Nadie
puede discutir que la crisis económica que padecemos es profunda y generalizada. Pero tampoco parece
cuestionable, que algunos la están utilizando como coartada, para realizar
impunemente todo tipo de fechorías en el ámbito social. En estas coyunturas,
los pobres continúan siendo pobres. Los ricos aumentan aún más su patrimonio. Y
las clases medias, como si se tratara del predicamento de Mourinho entre
el madridismo, se diluyen progresivamente,
hasta acabar desapareciendo.
Lucas Tidad es un político neoliberal
en alza. Lleva tantos años protegido del sol por la alargada sombra de su jefe,
que su tez es blanca como una aspirina. Parecía destinado a ser el eterno
segundón, pero hete aquí que de buenas a primeras, el número uno dimitió voluntariamente.
Paradoja incomprensible, porque unos meses antes, el líder había revalidado su
mandato, tras volver a ganar de calle las elecciones. De inmediato surgieron
todo tipo de especulaciones. El dimisionario saltó a la palestra y alegó
razones personales de mucho peso, como que no podía soportar que año tras año
Rodilla siguiera disminuyendo el tamaño de sus sandwiches, o que estaba
desolado porque el número de parejas de enamorados que visitan el valle del
Jerte en primavera, había descendido exponencialmente durante la última
legislatura.
Naturalmente, la opinión pública entendió y asumió los
argumentos del maduro prócer, y éste fue objeto de todo tipo de homenajes y
parabienes, incluso por parte de sus adversarios políticos. Y es que en la
vida, no hay nada mejor que ir con la verdad por delante.
Así que después de mucho tiempo siendo el telonero de los Rolling
Stones de la política, estos decidieron quedarse en el backstage para siempre. En consecuencia, Lucas Tidad tendría que
salir al escenario el solito, con un repertorio de tres singles originales y
dos versiones de clásicos, y marcarse un concierto de dos horas ante cien mil
seguidores acérrimos. Encima, “los de arriba” le dijeron por el pinganillo que iba
a salir sin coro, sin cuerpo de baile, y unplugged,
porque con la crisis no había dinero para contratar músicos, ni para pagar la
luz.
En estas circunstancias, cualquier otro aspirante se retira
y se va al Sálvame Delpús. Con tal de fichar como tertuliano de Jorge Javier, se
inventa una bola y confiesa que él se lo montaba con Merkelita, una muñeca de
plástico made in Germany. Hubiera
sido un escandalazo monumental que la muñeca del político de marras, fuera una teutona
de Renania-Westfalia, en vez de una tetona de Alcoy.
Pero Lucas tenía los cojones más grandes que las turbinas
del tractor de su tío Celedonio, así que agarró su guitarra española y salió a
escena pertrechado como los toreros valientes: Chaleco antibalas, casco
homologado, pistola con silenciador, y por supuesto espada. No sin antes
asegurarse de que habían afeitado al toro, y lo habían dejado como el culito de
un bebé.
Nuestro héroe había actuado en pueblos remotos para un aforo
de quince personas y la cabaña animal de la aldea. Había pasado frío y calor a
partes iguales. Había sentido el dolor sordo de estómago que origina el ayuno, cuando
éste es obligado. Era la oportunidad de su vida, y no la iba a dejar escapar.
Además, en el último momento, Mick Jagger le dijo que se pusiera una peluca, y
que cantara las mismas canciones que iban a tocar ellos. Nadie se iba a dar
cuenta. Eran incondicionales, y estaban todos borrachos, drogados, o las dos
cosas. Parece imposible que un tío de mediana edad sustituya a cuatro
carcamales, y que la gente que ha pagado religiosamente su entrada, se conforme
con el cambiazo sin rechistar. Pero así funciona una sociedad cuando está
alienada.
Solamente hubo tensión en el momento de los pises. Desde la gira mundial de 1990, sus
satánicas majestades padecían incontinencia. No hablamos de la típica gotita
amarillenta en el calzoncillo, sino de escape a chorro. Así que el manager decidió
suprimir los bises e implantar los pises.
A mitad de concierto, cada miembro de los Stones iba emulando al
inolvidablemente olvidado Ramoncín, y relajaba esfínteres en pleno escenario,
mientras la muchedumbre enloquecía, y hacía lo propio. Se corrió la voz, y los Stones
se pasaron un verano entero actuando en todos los pueblos de Murcia, para
subsanar los efectos de la pertinaz sequía.
Lucas Tidad es el prototipo de político remasterizado, y no
nos referimos a que haya pasado por el taller quirúrgico. Para eso ya está su
segunda mujer, que entra y sale del quirófano, como quien se toma un vaso de
agua. Después de graduarse en Derecho en la universidad pública, realizó un par
de master en escuelas de negocio privadas para quitarse el nauseabundo olor a
proletario, y tunear el curriculum. Lucas expresa fenotipo: Traje liso oscuro,
camisa blanca con cuello full cutaway,
corbata de seda en un solo color, gemelos de oro, y mocasines negros tassel (los full brogue están prohibidos, porque son un signo inequívoco de
sociata venido a más). Reloj de treinta mil euros en adelante, siempre de
esfera grande, muy grande. Pelo largo y suelto. La gomina a lo Mario Conde se
identifica con la cultura del pelotazo de los noventa, y en el pelotazo actual,
es un producto decididamente out.
