Prin
Gao no es un chino como los demás amarillos que viven en España. Al igual que
sus compatriotas, es feo de cojones, pero ahí acaban las semejanzas. A él le
gusta trabajar para vivir, y no vivir para trabajar. No perdona sus dos horas
de siesta diarias, su cafelito entre horas, y el fútbol. Para ser un auténtico
español sólo le falta urgarse la nariz en los semáforos, y el habitual polvete
del sábado noche, tradición ancestral en la Península Ibérica, desde que fue
invadida por suevos, vándalos y alanos.
Tomada de www.infobae.com
Hasta el dios de los chinos lo sabe: Nada
le haría más feliz a Prin Gao que ser como los españoles en este último punto.
Pero el caso es que el bueno de Prin no lo cata. Está a dos velas y ya no sabe
qué hacer: “Si yo lo único que quiero es encontrar una buena chica española, y casarme
con ella para poder darle mandanga de vez en cuando. No soy un inculto, y sé
que todo órgano que no se utiliza se atrofia”.
Lo he probado todo. Invito a cenar a
mis novias. Les hago regalazos. A algunas hasta les pago la hipoteca, les cuido
al perro y saco a hacer pis a sus madres, por aquello de ir confraternizando
con mis futuribles suegras. Hasta ahí todo muy bien, pero cuando llega el
momento del brikindans, se hacen las
estrechas, y se te he visto no me acuerdo. Siempre escucho la misma frase: “Me
caes muy bien pringao, pero prefiero que sigamos siendo amigos Facebook, Prin
Gao”. No comprendo por qué en una misma frase dicen mi nombre dos veces, pero
es que a las mujeres no hay quien las entienda. Me quedo con ganas de
preguntarles: ¿Cuántos de tus amigos Facebook te llevan a la primera fila de un
concierto de Luis Miguel, luego a cenar a Zalacaín, y para cerrar la noche te
regalan un anillaco de Bulgari?
Tomada de www.joyas.name.com
Cómo echo de menos mi país y a mis paisanas. Allí conoces a
una periquita, te la llevas a un Burger, y ya has triunfado. Por un menú con
patatas y bebida medianos sin postre, tienes tema a la italiana: La metes por
la noche y la sacas por la mañana.
Un día cualquiera, mientras estaba navegando
por internet, se abrió inexplicablemente una web guarra. Una de esas que nadie
visita, pero que todo el mundo conoce. Como haría cualquier macho hispano o
chino en mi situación, la cerré inmediatamente, no sin antes echarle una
miradita superficial de tres horas y cuarto. Para criticar algo hay que
conocerlo. ¡Qué escándalo!¡No sé dónde vamos a llegar! Yo soy un hombre maduro
y siempre he defendido que el sexo es para hacerlo, no para verlo. Pero si estas
páginas caen en manos de un adolescente invadido por el acné, luego pasa lo que
pasa.
Me fui a los deportivos digitales, concretamente a as.com
que es sólo un poquito menos cutresalchichero que marca.com. Se acercaba el
Mundial de Brasil, y había muchas noticias relacionadas con el gran evento. Mi
atención se polarizó bruscamente hacia una de ellas. El titular decía así: “La
Organización Mundial de la Salud recomienda que para tener sexo seguro hay que
ponerse preservativo”. Al parecer, las autoridades sanitarias preveían que
durante la celebración de la Copa del Mundo, se incrementaría exponencialmente
el número de encuentros sexuales entre los futbolturistas y los ardientes
nativos; y querían poner coto a la transmisión de enfermedades venéreas.
Para el extranjero medio, España es un país donde los
hombres son todos toreros, las mujeres van vestidas con traje de faralaes, y en
vez de viento, sopla flamenco. A la inversa, los hispanochinos pensamos que
Brasil está petado de mulatas transexuales que bailan samba medio en pelotas
hasta cuando están dormidas. Debido a una mutación cromosómica, tienen la
libido por las nubes, y van por ahí tirándose todo lo que se menea.
Ya se sabe que del dicho al hecho hay mucho trecho, pero yo
me subí al primer avión que encontré con destino a Brasil. Por todo equipaje,
llevaba un calzoncillo de repuesto y una caja de profilácticos tamaño familiar.
