Ese cuerpo que yace sin vida en los servicios de un
motel de carretera, pertenece a un destacado miembro de los Cuerpos y Fuerzas
de Seguridad del Estado, y su miembro aún enhiesto, también. Mañana, todos los medios
de comunicación dedicarán un lugar destacado a esta noticia. Los telediarios no
abrirán con las décimas de fiebre de Cristiano Ronaldo, o con el grano en el
culo de Messi. Ese cadáver tendrá su minuto de gloria televisiva aunque sea a
título póstumo: "Un heroico policía fallece en acto de servicio"
anunciará el presentador de turno, de sempiterno aspecto atildado y voz
engolada.
Foto tomada de www.traveller.es
Esta información no le importará demasiado a nadie. De
hecho, yo tampoco le prestaría atención si no fuera porque ese fiambre me
resulta bastante familiar. Su careto es el que he visto al mirarme al espejo
durante los últimos cincuenta años. No, no me he suicidado. No tenía motivos
para ello. La autopsia demostrará que tampoco ha sido una muerte violenta.
Parada cardiorrespiratoria, sentenciará el certificado de defunción, lo cual es
como no decir nada. Todos nos vamos al otro barrio precisamente porque nuestra patata
se para. Así es el lenguaje que empleamos los médicos, ambiguo y barroco, como
la propia naturaleza humana con la que trabajamos a diario.
Nadie podría decir que la vida de Moncho Chete fue dura.
Estudié Medicina en una época en la que en la facultad sólo había hombres. Me
especialicé en Ginecología ingenuamente, para ver si así ligaba algo. Supongo
que con ese nombre y ese apellido estaba predestinado a ser ginecólogo. Después
de muchos años de carrera profesional, el universo femenino dejó de
interesarme. Mis amigos pensaban que había enloquecido: “Tienes el mejor
trabajo del mundo, Moncho. Te pasas el día entre mujeres y encima te pagan por
ello”. La Ginecología esta mitificada. Se está siempre en el mejor sitio, pero
suele ser en el peor momento. Además, la materia prima no es como la imaginan
los amigotes. Rara vez viene a tu consulta una charlizetheron, y cuando eso ocurre, lo que ves y lo que te cuenta desciende
tu hipotética libido a profundidades abisales.
Un día, saliente de guardia, me fui de copas con mi amigo
Marco Rupto, un ingeniero que abandonó su profesión y pasó de no votar nunca a
vivir de la política holgadamente. Le
confesé mi hastío vital: “No puedo más, Marco. Voy a dejar la Medicina”. “No
hay problema, Moncho. Tú te afilias al partido y te nombramos Director General
de la Policía”. “¿Policía? Pero si las únicas pistolas que he visto en mi vida
son las de pan, y lo más cerca que he estado de una pistolera es cuando exploro
a mis pacientes”. “Vamos a ver, Moncho.
Después de veinte como ginecólogo, tu conocimiento de los bajos fondos es
insuperable. Tienes el perfil perfecto para el puesto. Además, lo único que
tienes que hacer es cumplir las órdenes que te vengan desde arriba”.
Foto tomada de www.cinepremiere.com.mx
Acepté, claro que acepté. Así somos los humanos:
Totalmente incorruptibles hasta que aparece la ocasión de corrompernos. Después
de tanto tiempo en colegios religiosos y de haber sido educado en el seno de
una familia burguesa de provincias, he acabado como David Carradine: No siendo
el protagonista de la mejor película de Quentin Tarantino, sino seco como una
mojama, con los calzoncillos bajados y la cabeza cubierta por una bolsa de
plástico. Efectivamente, he fallecido haciendo el acto en el servicio. El
maestro Woody Allen dijo una vez que: “Masturbarse es hacer el amor con la persona
que más quieres”. Probablemente no le faltara algo de razón al genio
neoyorquino. Aunque uno nunca se quiere lo suficiente.
Hay quien decide vivir deprisa, morir joven y dejar un
cadáver bonito. Otros pensamos que correr es de cobardes, y que es mejor morir
viejo y hecho unos zorros, como Sara Montiel. La vida merece la pena degustarla
en pequeños sorbos, aunque hay veces que se te atraganta. Lo mío fue un
accidente, asfixia autoerótica, la llaman los técnicos. Vamos, que me la estaba
pelando con la cabeza metida en una bolsa de plástico, para prolongar el
orgasmo, y se me fue la mano (nunca mejor dicho). El juego sexual acabó de
forma imprevista. Dicen que la muerte nos hace a todos iguales y que al final,
ricos y pobres acabamos en el mismo sitio. No estoy tan seguro, pero de todos
modos, nadie ha vuelto para contarlo.