El
vocabulario político de esta jarfia siempre incluye términos como libre
competencia, externalización y privatización. Y a ello se aplicó Lucas con
fruición, desde la atalaya que le proporcionaba su nuevo cargo. Se había casado
el año anterior con Cuca Lamardo, una pija veinteañera a la que había conocido
en un campus de verano, organizado por Nuevas Generaciones. Estaba muy
enamorado, pero no podía perder el tiempo en cumplir con el sacrosanto deber
del matrimonio.
La libre competencia no
le convencía. No era plan que Cuca se fuera cada día con uno. La mejor solución
era externalizar su vida íntima con alguien de confianza. En el partido le recomendaron
a Román Dingo, un negrazo superdotado de dos metros de altura, que les hacía
trabajos ocasionales, con absoluta discreción. Cuca no entendía nada. Como
usuaria, se sentía plenamente satisfecha. ¿Para qué cambiar, si recibía un
servicio marital excelente a coste cero? Lucas era consciente de las buenas prestaciones
de su maquinaria: Segura y fiable como el primer día, era la envidia de su
grupo parlamentario. Estaba en posesión de una tasa de gatillazos muy por
debajo de la media de la Unión Europea.
Pero debía ajustarse a un presupuesto recortado, o en poco
tiempo los coitos quedarían reducidos a piquitos. Su plan se basaba en el
ahorro de tiempo y la contracción del gasto que supondría la contratación del
semental negro. No tenía ningún estudio que avalara esta hipótesis, pero
mantenía que sólo con lo que se iba a ahorrar en flores y regalitos para
mantener viva la llama sexual de Cuca, podría pagar a cinco mandingos tipo
OpenCor, abiertos todos los días del año, y siempre dispuestos al mambo, a cambio
de un bocata y un refresco.
Estaba convencido de que a Cuca no le importaría el color de
la tranca, ni quien le iba a dar mandanga, sino que fuera mandanga de la buena.
Muchos le llamaban cornudo, pero él se defendía, diciendo que tan sólo había privatizado
la gestión del servicio amatorio, manteniendo la titularidad de Cuca como su legítimo
esposo.
Al principio todo parecía ir bien:
Lucas disponía de un montón de dinero remanente, y tenía tiempo libre para
gastarlo con los amigos. Pero las cosas fueron cambiando poco a poco: Román se
aburguesó, y empezó a exigir que el bocata fuera de ibérico y el refresco de
marca. Además se asoció con otros compañeros de profesión, para demandar un
sueldo digno, períodos de descanso regulados, dos pagas extraordinarias, recargo
por nocturnidad, tasa de festivos, y un plus de productividad en función del
cumplimiento de unos estándares de calidad. También pidió una Visa oro para poder
agasajar a Cuca como merecía. Y para colmo, Cuca se enamoró de Román, y le
pidió el divorcio.
Todavía hoy, Lucas lamenta todo lo que
ocurrió en aquellos días de vino y rosas. Se pasó su programa electoral por el
forro de sus caprichos. Desoyó los consejos de sus vecinos y amigos. Despreció
a la oposición, y ninguneó a muchos de sus votantes cuando le manifestaban su
descontento. Suplicó a los Rolling Stones que reaparecieran, y estos aceptaron
envanecidos. Él volvería a ser el telonero, y todo sería como en los viejos
tiempos. Pero no fue así. La sociedad había aprendido la lección, y los Stones ya
sólo interesaban a cuatro nostálgicos. La banda de moda ahora era Milli Vanilli,
y siguió siéndolo muchas legislaturas más, aunque se demostró que eran unos
impostores, y que no eran ellos quienes cantaban.
A nuestro expolítico
le gustaría poder volver atrás y hacer las cosas de otra manera, pero ya es
imposible. Cualquier transeúnte puede verlo vagar por un parque público, los
domingos por la mañana: Expulsado del partido, arruinado, vilipendiado
socialmente, y lo peor de todo, completamente sólo. Su única compañía es un
destartalado discman donde suena una
y otra vez el “Satisfaction” de los Stones. VanityFreakNews.
Sin palabras. Genial!
ResponderEliminarMuchas gracias, anónim@
EliminarFantástico como de costumbre!! Lo único, que ojalá fuese todo pura ficción...
ResponderEliminarEso es lo malo, Alberto: Real como la vida misma.
EliminarMe alucinas Pedro, no se de donde sacas esta imaginación, bueno se intuye..... Eres la alegría de los sábados por la mañana me confieso incondicional. Es buenísimo le podemos dar las cloquetas sin termomix para q coma delicatessen.
ResponderEliminarUn millón de gracias, Ana. Un beso enorme.
EliminarMi lectura favorita del finde. Gracias Pedro!
ResponderEliminarGracias a ti por tu generosidad, anonim@.
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