sábado, 25 de enero de 2014

Record Guinness de fotos de boda para una pareja española.


        El matrimonio, al menos en la experiencia de quien esto escribe, es un gran invento, pero la boda y todo lo que conlleva, es un auténtico infierno. Muchas personas aseguran que fue el día más feliz de sus vidas, porque reunir a todos sus seres queridos a la vez es irrepetible. Afortunadamente, añado yo. Si hubiera que preparar una boda cada cierto tiempo, la salud mental de los contrayentes se resentiría de forma irreversible, y ya no digamos la salud económica.

         Las bodas son un negocio, pero no para los casaderos. Un porcentaje importante de los invitados hace un regalo que no cubre ni el cubierto, y algún cutre se escaquea incluso sin regalar nada, por lo que al final, acabas poniendo dinero. No fue nuestro caso. Nos casamos hace ahora nueve años, y de momento no hemos vuelto a trabajar. Seguimos viviendo del beneficio neto de la boda. Repartimos el tiempo entre la casa de Sotogrande y el palacete de Pedralbes. Jet privado, esquí en Aspen, y yate atracado en Puerto Portals.
 
 

         Pero no todo el mundo tiene unos invitados tan dadivosos como nosotros. Eso y que en nuestro caso no perdimos la cabeza. Una boda hoy en día consiste en pagar por todo cinco veces más de su precio real, y en invertir un remolque de ilusión que no suele verse recompensado. ¿Para qué gastarse un dineral en agasajar a la gente si luego no saben apreciarlo? Un menú pequeño del Burger King por pareja y van que chutan.

         Nosotros hicimos las cosas bien. Quedamos como el culo, y perdimos a gran parte de nuestros amigos, pero da igual, porque conocemos muchas parejas que se volcaron organizando el evento y también los han perdido. Además, podemos presumir de figurar en el Libro Guinness de los records, por ser los primeros novios que bajan de cien mil fotos el día de su boda. No fue fácil, porque tuvimos que ajustar mucho y quitar algunos miles que habían quedado francamente bien. Por ejemplo, cuando la perra de mi suegra, no ella, sino su mascota, se puso a llorar tras el “Sí quiero”. O cuando a mi tío Goyo le sacaron un ojo al tirar arroz a la salida de la iglesia. En el pueblo de mi mujer son muy suyos. Emplean arroz de grano gordo y le añaden metralla, consistente en pequeños y no tan pequeños cantos del río, con lo cual a veces ocurren estos accidentes sin importancia.
 
 
 

         Tuvimos que descartar algunos cientos de las de después de la boda, esas que protagonizan los novios en lugares supuestamente emblemáticos y hermosos del lugar donde se ha celebrado el enlace. Esas fotos suelen ser de traca: Pequeña escalera de acceso a los jardines del antiguo palacio de la localidad. Al fondo se adivina un estanque otrora habitado por peces de colores nadando bajo los nenúfares, y hoy lleno de latas de cerveza vacías y preservativos usados.

La novia, sentada en uno de los peldaños, con la cola del traje primorosamente pisoteada desde antes de entrar a la iglesia, y extendida escalera abajo a modo de alfombra blanca, mira hacia el horizonte con aire pretendidamente distraído, imbuida en el carrusel de sentimientos que está experimentando, y apretando la vejiga porque lleva haciéndose pis desde que salió de casa. Mano izquierda en el regazo, cabeza en leve escorzo, y brazo derecho proyectado hacia adelante, portando un ramo floral del tamaño de un escudo antimisiles, ofreciéndoselo al flamante marido.
 
 
Tomada de www.imagui.com
 

         Éste, personaje secundario y decididamente prescindible en el evento, una vez acabada esta sesión de fotos, aguanta el tipo como puede. Hace un calor de cojones. La camisa, el chaleco y la levita del chaqué alquilado no ayudan a sobrellevarlo. Está de pie, de medio lado, con la pierna izquierda apoyada en el último escalón y la derecha en el rellano de la escalera. Alarga un brazo hacia el ramo de su amada, mientras encaja la sonrisa, y mira arrobadamente a la ya esposa, pensando hacia sus adentros: ¿Pero qué coño estamos haciendo aquí?

En el encuadre de la foto sale una pintada en la pared del fondo, donde se puede leer “Iker Casillas titular”. El abuelo jubilata de turno (todos los sitios públicos de Madrid  tienen el suyo propio) les tranquiliza diciéndoles que ya la quitarán luego con photoshop. En ese momento, el fotógrafo dice las palabras mágicas: “Fotooo, naturaleees”. ¿Naturales? ¿A usted le parece que semejante escena es natural, pedazo de tontolculo?

