sábado, 8 de diciembre de 2012

Un político neoliberal externaliza su vida íntima.

        
         Nadie puede discutir que la crisis económica que padecemos es profunda  y generalizada. Pero tampoco parece cuestionable, que algunos la están utilizando como coartada, para realizar impunemente todo tipo de fechorías en el ámbito social. En estas coyunturas, los pobres continúan siendo pobres. Los ricos aumentan aún más su patrimonio. Y las clases medias, como si se tratara del predicamento de Mourinho entre el  madridismo, se diluyen progresivamente, hasta acabar desapareciendo.
 
         Lucas Tidad es un político neoliberal en alza. Lleva tantos años protegido del sol por la alargada sombra de su jefe, que su tez es blanca como una aspirina. Parecía destinado a ser el eterno segundón, pero hete aquí que de buenas a primeras, el número uno dimitió voluntariamente. Paradoja incomprensible, porque unos meses antes, el líder había revalidado su mandato, tras volver a ganar de calle las elecciones. De inmediato surgieron todo tipo de especulaciones. El dimisionario saltó a la palestra y alegó razones personales de mucho peso, como que no podía soportar que año tras año Rodilla siguiera disminuyendo el tamaño de sus sandwiches, o que estaba desolado porque el número de parejas de enamorados que visitan el valle del Jerte en primavera, había descendido exponencialmente durante la última legislatura.

Naturalmente, la opinión pública entendió y asumió los argumentos del maduro prócer, y éste fue objeto de todo tipo de homenajes y parabienes, incluso por parte de sus adversarios políticos. Y es que en la vida, no hay nada mejor que ir con la verdad por delante.
 

Así que después de mucho tiempo siendo el telonero de los Rolling Stones de la política, estos decidieron quedarse en el backstage para siempre. En consecuencia, Lucas Tidad tendría que salir al escenario el solito, con un repertorio de tres singles originales y dos versiones de clásicos, y marcarse un concierto de dos horas ante cien mil seguidores acérrimos. Encima, “los de arriba” le dijeron por el pinganillo que iba a salir sin coro, sin cuerpo de baile, y unplugged, porque con la crisis no había dinero para contratar músicos, ni para pagar la luz.

En estas circunstancias, cualquier otro aspirante se retira y se va al Sálvame Delpús. Con tal de fichar como tertuliano de Jorge Javier, se inventa una bola y confiesa que él se lo montaba con Merkelita, una muñeca de plástico made in Germany. Hubiera sido un escandalazo monumental que la muñeca del político de marras, fuera una teutona de Renania-Westfalia, en vez de una tetona de Alcoy.

Pero Lucas tenía los cojones más grandes que las turbinas del tractor de su tío Celedonio, así que agarró su guitarra española y salió a escena pertrechado como los toreros valientes: Chaleco antibalas, casco homologado, pistola con silenciador, y por supuesto espada. No sin antes asegurarse de que habían afeitado al toro, y lo habían dejado como el culito de un bebé.

Nuestro héroe había actuado en pueblos remotos para un aforo de quince personas y la cabaña animal de la aldea. Había pasado frío y calor a partes iguales. Había sentido el dolor sordo de estómago que origina el ayuno, cuando éste es obligado. Era la oportunidad de su vida, y no la iba a dejar escapar. Además, en el último momento, Mick Jagger le dijo que se pusiera una peluca, y que cantara las mismas canciones que iban a tocar ellos. Nadie se iba a dar cuenta. Eran incondicionales, y estaban todos borrachos, drogados, o las dos cosas. Parece imposible que un tío de mediana edad sustituya a cuatro carcamales, y que la gente que ha pagado religiosamente su entrada, se conforme con el cambiazo sin rechistar. Pero así funciona una sociedad cuando está alienada.

Solamente hubo tensión en el momento de los pises. Desde la gira mundial de 1990, sus satánicas majestades padecían incontinencia. No hablamos de la típica gotita amarillenta en el calzoncillo, sino de escape a chorro. Así que el manager decidió suprimir los bises e implantar los pises. A mitad de concierto, cada miembro de los Stones iba emulando al inolvidablemente olvidado Ramoncín, y relajaba esfínteres en pleno escenario, mientras la muchedumbre enloquecía, y hacía lo propio. Se corrió la voz, y los Stones se pasaron un verano entero actuando en todos los pueblos de Murcia, para subsanar los efectos de la pertinaz sequía.

