sábado, 8 de junio de 2013

El bañador fardahuevos será tendencia este verano.



Tom Tolaba es sinónimo de tendencia. No tenemos noticia de cómo prosperó hasta convertirse en el gurú de la moda mundial, pero Tom dicta cada temporada lo que es in y lo que es out. Él decide arbitrariamente quién debe ser la it girl del momento, y qué niña tonta debe destronar a la niña tonta previa.
 
 

Un comentario intrascendente de Tom en el front row de un desfile, puede suponer la ruina de un diseñador, o la coronación de otro. Es admirado y temido a partes iguales. El simple anuncio de su presencia en un show room, indica que algo gordo se está gestando (y no nos referimos a que la madre de Falete vuelva a estar embarazada). Resulta sorprendente que un señor de edad avanzada, medio calvo, miope, regordete, y que apenas sobrepasa el metro sesenta con alzas, sea el referente estético de millones de personas en todo el mundo. Así lleva ocurriendo desde hace una década, y no tiene visos de cambiar.
 
 

Tom Tolaba ha reconocido que las grandes ideas le sobrevienen cuando está sudando en el giñasio. Efectivamente,  no cuando levanta pesas como un autómata, sino cuando está apretando de lo lindo en el cuarto de baño. Y es que al parecer, va estreñido desde chiquitito. Su método de trabajo no es la inspiración divina, sino la inspiración forzada con la glotis cerrada, maniobra ancestral para favorecer el reflejo fisiológico de la defecación. Para tan ardua y productiva labor, Tom siempre va provisto de la prensa rosa de la semana. Primero la lee, y luego se limpia con ella el tercer ojo.

 Así fue como una fría tarde de Diciembre, media hora después de dar buena cuenta de un cocido madrileño de tres vuelcos, Tom se dirigió con puntualidad británica a su habitual reunión postprandial con la taza del water. Entre deflagración y deflagración, y mientras externalizaba el cocido, el tonto de Tom Tolaba decidió que el verano siguiente, todo varón que quisiera ser trendy, tendría que lucir un bañador fardahuevos en sus escapadas a la playa o a la piscina. ¡Qué grandísimo hijo de puta!
 
 

Como no podía ser de otra  manera, el culpable de este atentado estético, fue un futbolista, y además uno de los más grandes, don Andrés Iniesta. El héroe de Sudáfrica, el jugador que nos dio la gloria de ganar un mundial, se convirtió sin saberlo en fuente de todas nuestras desdichas. Porque un fardahuevos, además de ser extremadamente hortera, es incomodísimo. Cualquiera que haya llevado la masculinidad constreñida por una de estas prendas infames, sabe de lo que estamos hablando.

El bueno de Iniesta  se había ido con su churri a pasar unos días a una playa paradisíaca, para descansar de la durísima vida de futbolista. Al parecer, en Barcelona no sólo se dejaron las maletas, sino también el buen gusto. Desde Úrsula Andress emergiendo del mar en "007 contra el Dr. No", ataviada  con un sucinto (para la época) bikini blanco, no habíamos vivido otra salida/entrada del agua con tanto glamour.
 
 

El bañador del genio de Fuentealbilla era extremadamente pequeño, incluso más que el de la Andress. Pero con ser esto malo, no era lo peor. Lo verdaderamente sangrante era el estampado imposible de la prenda en cuestión. Indefinible, horroroso, gicho. Algún alma pura apuntó que el dibujo era un repelente para los tiburones. Desconocemos este particular, pero lo que sí es cierto es que la foto era el antídoto contra la lujuria. ¡Dios bendito! Diez años en una isla desierta con Iniesta así desvestido y ni un mal pensamiento libidinoso. Melena al viento, barba a medio crecer, piel blanco aspirina, y tableta de chocolate abdominal, suponemos que deglutida, aunque sin rastro externo visible del cacao.
 
 

El gran pelotero español, fue inmortalizado de esta guisa por un paparazzi, que posteriormente vendió el reportaje gráfico a la revista “¡Qué me dices!”, uno de cuyos ejemplares, aterrizó por desgracia en el cuarto de baño de Tom Tolaba. Como buen gurú, Tom desprecia al hombre en general y odia a la mujer en particular. Sólo así se pueden explicar el binomio blazer-vaqueros, los bañadores hasta el tobillo, el flequillo a lo “Cuéntame”, y las gafas de pasta para ellos; así como las faldas tubo, las faldas maxibraga, los zapatos chupamelapunta, los tacones de plataforma, y el estampado de guepardo para ellas.

Por no hablar del peso. ¿De verdad alguna mujer piensa que a los hombres normales nos atraen los ideales de belleza que salen en la televisión? El macho ibérico, al igual que el neozelandés, es un fanático de la carne: Poco hecha, pasada o al punto, pero carne al fin y al cabo. Esto les ocurre hasta a los varones vegetarianos.
 
 

El pescado es preferible que se quede en el mar que es su hábitat natural, por mucho que el Tom Tolaba de turno se empeñe en que todas las mujeres sean como Kate Moss. No es que “ellos las prefieren gordas, gordas y apretás”, como cantaba la Orquesta  Mondragón de Javier Gurruchaga en los ochenta. Pero al género masculino le gusta tener donde agarrarse (por si pierde el equilibrio), y si puede elegir, se decanta por las carreteras sinuosas plagadas de curvas, en vez de esas autopistas rectas interminables donde te duermes conduciendo de puro aburrimiento.
 
 

En este tema, el consenso es amplio. El españolito medio, ya sea product manager o albañil, siempre rebuzna ante una buena grupa. Jamona, jaquetona y caballona son palabras desafortunadas y peyorativas, pero constituyen el ideal de belleza real del imaginario masculino, y no la mierda que nos quieren vender, desde los oráculos de la moda.

Muchas veces hemos oído en boca de una mujer eso de: “Llegada a cierta edad, tienes que elegir entre tener cara o tener culo”. Allá cada cual, pero cuánto daño está haciendo el tofu en las relaciones de pareja. La vida es alegría y una de las mayores alegrías es un buen cañonazo de potaje. Y es que no hay cosa más triste que pasear un día cualquiera por la Milla de Oro de Madrid. Vista una mujer, ya has visto a todas: Cuarenta y cinco kilos escurridos, melena rubia teñida con cejas negras naturales, todas las cirugías estéticas que el lector pueda imaginar, taconazos, jeans gastados y ajustados como una segunda piel, blusa entallada preferiblemente blanca y desabrochada para enseñar todo sin que se vea nada, joyas pocas y discretas, cara de todomehueleamierda, y por encima de todo, una expresión facial de malfollada que no puede con ella.

Naturalmente, “Nosotras parimos, nosotras decidimos”, y ningún hombre tiene derecho a opinar sobre cómo tiene que vestir o cuánto tiene que pesar una mujer, aunque sea la suya. Si la fémina en cuestión se siente deseada y superatractiva, pareciendo un ultracongelado de La Sirena, adelante.

Pero a quien pueda interesar: El cien por cien de los hombres que conozco, entre cara y culo, elegirían siempre lo segundo. Palabra de macho español. VanityFreakNews.

P.D.: Si mi otra mitad quiere que sea trendy, yo me compro un fardahuevos como el de Iniesta  y arreglado. Aunque conociéndola como la conozco, creo que no tendré que pasar por ese luctuoso trance, y podré seguir llevando mis bermudas habituales. Bufffff.

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