Aunque todo es susceptible de empeorar. Nuestro fotógrafo nos llevó a la madrileña Plaza de la República Argentina, en la confluencia de las calles Serrano y Joaquín Costa. Lo más característico de la plaza es la popular Fuente de los delfines, que como su nombre indica, representa a una familia de koalas. No, en serio: La fuente está formada por tres delfines en actitud de salto sobre el agua. Aquel buen hombre pretendía que como el monumento no tenía agua aquel día, saltáramos y nos subiéramos novia y novio a lomos de los delfines, para fotografiarnos “surcando el mar en el trayecto hacia el país de la felicidad, ajenos al brutal oleaje de la vida”. ¿Surrealista, no? Pues eso.

         Lo mejor de las fotos y del video nupciales, es clavárselos de forma inmisericorde a la gente cada vez que viene a casa. Se hacen los remolones, pero en el fondo lo están deseando. Nosotros dedicamos un fin de semana cada mes a recordar nuestro casamiento. Hacemos una quedada con nuestros amigos, y vienen todos. Bueno, viene Patri que es el único que nos queda.

Patricio llega a casa el viernes por la tarde después del trabajo. Se pone el pijama, se tumba en su sitio del sofá y a disfrutar. Empezamos con el video. Como es nuestro mejor amigo, nada de un resumen de esos que enseñas a las visitas de compromiso. Le ponemos la versión del director. Doce horas, más extras y menú interactivo.
 
 
 

Luego un pequeño piscolabis para reponer fuerzas, y empalmamos con las fotos. Novecientas noventa y nueve mil novecientas noventa y nueve. La gente, que es muy envidiosa, dice que nuestras fotos son el video de la boda fotograma a fotograma. ¡No es lo mismo, dónde va a parar! En el video corrido se pierden muchos detalles que en las fotos pueden apreciarse con mucha claridad.

Como Patri es muy cabezón, y se empeña en no dormir, a eso de las dos de la tarde del domingo, suele entrar en éxtasis, embargado por la emoción. En el fondo es un sentimental, el muy tonto. Ya ves tú sino podía parar una horita, para echarse una siestecita del carnero, y luego seguir viendo fotos, y hacer otra pasadita al video. Pero no, él erre que erre, que quiere seguir.

Ya a última hora de la tarde, le invitamos indisimuladamente  a que se vaya, pero a menudo se queda tan arreactivo que algún día hemos tenido que llevarlo a Urgencias, pensando que le había dado algo malo. Si se muere tampoco va a pasar nada, porque total, es un matado de la vida que sólo nos tiene a nosotros. Con la excusa de enseñarle las fotos, hacemos el favor de invitarle una vez al mes. Es una muestra de caridad hacia un desvalido, un deshecho humano que vive fuera de los estándares sociales. Aunque ahora que lo pienso: Si no viniera Patri, ¿Con quién compartiríamos nuestros megapíxeles de felicidad? VanityFreakNews.

sábado, 18 de enero de 2014

La única forma de tener sexo seguro es pagando.


         Prin Gao no es un chino como los demás amarillos que viven en España. Al igual que sus compatriotas, es feo de cojones, pero ahí acaban las semejanzas. A él le gusta trabajar para vivir, y no vivir para trabajar. No perdona sus dos horas de siesta diarias, su cafelito entre horas, y el fútbol. Para ser un auténtico español sólo le falta urgarse la nariz en los semáforos, y el habitual polvete del sábado noche, tradición ancestral en la Península Ibérica, desde que fue invadida por suevos, vándalos y alanos.
 
 
Tomada de www.infobae.com


         Hasta el dios de los chinos lo sabe: Nada le haría más feliz a Prin Gao que ser como los españoles en este último punto. Pero el caso es que el bueno de Prin no lo cata. Está a dos velas y ya no sabe qué hacer: “Si yo lo único que quiero es encontrar una buena chica española, y casarme con ella para poder darle mandanga de vez en cuando. No soy un inculto, y sé que todo órgano que no se utiliza se atrofia”.

