domingo, 2 de diciembre de 2012

La única señora que cocina sin Thermomix donará su cuerpo a la ciencia.

        
          El lector fiel (y lo decimos en singular porque sólo hay uno), recordará aquel post de la M30 y las señoras de mediana edad que salen por las tardes a caminar con una amiga. Este binomio es un ejemplar autóctono de la Península Ibérica, y merece un spin-off en toda regla. Allá vamos:

         Una señora de mediana edad es aquella que oscila entre los cincuenta y los setenta tacos de almanaque. Se casó muy joven. Llevó la casa ella solita, crió cinco hijos como cinco botijos, y cuidó a su suegra hasta que la aparcó en una residencia subvencionada. Además trabajó como una mula fuera de casa, para ayudar a sostener la economía familiar. No suele tener estudios superiores, porque en su época casi ninguna mujer podía estudiar. Los niños, ya en la treintena, se empeñan en que “la mama” no padezca el síndrome del nido vacío, y no desalojan la madriguera ni con la intervención de los GEO.

Para unos, el domicilio paterno es una “Casa-dormitorio”, es decir, sólo paran allí para cenar y dormir, y se pasan el día trabajando por  mil (ahora seiscientos) eurillos. Para otros es un “Casa de citas”, donde fornicar como conejos  con el chorbo/chorba, en cuanto los padres se van al pueblo. También están los de la “Casa El Almendro”, grupo en ascenso formado por recién separados/divorciados. Vuelven a casa por Navidad, pero llega Semana Santa y allí siguen, porque no tienen donde, ni con quien caerse muertos. Y por último, la “Casa de ocio”. Es el colectivo más numeroso, el de los que acabaron de estudiar la carrera, el experto, el master, la segunda carrera, y los cursos del paro. Continúan sin encontrar trabajo porque no lo hay, y mientras tanto se matan a pajas y matan el tiempo entre la Wii y el canal Teledeporte.

         Por si fuera poco, al marido lo han prejubilado en el banco. De buenas a primeras, la señora de mediana edad se encuentra con que hay un señor “en su  casa”, al que prácticamente no conoce. Se parece físicamente al que sale en la foto de su boda, pero el pelo que tenía en la cabeza ahora sólo existe en el pecho, y las carnes prietas de antaño, se han descolgado abdomen abajo, haciendo puenting. De sexo no hablemos, y menos aún practiquemos, porque su machus hispanicus se pasa el día “en su sitio” del sofá, más concentrado en las piernas de Cristiano Ronaldo que en las de su santa esposa. En este contexto, la sequedad vaginal campa por sus respetos, y amenaza seriamente con cerrar en falso lo que en su día fue un vergel, y ahora es un descampado polvoriento.

         Cuando la señora de mediana edad sale diariamente a hacer los recados, puede producirse un fenómeno que los etólogos denominan instinto de supervivencia. Se encuentra por accidente con una vecina a la que hace tiempo que no veía, y se saludan cortésmente. El segundo día charlan diez minutos, y el tercero ya son pareja de hecho. La vecina alcanza el estatus de “mi amiga”, así, sin nombre propio. Que nadie sea malpensado, porque en este tipo de relación prima la asexualidad, y el rollo bollo no está contemplado. Se trata simplemente de tener un puching ball emocional. La señora y su amiga nunca dialogan. Una habla y la otra hace que escucha, y luego al contrario. Nada mejor que practicar esta sana costumbre por las tardes, saliendo a andar por el barrio, pertrechadas con el inevitable chándal, y los zapatos oscuros de tacón bajo, con calcetines blancos.

         Mariví Choraro pertenece a esta estirpe carpetovetónica. Conoció a “su amiga” titular, en la primavera verano de 2008, pero no le llegó ni a las rebajas, porque una fatídica mañana de domingo, murió bajo las ruedas de un Vespino que no había pasado la ITV. Tras quince minutos de luto oficial, Mariví hizo un casting, y se quedó con una sordomuda rellenita que lo único que podía hacer es asentir con la cabeza. Por tanto, y esto es lo más importante, nunca le colocaría su rollo, que dicho sea de paso, no le interesaba una mierda. El monólogo vespertino y andarín, siempre versa sobre los líos de faldas del vecindario. Mariví tiene una página web muy popular, llamada ChichiLeaks. El flujo de rumores es tan alto que tiene que actualizar los contenidos diariamente.
 
 

         Pero Mariví no es una señora de mediana edad como las demás. Pasa por ser la única española que no cocina con Thermomix: “Me han tachado de antigua y de masónica. Me han llamado antipatriótica. Me ha entrevistado en falso directo la Ana Rosa Quintana (que fuera de cámaras me confesó que su criada tampoco la tiene). He recibido anónimos, me han cortado la luz y el agua. Mi vecina Loli me ha manchado las bragas del tendedero con paella de su Thermomix. Ni sé las penurias y los padeceres que llevo pasados, pero me acojo a la quinta enmienda y a mis derechos constitucionales.

A mi me ha gustado siempre mucho la lectura, y como hubiera dicho el gran Jones, no la quiero ni por mis cojones. Mi amiga me la regaló, y casi la tenemos. Como tenía ticket regalo, cambié ese aparato del demonio por rollos de papel higiénico. Me hacían más apaño, porque mi esposo va suelto, y tenemos un presupuesto en higiene íntima.

Luego, mi Juan Jesús me la quiso comprar con sus cinco primeros sueldos de guarda jurado, porque le habían dicho los compañeros que las cocletas salían muy buenas. A él le gustan mucho, vamos, que se las come dobladas. Yo le decía: ¿Juanje, le vas a enseñar tu a tu madre como se hacen las cocletas, que tiene callo en las manos? Aunque esté feo reconocerlo, la verdad es que me salen muy bien. Lo más importante es que haya una buena materia prima, igual que con las personas. Ahí está mi hijo. Sus jefes están tan contentos con él, que no saben dónde ponerlo.

La opinión pública está muy equivocada. No mantengo está actitud irreductible al razonamiento lógico por cabezonería, lo hago por fidelidad y por amor a mi Juan Jesús, mi ojito de derecho, porque en el izquierdo tengo un orzuelo que para qué. Le explico: A mi niño le encantan las cocletas, ya se lo he dicho antes, pero por encima de todo le gustan los mejillones al vapor. En el bar se toma una tapa, pero en casa, de los que yo le hago, se come tres kilos sin sentir, y todavía luego me pide un flan casero largo de nata. Pues bien, le voy a confesar un secreto a voces: Los mejillones salen mucho mejor con la Vaporeta, dónde va a parar. Eso sí que es un invento bueno, y no la Thermomix.
 
 

 De todos modos, yo he donado mi cuerpo a la ciencia, así que cuando me llame El de arriba, que estudien mi cerebro los técnicos y digan quién tenía razón. Y ahora si me disculpa, le dejo que me tengo que ir andar. Como me retrase diez minutos, mi amiga se cisca, y luego está con el morro torcido toda la tarde”. VanityFreakNews.

 

 

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