Nada más desembarcar, busqué un taxi rumbo a Ipanema. El sol presidía la playa
desde lo alto, y la arena estaba casi tan caliente como yo. Me acerqué a la
primera chorbita que encontré, y me senté en su tumbona: “Llevo puesto un
preservativo, así que ya sabes lo que toca”. Un zas en toda la boca y cinco
dientes menos después, pensé que aquella hembra sedienta de sexo no entendía
castellano.
Tomada de www.pressdispensary.co.uk
Saqué mi Smartphone y busqué un traductor de idiomas. Ahora
el plan no fallaría, y con un poco de suerte, follaría. Llegué casi hasta la
orilla, y del mar emergió una mujer escultural: metro noventa, larga cabellera
rubio platino, y más curvas que la carretera de Nerja. Me coloqué ante ella,
metí tripa, y le espeté con la seguridad del que se sabe ganador: “Eu estou
usando uma camisinha do pito, você sabe o que toca”. Joao, que así se llamaba
la walkiria brasileira, me saltó otros cinco dientes, no sin antes ahuecarse el
pareo dejando ver una tercera pierna, casi del mismo tamaño que las dos de
apoyo. Cómo iba a pensar yo que una jaca con esas tetas mearía de pie. El As
digital no era distinto al resto de periódicos, que sólo cuentan mentiras. En
Brasil no hay mambo seguro, aunque lleves preservativo. Desdentado y humillado
volví a España sin ver ni un solo partido de La Roja.
Al llegar a Barajas me enteré de que la selección había
caído en la primera fase, y regresaba en el avión siguiente. Así que aproveché
y me quedé allí para gritarles: “Menos Ferraris y más cojones”, “No sentís la
camiseta”, y lindezas por el estilo. Curiosamente, estábamos los mismos que
cuatro años antes fuimos a recibir a los jugadores cuando ganaron la Copa de
Mundo en Sudáfrica, y los aclamamos como héroes.
Tomada de www.albondigamental.blogspot.com
Un día de bajón, le conté mis penas a mi amigo Chulem Palmao.
Él es eso que los horteras llaman ahora emprendedor, y que durante el
tardofranquismo se denominaba industrial. Vamos, qué tiene una empresa, y así
nos entendemos todos. Chulem conocía que España se había llenado de norte a sur
de pequeñas tiendas llamadas “Chinos”, donde por muy poco dinero podías
encontrar cualquier tipo de cosa: desde un inciensario para mascotas, hasta un
braguero metálico con el escudo del Barça. Todo de fabricación china, es decir,
ínfima calidad y diseño pirata. Chulem pensaba cuán gilipollas eran los
españolitos, que compraban mierda a bajo precio y se iban a casa tan contentos.
Un día, mientras realizaba una excursión por la España
profunda, entró a una tienda de artesanía y vió la luz: Tenía ante sí el
negocio de su vida. En su país había mil millones de chinos, tan panolis como
los españoles, dispuestos a comprar aquellos productos made in Spain. Fue así como creó Españistán, una cadena de tiendas
que se extiende desde Beijing hasta Shanghai. Allí, el chinito de a pie puede
encontrar por unos pocos yuanes todo
tipo de cosas relacionadas con la cultura española: botijos con pitorro antirrobo,
boinas desparasitadas, lencería de esparto hipoalergénico, botas de vino
picado, fundas para tablet en punto de cruz, acericos con la cara Zapatero y de
Rajoy, camisetas del Madrid firmadas con la huella digital de los jugadores,
preservativos reutilizables de ganchillo tupido, las obras completas de Belén
Esteban en tapa dura, fotos de lo que queda de la Familia Real.
Tomada de www.objetivorioja.com
Ni que decir tiene que Chulem se ha forrado. Los chinos
tienen la misma fiebre consumista que los españoles, y compran de todo siempre
y cuando sea barato. No tienen ni puta idea de para qué sirve lo que han
adquirido, pero les da igual y le encuentran un uso alternativo: los botijos
acaban siendo floreros, y los profilácticos calcetines abrigaditos para el
invierno. Como todo nuevo rico que se precie, y más, cuanto más dudosa es la
honradez de la fortuna, Chulem está pensando en comprar un equipo de fútbol,
español por supuesto.
Yo daría mi sangre por Chulem Palmao. Es mi mejor amigo.
Sólo a él le puedo confesar mis peripecias amatorias. Cuando le conté los del
artículo del As, se echó a reir y me dijo: Ay pringao, ¿No sabes que la única
manera de tener sexo seguro es … pagando?”. VanityFreakNews.
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