Lo que está claro es que David Carradine y yo no recibiremos
un trato postmorten similar. Ningún país podría reconocer que uno de sus más altos cargos públicos ha muerto en mis
circunstancias. Dirán que era un hijo dilectísimo, y un vecino ejemplar que cedía
el paso a las ancianas todas las mañanas en el portal. Dirán que la cocaína no
era mía, que me había desplazado a aquel hostal para participar en una
peligrosa misión, y que antes de ser vilmente ejecutado acabé con la vida de los
88 maníacos, como hacía Uma Thurman en Kill Bill. Me condecorarán con la
Medalla al Mérito Civil, y las más altas personalidades del estado acudirán al
tanatorio para cumplimentar a mis deudos.
Foto tomada de www.taringa.net
Mientras tanto, David Carradine nunca descansará en paz.
Seguirán circulando por internet fotos de su supuesto cadáver (probad a googlear David Carradine fotos
prohibidas) y teorías a cual más morbosa sobre su triste final. Es el precio de
la fama. Hay una corriente popular por la cual todas las famosas son drogadictas
y putas, y todos los famosos drogadictos y julandrones. Sobre ellos circulan
innumerables leyendas urbanas, muchas de ellas tan creíbles como los Reyes
Magos.
En Madrid, capital de España, y del bulo infundado, todo
el mundo tiene un amigo que tiene un amigo que trabaja en las Urgencias de un
hospital público, y sabe de buena tinta que Alejandro Sanz acudió en una
ocasión con el ano desgarrado, y no precisamente tras hacer deposición. La
misma fuente de información dice que Miguel Bosé cambia su sangre llena de
virus por plasma sano, con la misma facilidad que muda sus calzoncillos (como
si lo primero sirviera para algo cuando alguien está infectado). También defiende
con vehemencia que Anne Igartiburu, una de las mujeres más bellas de España, tiene
genotipo masculino. Y que Letizia tenía las trompas ligadas antes de
convertirse en Doña Letizia. Y que el año pasado, durante un viaje a los
fiordos noruegos, se encontró en su hotel con una pareja de tortolitos llamados
Felipe de Borbón y Eva Sannum.
Podríamos seguir poniendo ejemplos hasta el día del
juicio final por la tarde. Difamar sale muy barato. Y una mentira muchas veces
repetida acaba por asumirse como verdad. De Richard Gere me interesa más bien
poco su carrera, sólo un poquito más su activismo en favor del Tíbet, y absolutamente
nada si se mete o no ratones vivos por el recto. No sé qué relevancia puede
tener a estas alturas de la vida conocer si Ricky Martin y Pablo Alborán son
pareja. ¡Olé sus talentosos huevos y que sean muy felices juntos!
La vida es muy breve, y la perdemos analizando las de
contemporáneos nuestros que ni siquiera conocemos. Amén de no reparar en el
daño emocional que podemos infligir a esas personas y a sus seres queridos.
Observad por última vez mi cadáver en los servicios de ese hostal de carretera.
Sentid por mí pena, asco, o simplemente nada, pero ahora que conocéis la
historia de primera mano, no perdáis el tiempo. Vivid y dejad vivir, que esto son
dos días, y ya ha pasado día y medio. VanityFreakNews.
Foto tomada de www.en.wikiquote.org
“Él me había
avergonzado y perjudicado en medio millón, se rió de mis pérdidas y burlado de
mis ganancias. Despreció a mi nación, desbarató mis negocios, enfrío a mis
amigos y calentó a mis enemigos y cuál es su motivo: “Soy un judío”. ¿Es que un
judío no tiene ojos? ¿Es que un judío no tiene manos, órganos, proporciones,
sentidos, afectos, pasiones? ¿Es que no se alimenta de la misma comida, herido
por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado por los mismos
medios, calentado y enfriado por el mismo verano y por el mismo invierno que un
cristiano? Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos hacéis cosquillas, ¿no nos
reímos?, Si nos envenenáis, ¿no nos morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos
vengaremos?” (El mercader de Venecia. William Shakespeare)
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