         Lo he probado todo. Invito a cenar a mis novias. Les hago regalazos. A algunas hasta les pago la hipoteca, les cuido al perro y saco a hacer pis a sus madres, por aquello de ir confraternizando con mis futuribles suegras. Hasta ahí todo muy bien, pero cuando llega el momento del brikindans, se hacen las estrechas, y se te he visto no me acuerdo. Siempre escucho la misma frase: “Me caes muy bien pringao, pero prefiero que sigamos siendo amigos Facebook, Prin Gao”. No comprendo por qué en una misma frase dicen mi nombre dos veces, pero es que a las mujeres no hay quien las entienda. Me quedo con ganas de preguntarles: ¿Cuántos de tus amigos Facebook te llevan a la primera fila de un concierto de Luis Miguel, luego a cenar a Zalacaín, y para cerrar la noche te regalan un anillaco de Bulgari?
 

Cómo echo de menos mi país y a mis paisanas. Allí conoces a una periquita, te la llevas a un Burger, y ya has triunfado. Por un menú con patatas y bebida medianos sin postre, tienes tema a la italiana: La metes por la noche y la sacas por la mañana.

         Un día cualquiera, mientras estaba navegando por internet, se abrió inexplicablemente una web guarra. Una de esas que nadie visita, pero que todo el mundo conoce. Como haría cualquier macho hispano o chino en mi situación, la cerré inmediatamente, no sin antes echarle una miradita superficial de tres horas y cuarto. Para criticar algo hay que conocerlo. ¡Qué escándalo!¡No sé dónde vamos a llegar! Yo soy un hombre maduro y siempre he defendido que el sexo es para hacerlo, no para verlo. Pero si estas páginas caen en manos de un adolescente invadido por el acné, luego pasa lo que pasa.

Me fui a los deportivos digitales, concretamente a as.com que es sólo un poquito menos cutresalchichero que marca.com. Se acercaba el Mundial de Brasil, y había muchas noticias relacionadas con el gran evento. Mi atención se polarizó bruscamente hacia una de ellas. El titular decía así: “La Organización Mundial de la Salud recomienda que para tener sexo seguro hay que ponerse preservativo”. Al parecer, las autoridades sanitarias preveían que durante la celebración de la Copa del Mundo, se incrementaría exponencialmente el número de encuentros sexuales entre los futbolturistas y los ardientes nativos; y querían poner coto a la transmisión de enfermedades venéreas.

Para el extranjero medio, España es un país donde los hombres son todos toreros, las mujeres van vestidas con traje de faralaes, y en vez de viento, sopla flamenco. A la inversa, los hispanochinos pensamos que Brasil está petado de mulatas transexuales que bailan samba medio en pelotas hasta cuando están dormidas. Debido a una mutación cromosómica, tienen la libido por las nubes, y van por ahí tirándose todo lo que se menea.

Ya se sabe que del dicho al hecho hay mucho trecho, pero yo me subí al primer avión que encontré con destino a Brasil. Por todo equipaje, llevaba un calzoncillo de repuesto y una caja de profilácticos tamaño familiar. Nada más desembarcar, busqué un taxi rumbo a Ipanema. El sol presidía la playa desde lo alto, y la arena estaba casi tan caliente como yo. Me acerqué a la primera chorbita que encontré, y me senté en su tumbona: “Llevo puesto un preservativo, así que ya sabes lo que toca”. Un zas en toda la boca y cinco dientes menos después, pensé que aquella hembra sedienta de sexo no entendía castellano.


 
Tomada de www.pressdispensary.co.uk


Saqué mi Smartphone y busqué un traductor de idiomas. Ahora el plan no fallaría, y con un poco de suerte, follaría. Llegué casi hasta la orilla, y del mar emergió una mujer escultural: metro noventa, larga cabellera rubio platino, y más curvas que la carretera de Nerja. Me coloqué ante ella, metí tripa, y le espeté con la seguridad del que se sabe ganador: “Eu estou usando uma camisinha do pito, você sabe o que toca”. Joao, que así se llamaba la walkiria brasileira, me saltó otros cinco dientes, no sin antes ahuecarse el pareo dejando ver una tercera pierna, casi del mismo tamaño que las dos de apoyo. Cómo iba a pensar yo que una jaca con esas tetas mearía de pie. El As digital no era distinto al resto de periódicos, que sólo cuentan mentiras. En Brasil no hay mambo seguro, aunque lleves preservativo. Desdentado y humillado volví a España sin ver ni un solo partido de La Roja.

Al llegar a Barajas me enteré de que la selección había caído en la primera fase, y regresaba en el avión siguiente. Así que aproveché y me quedé allí para gritarles: “Menos Ferraris y más cojones”, “No sentís la camiseta”, y lindezas por el estilo. Curiosamente, estábamos los mismos que cuatro años antes fuimos a recibir a los jugadores cuando ganaron la Copa de Mundo en Sudáfrica, y los aclamamos como héroes.
 
