra durante todas las vacaciones.
 
 
Tomada de lavidademerchi.blogspot.com
 

Diez de la mañana: Por fin llegas a la playa. No sabes si es de arena fina, blanca o negra. No puedes saberlo porque entre el paseo marítimo y el agua, hay una interfase sólida compuesta por una multitud de entes informes y semivestidos que pudieran ser humanos. Encuentras un centímetro cuadrado libre para clavar la sombrilla, y cuando lo consigues, te sientes como Armstrong  al llegar a la Luna. Piensas como él, que esto es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad. Y para salto el que vas a tener que dar, si quieres llegar al agua para darte un baño.

Medionublado, temperatura 40 grados. Sensación térmica en la arena: 70 grados. El de al lado te está clavando el codo en los riñones, y tus brazos ya no pueden más soportando el peso de la paisana que se te ha subido a la chepa, por más que jure y perjure que ella hizo la Operación bikini antes de venir. Tu sombrilla comienza a moverse y un grito ahogado de dolor delata que la habías clavado en un veraneante, que estaba dormido con la boca abierta. Empiezas a sentir un escozor creciente en la espalda y piensas: “Cagonlaputa, ya me quemao”.

Miras para arriba intentando ver el cielo: "No, si todavía llueve". Se levanta una brisa gélida que hace que la sensación térmica baje de golpe a 17 grados. Es ahí cuando tu suegra (que ha venido de polizón en la maleta grande) espeta: "Que airecito más agradable. Yoli, ponle la rebeca al niño que se va a enfriar". Y es que toda suegra o en su defecto toda madre, es capaz de defender que algo es blanco y es negro en la misma frase, con total naturalidad.
 
 
Tomada de hipocondriamods.mforos
 

En ese momento aparece él, el macho español. Alto o bajito, hirsuto o lampiño, mazado o escuálido, da igual. Es un prehomínido autóctono de la Península Ibérica y con eso basta. Ajeno al desinterés manifiesto que genera su presencia, se despoja de la camiseta y de los pantalones. Bañador turbo dos tallas por debajo de la necesaria. Brazos en jarras. Tripa metida. Mira con desgana a derecha e izquierda, pensando: "Sé que os gusta lo que veis nenas, pero este material es high quality y está de vacaciones. Llamadme a la vuelta". Naturalmente, ni la perra de la familia de al lado, había reparado en la existencia de nuestro amigo.

Enfoca hacia el horizonte, buscando alguna teta furtiva, preferiblemente extranjera, con la que alegrarse la vista. El agua está vacía, porque el día no invita al baño. Nuestro anónimo protagonista se encamina hacia la orilla. Da dos pasos dentro del agua y se zambulle con decisión. Un grito sobrenatural emerge a la superficie y tras él, lo que queda del otrora macho español. Se recompone, y mira hacia la orilla donde sus familiares lo observan estupefactos. Si pudiéramos adivinar sus pensamientos, no diferirían mucho de estos: "Vaya gilipollas. Si la niña me hubiera hecho caso, se había casado con el hijo de la Paca, la de los ultramarinos y otro gallo nos hubiera cantado", piensa la suegra, con un gesto de desaprobación. "Así de gallito te quería yo ver por las noches, que luego en la cama te quedas en nada", deja traslucir la mirada azul de su mujer. "Como buen calvo con melena, mi papá da mucha pena", parece querer decir Samantha Jessica, el bebé de ocho meses de la pareja.

Es entonces cuando el machus hispanicus pronuncia LA FRASE: "Está buenísima". Son sólo dos palabras, pero encierran toda una filosofía de vida. Esta frase es transcultural y atemporal. La pronuncia igual un head hunter en Manhattan que un recolector de fresas en Lepe. Cuando este desharrapado intelectual grita: "Está buenísima", no está pensando en la sueca ajamonada del minibikini de cuadros, que se tuesta al sol, dos tumbonas más allá. Este pedazo de tarado se está refiriendo a la temperatura del agua. El líquido elemento está tan frío que incluso los pingüinos emigrarían en busca de zonas más cálidas.
 
 

Llega la hora de comer, y ante tanta innominia, le dices a la Yoli que aunque tengáis un todo incluido, hoy coméis fuera. Total, de todos es sabido que en los lugares de vacaciones, las mariscadas están tiradas de precio, y por diez euros, te ponen en el plato una fuente de frutos del mar, que tú los ves, y aquello parece la película Bogavante versus Buey de mar: La batalla final. Eso es en el restaurante donde come el listillo de tu cuñado, que casualidades de la vida, sólo él conoce: “No hombre no. Si me hubieras preguntado yo te habría dicho cuál era el bueno”.

En el tuyo, pides un surtido de marisco y te traen dos percebes calvos, un carabinero sin licencia de armas, un langostino viudo, dos cangrejos mutantes que en vida caminaban hacia adelante, y cinco gambas mutiladas, que tú piensas: “Si yo comprendo que las gambas se peleen entre ellas, pero ¿Por qué me traen siempre las que han perdido?”. Factura: Ciento veinte euros más propina de diez euros. Exclamas: “¡Coño, como en Madrid!”.
 
 
Tomada de cge.pages.tcnj.edu 
 

Pides el libro de reclamaciones, te sinceras y acabas gustándote: “1º El marisco es caro en Madrid, en Oropesa y en Tegucigalpa. 2º Cuando te vas de vacaciones te gastas un huevo y por lo general te dan pollo a precio de solomillo. 3º Una suegra es una suegra y seis media docena. 4º Vendo cuñado en buen estado, precio a convenir. 5º Sí, estoy blanco, y no, no me gusta ponerme moreno. 6º El agua no está buenísima. Está fría de cojones, y por muy macho español que se sea no está el día como para bañarse. 7º Yoli, coge a los niños, que volvemos a casa”. VanityFreakNews.

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