Lucas Tidad es el prototipo de político remasterizado, y no nos referimos a que haya pasado por el taller quirúrgico. Para eso ya está su segunda mujer, que entra y sale del quirófano, como quien se toma un vaso de agua. Después de graduarse en Derecho en la universidad pública, realizó un par de master en escuelas de negocio privadas para quitarse el nauseabundo olor a proletario, y tunear el curriculum. Lucas expresa fenotipo: Traje liso oscuro, camisa blanca con cuello full cutaway, corbata de seda en un solo color, gemelos de oro, y mocasines negros tassel (los full brogue están prohibidos, porque son un signo inequívoco de sociata venido a más). Reloj de treinta mil euros en adelante, siempre de esfera grande, muy grande. Pelo largo y suelto. La gomina a lo Mario Conde se identifica con la cultura del pelotazo de los noventa, y en el pelotazo actual, es un producto decididamente out.

         El vocabulario político de esta jarfia siempre incluye términos como libre competencia, externalización y privatización. Y a ello se aplicó Lucas con fruición, desde la atalaya que le proporcionaba su nuevo cargo. Se había casado el año anterior con Cuca Lamardo, una pija veinteañera a la que había conocido en un campus de verano, organizado por Nuevas Generaciones. Estaba muy enamorado, pero no podía perder el tiempo en cumplir con el sacrosanto deber del matrimonio.

 La libre competencia no le convencía. No era plan que Cuca se fuera cada día con uno. La mejor solución era externalizar su vida íntima con alguien de confianza. En el partido le recomendaron a Román Dingo, un negrazo superdotado de dos metros de altura, que les hacía trabajos ocasionales, con absoluta discreción. Cuca no entendía nada. Como usuaria, se sentía plenamente satisfecha. ¿Para qué cambiar, si recibía un servicio marital excelente a coste cero? Lucas era consciente de las buenas prestaciones de su maquinaria: Segura y fiable como el primer día, era la envidia de su grupo parlamentario. Estaba en posesión de una tasa de gatillazos muy por debajo de la media de la Unión Europea.

Pero debía ajustarse a un presupuesto recortado, o en poco tiempo los coitos quedarían reducidos a piquitos. Su plan se basaba en el ahorro de tiempo y la contracción del gasto que supondría la contratación del semental negro. No tenía ningún estudio que avalara esta hipótesis, pero mantenía que sólo con lo que se iba a ahorrar en flores y regalitos para mantener viva la llama sexual de Cuca, podría pagar a cinco mandingos tipo OpenCor, abiertos todos los días del año, y siempre dispuestos al mambo, a cambio de un bocata y un refresco.

Estaba convencido de que a Cuca no le importaría el color de la tranca, ni quien le iba a dar mandanga, sino que fuera mandanga de la buena. Muchos le llamaban cornudo, pero él se defendía, diciendo que tan sólo había privatizado la gestión del servicio amatorio, manteniendo la titularidad de Cuca como su legítimo esposo.

         Al principio todo parecía ir bien: Lucas disponía de un montón de dinero remanente, y tenía tiempo libre para gastarlo con los amigos. Pero las cosas fueron cambiando poco a poco: Román se aburguesó, y empezó a exigir que el bocata fuera de ibérico y el refresco de marca. Además se asoció con otros compañeros de profesión, para demandar un sueldo digno, períodos de descanso regulados, dos pagas extraordinarias, recargo por nocturnidad, tasa de festivos, y un plus de productividad en función del cumplimiento de unos estándares de calidad. También pidió una Visa oro para poder agasajar a Cuca como merecía. Y para colmo, Cuca se enamoró de Román, y le pidió el divorcio.
 

         Todavía hoy, Lucas lamenta todo lo que ocurrió en aquellos días de vino y rosas. Se pasó su programa electoral por el forro de sus caprichos. Desoyó los consejos de sus vecinos y amigos. Despreció a la oposición, y ninguneó a muchos de sus votantes cuando le manifestaban su descontento. Suplicó a los Rolling Stones que reaparecieran, y estos aceptaron envanecidos. Él volvería a ser el telonero, y todo sería como en los viejos tiempos. Pero no fue así. La sociedad había aprendido la lección, y los Stones ya sólo interesaban a cuatro nostálgicos. La banda de moda ahora era Milli Vanilli, y siguió siéndolo muchas legislaturas más, aunque se demostró que eran unos impostores, y que no eran ellos quienes cantaban.

 A nuestro expolítico le gustaría poder volver atrás y hacer las cosas de otra manera, pero ya es imposible. Cualquier transeúnte puede verlo vagar por un parque público, los domingos por la mañana: Expulsado del partido, arruinado, vilipendiado socialmente, y lo peor de todo, completamente sólo. Su única compañía es un destartalado discman donde suena una y otra vez el “Satisfaction” de los Stones. VanityFreakNews.





8 comentarios:

  1. Fantástico como de costumbre!! Lo único, que ojalá fuese todo pura ficción...

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  2. Me alucinas Pedro, no se de donde sacas esta imaginación, bueno se intuye..... Eres la alegría de los sábados por la mañana me confieso incondicional. Es buenísimo le podemos dar las cloquetas sin termomix para q coma delicatessen.

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  3. Mi lectura favorita del finde. Gracias Pedro!

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