 

Un día de bajón, le conté mis penas a mi amigo Chulem Palmao. Él es eso que los horteras llaman ahora emprendedor, y que durante el tardofranquismo se denominaba industrial. Vamos, qué tiene una empresa, y así nos entendemos todos. Chulem conocía que España se había llenado de norte a sur de pequeñas tiendas llamadas “Chinos”, donde por muy poco dinero podías encontrar cualquier tipo de cosa: desde un inciensario para mascotas, hasta un braguero metálico con el escudo del Barça. Todo de fabricación china, es decir, ínfima calidad y diseño pirata. Chulem pensaba cuán gilipollas eran los españolitos, que compraban mierda a bajo precio y se iban a casa tan contentos.

Un día, mientras realizaba una excursión por la España profunda, entró a una tienda de artesanía y vió la luz: Tenía ante sí el negocio de su vida. En su país había mil millones de chinos, tan panolis como los españoles, dispuestos a comprar aquellos productos made in Spain. Fue así como creó Españistán, una cadena de tiendas que se extiende desde Beijing hasta Shanghai. Allí, el chinito de a pie puede encontrar por unos pocos yuanes todo tipo de cosas relacionadas con la cultura española: botijos con pitorro antirrobo, boinas desparasitadas, lencería de esparto hipoalergénico, botas de vino picado, fundas para tablet en punto de cruz, acericos con la cara Zapatero y de Rajoy, camisetas del Madrid firmadas con la huella digital de los jugadores, preservativos reutilizables de ganchillo tupido, las obras completas de Belén Esteban en tapa dura, fotos de lo que queda de la Familia Real.


 

Ni que decir tiene que Chulem se ha forrado. Los chinos tienen la misma fiebre consumista que los españoles, y compran de todo siempre y cuando sea barato. No tienen ni puta idea de para qué sirve lo que han adquirido, pero les da igual y le encuentran un uso alternativo: los botijos acaban siendo floreros, y los profilácticos calcetines abrigaditos para el invierno. Como todo nuevo rico que se precie, y más, cuanto más dudosa es la honradez de la fortuna, Chulem está pensando en comprar un equipo de fútbol, español por supuesto.

Yo daría mi sangre por Chulem Palmao. Es mi mejor amigo. Sólo a él le puedo confesar mis peripecias amatorias. Cuando le conté los del artículo del As, se echó a reir y me dijo: Ay pringao, ¿No sabes que la única manera de tener sexo seguro es … pagando?”. VanityFreakNews.

sábado, 11 de enero de 2014

El único español que quedaba trabajando pide una baja.


Kike Osden es un español como otro cualquiera, ni alto ni bajo, ni feo ni guapo. Colgó los estudios en primero de bachillerato: "Padre ya no podía trabajar y con la pensión que le había quedado, no daba para alimentar a una familia numerosa". Se desposó con la novia del instituto, y sin divorciarse de ella, volvió a casarse con Bankia merced a una hipoteca a setenta y cinco años. Ese sí que fue un matrimonio indisoluble ante Dios y ante los hombres.
 
En aquel tiempo, se ganaba el pan como constructor, eufemismo utilizado por los modernos cuando se refieren a la profesión de albañil. Kike conoció la época de las vacas gordas. Vivió desde dentro la burbuja inmobiliaria, y su estallido le pilló en el epicentro. Esta explosión virtual tuvo efectos devastadores en la sociedad española. La onda expansiva afectó a cientos de miles de personas de todas las capas sociales, dejando un reguero interminable de damnificados en la cola del paro, desde oficiales de primera hasta arquitectos.
 
"El auge del ladrillo fue un período de locura absoluta. Cualquier solar era bueno para levantar una torre de casas. Daba igual como fueran y que precio tuvieran, porque se vendía absolutamente todo. Los bancos te tasaban el piso por encima del precio de mercado, ya de por sí inflado. Luego te prestaban el cien por cien del importe, y otros tantos miles de euros por si querías reformar la vivienda o cambiar de coche. El dinero era como la Neisseria gonorrhoeae en un burdel, nadie lo veía físicamente, pero circulaba a toda velocidad, moviéndose de un cliente a otro como Pedro por su casa.
 
Un señor bajito y malencarado, que a la sazón ocupaba temporalmente la jefatura del gobierno, salía en la tele y decía que España iba bien. Bien jodida, pensaban algunos. Bien encaminada hacia el abismo, afirmaban los más escépticos. Los indicadores macroeconómicos mostraban que estábamos en verano, y los políticos de entonces nos hicieron pensar que el calorcito estival duraría toda la vida. No es así: Algunos años el verano puede durar un poco más, pero siempre acaba por llegar el invierno.
 
En los albores del otoño, el señor del bigote se marchó a tomar el sol y hacer abdominales. Aún no hacía frío, pero empezaba a echarse en falta un jersey por las mañanas. Le sustituyó un señor alto y bienencarado, que no sólo creía en los Reyes Magos, sino que pretendía que los demás también lo hiciéramos. Con él entró el invierno,  el más crudo del siglo. Ni los más viejos del lugar recordaban temperaturas tan bajas. Pero como el señor de la ceja seguía empeñado en que estábamos en verano, nos cogió a todos en bermudas y con camisa de palmeras.
 
Cuando llegaron las nieves, y las carreteras quedaron cortadas, el señor alto reconoció que estaba empezando a refrescar. Pero afirmaba que en dos patadas llegaría la primavera, y España se llenaría de brotes verdes. También decía que si teníamos frío era por culpa del señor bajito, que en su día no nos compró abrigos.
 
Pasado el tiempo, el bajito se afeitó el bigote y el alto se depiló la ceja. Nosotros seguíamos en la Edad de Hielo, mientras ellos estaban cada vez más pintureros, y se permitían el lujo de escribir manuales de supervivencia en tiempos de crisis.
 
Así fue España en lo macroeconómico. Con uno llegamos al borde del precipicio, y con el otro dimos un paso al frente. En lo microeconómico, mi historia no fue muy diferente. Con veinte años recién cumplidos, yo ganaba más que un médico jefe de servicio de un gran hospital.  Pero todo lo que sube baja, incluso en el caso de Nacho Vidal. De un día para otro, la construcción frenó en seco. El castillo de naipes se derrumbó en cuanto el viento empezó a soplar tímidamente.
 
Estuve tres largos años sin encontrar trabajo. Como había tenido que vender el BMW y el Porsche Cayenne, recorría a pie las obras de mi barrio, y después las de mi ciudad, en búsqueda de un jornal. El problema es que ya no había nuevas construcciones, y las que estaban en marcha habían parado. Las grúas que hasta hace poco dibujaban nuestro skyline habían desaparecido. Los promotores inmobiliarios que habían amasado fortunas indecentes en pocos años,  empezaron a no pagar a los proveedores, y después a suspender pagos. Todos los días cerraban cinco o diez empresas.
 
Gracias a un amigo de un amigo, comencé a trabajar en un bar. Un negocio pequeño, aunque suficiente para ir tirando. Medio año después, el bar también quebró. Me quedé otra vez en la calle, con la consiguiente fama de gafe,  ganada a pulso. Tanto es así que ya nadie me quería contratar, ni siquiera en Zara o Mercadona, las únicas joyas aún sin empeñar del otrora Imperio español, aquel donde nunca se ponía el sol, y donde ahora siempre era de noche.
 
 
 
Lo siguiente que encontré fue una línea caliente, uno de esos teléfonos a los que nadie reconoce haber llamado nunca. Un trabajo aséptico y funcionarial. Mientras haces un sudoku o una colcha de ganchillo, intentas no pensar en que tu interlocutor se está tocando, y aquí paz y después gloria. La gente está muy mal. A veces te llevas sorpresas. Por ejemplo, cuando reconoces la voz de algún cliente: “Tita Marta”, “Uy, usted perdone, creo que me he equivocado”. Mi tía Marta tenía fama de haber sido un poco guarrilla en sus años mozos. La abuela la quería un montón y siempre le dedicaba alguna lindeza: "Esa pelandusca me quitó a mi hijo porque el pobrecito era tan débil mental como su padre. Todos los hombres son iguales. Ven unas bragas y se olvidan momentáneamente hasta del fútbol. Si no fuera por mi Carlitos, esa golfa todavía estaría bailando en porretas en aquel garito de mala muerte".
 
 
 
 
Después de muchos avatares, y orgasmos interruptus por fallos en la línea telefónica entré a trabajar en Jazttel como teleoperador. Experiencia en el sector ya tenía, pero el problema es que había desarrollado automatismos, y sobre todo al principio me jugaron malas pasadas. Lo típico, llamas a un cliente para ofrecerle la fibra óptica y cuando te quieres dar cuenta le estás diciendo: “Esta mañana estoy muy caliente. ¿Lo sabes, verdad?”.
 
Menos mal que la gente en España es buena. Santos varones y santas mujeres. Cómo explicar si no, que aguanten estoicamente llamadas todos los putos días del año, a cualquier hora. Yo me pongo en su lugar, y tiraría el teléfono por la ventana.  Seiscientos euros al mes por ocho horas al día, cinco días a la semana. No es el trabajo de mi vida, pero es lo que hay, y no lo cambiaría por nada del mundo. Soy un paria de la sociedad, pero poder putear a la gente oculto en el anonimato, no se paga con dinero.
 
 Sí amigos, yo soy uno de esos hijos de padre desconocido que os llama a la hora de la siesta cinco semanas seguidas. Yo soy ese al que amablemente le pedís que por favor no os vuelva a telefonear porque no os interesa el producto que os ofrezco, y al día siguiente os vuelvo a molestar repetidas veces hasta que descolgáis. Yo soy ese al que le decís que tenéis Telefónica, y que no vais a cambiar de operador hasta que Paquirrín gane el certamen de Mister Universo, y a los diez minutos lo vuelvo a intentar  por si os habéis arrepentido. Sí, soy un grandísimo hijo de puta, un revienta siestas que no descansa ni en días festivos. Esta es la salsa del trabajo, llamar a alguien tantas veces como yo quiera, para ofrecerle algo que no ha pedido. Es la primera vez en mi vida que tengo la sartén por el mango, y no voy a soltarla.
 
 
 
 
Pero esta mañana he abierto los ojos, y he decidido darme de baja. He tenido que venir a trabajar andando, porque el METRO y la EMT hacían huelga. Al llegar, me he dado cuenta de que era el único en la empresa: Pedro Pablo está de baja maternal, Juanlu, Choti y Piru de vacaciones. Justi se había cogido el día para llevar al médico a su suegra, con la que no se habla desde que Suárez legalizó el Partido Comunista, y Edilberto tiene por quinta vez gastroenteritis en la que va de semana, y estamos a martes.
 
Luego he pensado en mi familia. Mi padre está jubilado y mi suegro también. Mis cuñados y mis hermanos están prejubilados, menos el pequeño, que es funcionario y lleva doce de meses de baja por estrés laboral. Yo le entiendo: Los suplementos dominicales de los periódicos cada vez tienen más páginas, y al bueno de Chemari no le da tiempo a leerlos todos en el trabajo, por lo que está atacado de los nervios.
 
En mi portal, los del primero, segundo y tercero están en el paro. Los del cuarto, quinto y sexto llevan tanto tiempo sin trabajar, que ya se han borrado hasta del INEM. El del séptimo A tiene una invalidez total por artrosis incipiente en la rodilla, y el del séptimo B es crítico de cine, o sea que le pagan por lo que los demás pagamos, y encima se da el gustazo de poner a parir el trabajo de otros, aunque él no sería capaz de rodar ni un video de comunión.
 
Así que quedamos los del noveno: Iker y yo. Dos hombres y un destino: Levantar España. La verdad es que él no trabaja mucho desde que es suplente. Ayer fue padre, y cuando le llamé para felicitarle, me dijo que se iba a tomar unos días para acompañar a Sara y al niño. Tras colgar, me quedé pensativo y dije en voz baja: Kike, eres el único gilipollas que queda trabajando en España. O pides una baja, o vas a pagar tu solito las pensiones, subvenciones, cuotas, impuestos, tasas y corruptelas de los cuarenta millones de españoles. Dicho y hecho. ¡Qué os den!”. VanityFreakNews.
 

sábado, 4 de enero de 2014

La maternidad es el mejor método anticonceptivo.


       Quién le iba a decir a Olaya Nimeacuerdo que los científicos acabarían por darle la razón. Olaya quería ser madre de familia numerosa, pero pasaban los años, y el pequeño Timmy no tenía hermanitos con quien jugar.

         Ella y su marido conocían muy bien la causa, pero cuando hablaban del tema con la gente, sentían que les miraban como si estuvieran locos. Por eso ahora no pueden ocultar su satisfacción. Un estudio de la Universidad de Mijas Costa, concluye que ser madre es el mejor método anticonceptivo, muy por delante de los tratamientos hormonales o de los dispositivos de barrera.
 
 
 

         Estos resultados han sorprendido a la comunidad científica internacional, convencida de que el estudio es una coña: “Ya están los españoles como siempre. Su gobierno ha recortado drásticamente los fondos para investigación, y en consecuencia, el nivel de las publicaciones es aún más bajo que de costumbre. Hay quien dice que es por orden directa de Rajoy, interesado en que la ciencia nunca descubra por qué habla como si tuviera en la boca una patata caliente del McDonald´s”.

         El estudio se ha publicado en “Ser suegras”, revista de referencia entre las madres políticas de habla hispana. Está indexada como publicación de alto impacto. Y no nos extraña, porque suele tener entre ochocientas y mil páginas. Como se te caiga encima de un pie, te lo apaña.

Carmele Viatán, la queridísima y no siempre bien valorada suegra de Olaya está suscrita a la revista desde que era mocita: “Había que ir entrenándose para el futuro. Tarde o temprano todas acabamos teniendo nuera. Es ley de vida. Has de joder a tu hija política, igual que te jodió a ti tu suegra”.

         Una mañana cualquiera, Carmele se presentó por sorpresa en casa de Olaya: “Vengo a ver al niño, que a ti te tengo muy vista. Por cierto, que cara de cansada tienes”. Abrió el frigorífico: “Que vacío está. Igualito que el mío, que parece El Corte Inglés”, y destapó la olla: “Aghhh, esta vaca que has puesto para el ragout está muerta. Te tengo que decir un día donde compro yo la carne. Y ya te daré la receta, que aunque esté feo decirlo, a mí el estofado me sale buenísimo”.

         A esa altura de la inesperada visita, el cerebro de Olaya llevaba en modo off  bastante rato. Todos los días era la misma monserga y ya estaba acostumbrada: “¿Mi hijo? Trabajando, como siempre. Vaya vida que lleva el pobre, y lo delgado que se está quedando desde que no come en casa. La suerte que has tenido con él, bonita. Aunque también tiene su carácter ¿eh? No te vayas a creer que siempre está de buen humor. Yo soy su madre y lo conozco mejor que nadie”.
 
 
 

         Hace tiempo que Olaya retiró los cuchillos de la cocina para evitar cometer una barbaridad en un momento de debilidad y/o desesperación: “Bueno, despierta a Timmy, que se me hace tarde. En cinco minutos he quedado con mis amigas y no me va dar tiempo ni a darle un beso. Ya le llamo yo: Timmyyyyyyyyy”. Media hora después de ese grito sobrenatural, apareció Eutimio, recorriendo  cansinamente los cinco metros que separan su habitación de la sala de estar: Quince años, metro noventa de estatura, cuarenta y siete de pie, flequillo caído sobre la barbilla, heavy axilar, y expresión transida. Ni estudia, ni trabaja. Juega a la PlayStation, y entre partida y partida guasapea con los de su tribu.

         “Ayyyyy, ¿Quién está aquí, Timmy? ¿La yaya Conchi? Nooooo, que esa no viene nunca y además te hace siempre una mierda de regalos. ¿Cómo me llamo yo, cómo me llamo yo? Ayyyy, el tiempo que hacía que no te veía. Si yo creo que has crecido desde ayer. Toma cincuenta euros para que te compres algo, me devuelves sesenta y ya me darás el resto cuando la agarrada de tu madre te dé la paga. Ahh, y que te hagan factura, que luego me lo desgravo en hacienda como donativo.

¿Y de novia cómo andamos? Ni se te ocurra, que son todas unas lagartas. Tú te quedas con tu abuela, que alguien me tendrá que cuidar cuando falten tus padres. ¡Bueno, me voy que tengo prisa! Adiós Timmy. Adiós hija. Te dejo aquí esta revista, para que te culturices algo. Por cierto, ¿Estás más gorda o es que me lo parece? ¡Y qué cara de cansada tienes!”.

Olaya cerró la puerta con desgana y se miró en el espejo de la entrada, buscándose a sí misma: “Lo peor de todo es que la muy hija de puta de mi suegra tiene razón”. La casa se había quedado de nuevo en silencio. Eutimio había vuelto a la cama, y no se levantaría antes de las dos de la tarde, que es cuando ponen en Tele Deporte, el resumen de siete horas sin anuncios de los partidos de la Liga islandesa.
 
 
 

Abrió el “Ser suegras”, y pasó las páginas con cuidado, para no tocar la tinta azul tóxica que había en el ángulo inferior derecho de cada hoja. Desde que Carmele leyó “El nombre de la rosa”, llevaba años intentando envenenar a Olaya, como hacía el monje malo con sus hermanos del monasterio, cada vez que uno de éstos hojeaba el libro prohibido.

Le llamó la atención un artículo de título aparentemente contradictorio: “La maternidad es el mejor método anticonceptivo”. Ella podía corroborar en sus propias carnes la veracidad de las conclusiones de dicho estudio. Recordó con dificultad cómo era su vida de pareja durante el noviazgo. Olaya tenía sexo una vez al día, y su chico también, aunque él con los amigotes presumía de cinco o seis.

Se casaron, y aunque el ardor guerrero seguía intacto, la estadística se desplomó. De novios, mientras vivían por separado en casa de papá y mamá, tenían el cuerpo descansado y todo el tiempo del mundo para pensar dónde y cómo se lo iban a montar.  Pero la vida en pareja conllevaba que al llegar a casa después de trabajar, el sexo debía esperar. Compra, cocina, plancha, baños, polvo, aspirador, etc, son antiafrodisíacos muy efectivos. Y es que aunque parezca increíble, no todo el mundo en España tiene chica.

Luego están las inevitables cenitas con amigos … en casa propia. Olaya y su marido tenían la certeza de que sus colegas no vivían debajo de un puente, incluso conocían su dirección, pero nunca les habían invitado formalmente. Lo máximo que habían conseguido es un: “Desde luego, como sois. A ver si venís un día a casa”. “¡Coño! Probad a invitarnos un día concreto y ya veréis como sí que vamos”, pensaba Olaya.

El caso es que el matrimonio disminuye la libido, y quien diga lo contrario se engaña. No es que ya no te ponga tu marido, sino que no te quedan por fuerzas ni para llamar por el móvil (y ésto en una mujer es mucho decir). Una vez casada, Olaya pasó a tener sexo una vez a la semana, y su marido, también, aunque de puertas hacia afuera, siguió apuntándose cinco o seis al día.
 
 
 

Una de esas noches tontas de los sábados, Olaya se quedó embarazada. De todos es sabido que en los sábados, sabadetes se agrupan estadísticamente los encuentros sexuales de las parejas occidentales. Armstrong contaba en sus memorias que en el primer viaje espacial, estando allá arriba, los sábados siempre oían lamentos y gritos ahogados. Estaban acojonaditos porque pensaban que era vida extraterrestre. Nada más lejos de la realidad. La NASA les confirmó que lo que escuchaban eran gemidos orgásmicos provenientes de la Tierra, donde media humanidad le estaba dando al trijueque con la otra media.

Dieciocho meses después, nació el pequeño Eutimio, que hasta para venir al mundo fue lento. Y ahí se acabó el tema sexual para Olaya: “Finish, finito, game over, closed hole. Ya ni los sábados: Te levantas a las ocho, llevas al pequeño Timmy a maternonatación, luego a clase de chino (el resto de sus amiguitos están apuntados y tu hijo no va a ser menos). Después viene la clase de arte figurativo computerizado. Entremedias primera visita de los abuelos maternos y a continuación la de los paternos, sin solaparse, porque entre ellos no se pueden ni ver.

Almuerzo rápido, café con unos abuelos, merienda con los otros, visita de los primitos (para que se vean al menos una vez a la semana, también en tu casa, por supuesto), llamada al SELUR (Servicio Especial de Limpieza Urgente) y después al 112, para ver si con un poco de suerte, las autoridades reconocen tu casa como zona catastrófica.

Tercera visita de los abuelos, esta vez primero los paternos y luego los maternos, para que no se sientan discriminados. Baño de Timmy, cena rápida y a dormir, no sin antes llamar a los abuelos para ver cómo han pasado el día. Son las tres de la madrugada, una hora estupenda para dormir, y para otras cosas. Despiertas a tu marido, que está amodorrado en el sofá viendo la Teletienda. Te dispones a cumplir con el sacrosanto deber del matrimonio. Cuando después de mucho esfuerzo y concentración estás a punto de llegar al clímax, el pequeño Timmy, grita desaforado: “Mamaaaaaa, tengo sed, dame calimotxo”.

Se te viene el mundo encima, de hecho te das cuenta que por siempre jamás es lo único que se te va a venir encima, muy a tu pesar. Y no vuelves a tener sexo nunca más y tu marido tampoco, aunque él fuera de casa, siga proclamando que lo hace entre cinco y seis veces al día. ¡Las ganas, chaval, las ganas!” VanityFreakNews.