Cuando en cualquier lugar del mundo se escucha la palabra
PAU, lo primero que viene a la mente es la figura del legendario jugador de
baloncesto de la NBA, Pau Gasol. Pero como Spain is different,
el origen de este término entre nosotros es muy distinto. Las siglas P.A.U.
corresponden a Programa de Actuación Urbanística, o al menos eso es lo que dice
la wikipedia. Bonito eufemismo para su
verdadero significado: Páramo Actualmente Urbanizado.
Realmente, un PAU es el máximo exponente del boom
inmobiliario activado en España en los
noventa, y detonado sin piedad en la primera década del siglo XXI. La burbuja
inmobiliaria nos ha explotado en las narices, liberando toda la mierda que
tenía dentro, y salpicando de excrementos
a propios y a extraños. Cuando nos creíamos aquello de que “España va bien”,
cabalgábamos felices a lomos de un caballo desbocado llamado Ladrillo. Después
de ir toda la vida en burro, era un puntazo montar un corcel. Pero como en el
cuento de Cenicienta, al llegar las doce de la noche, el purasangre jerezano volvió
a ser el rucio viejo que había sido siempre. La metamorfosis inversa nos pilló en
el palacio del príncipe, y nuestras partes pudendas quedaron al descubierto
delante de todos los invitados.
El mercado decía que una vivienda de cuarenta millones
costaba cien, pero el banco te la tasaba en ciento diez, y te prestaba ciento
veinte por si querías cambiar de coche o hacer reforma antes de entrar a vivir.
Bien entrado en la treintena, y con un sueldo de mil y pocos euros, firmabas
una hipoteca a setenta años. La esperanza de vida en España ronda los ochenta
para ellos y los ochenta y cinco para ellas. Entonces, ¿Quién coño iba a seguir
pagando la hipoteca de los difuntos? Porque Zombieland no existe y aunque la
duquesa de Alba tenga muchísimo dinero (que lo tiene) y sea inmortal (que lo
es), tampoco es justo que asuma ella sola la deuda inmobiliaria de todos los
españolitos dentro de cien años.
De los cientos de miles de parejas que quisieron vivir el
sueño español, nos fijamos hoy en Samantha Pica y Marco Jonazos, peluquera
esteticien con conocimientos básicos de Ofimática, y becario de reponedor en
Carrefour, respectivamente. La ilusión de su vida era tener casa propia en Madrid.
Como eran presidentes de club de fans de
Miguel Bosé, su primera opción fue Somosaguas A, pero no les llegaba el
presupuesto para ser vecinos de su ídolo. Tampoco para Somosaguas B, ni para
Prado de Somosaguas. Unos kilómetros más al este estaba Jardín de Somosaguas.
Seguía siendo caro. Más lejos aún Buhardilla de Somosaguas, también
inalcanzable. Y ya en la provincia de Huelva, encontraron Inodoro de
Somosaguas. Era asequible de precio pero estaba un poco distante del centro de
la capital, y no les gustó.
No querían vivir en una ciudad dormitorio ni en un barrio
proletario, “Porque están llenos de inmigrantes” Rechazaban una casa céntrica
pero antigua: “Te dejas un dineral en reformas y sigue siendo un piso viejo”.
Las opciones se reducían dramáticamente, hasta que la palabra PAU entró en sus
vidas. Se enamoraron de este novedoso concepto. Vivir donde hasta hace dos días
pastaba la cabaña caprina entrañaba riesgos, pero afortunadamente la oveja es
un animal pacífico, y no conoce el rencor.
Después de quince años como pareja de lecho, de ascensor, de asiento trasero del coche, o de donde se
pudiera, decidieron arreglar los papeles. No creían en la Iglesia, y no la
pisaban desde su Primera (y única) Comunión, pero como “Algo tiene que haber”,
montaron un bodorrio por todo lo alto, con cura y todo, “Uno joven muy
enrollado, de esos que hace misas cortitas y cuenta chistes verdes en la
homilía”.
Se fueron de viaje de novios a la Riviera Maya, con una
promoción todo incluido de Viajes
Carrefour. “Un mes y medio, para descansar de todo el lío de la boda. Los
amigos nos decían que aguantáramos un poco más, y así hubiéramos hecho el viaje
con el IMSERSO, pero es que a Marqui y a mi nos apetecía un montón irnos ya, en
vez de esperar un par de meses”.
La estancia en México fue un desastre. El hotel no tenía
menú para diabéticos hipertensos, y Samantha perdió el equipaje de mano donde
llevaba su Vaginesil® y la Viagra® de Marco. Y para colmo de males, nevó dos
semanas seguidas, en un lugar donde habitualmente, ni siquiera llueve. Así que
de vuelta a España, el flamante matrimonio decidió instalarse en casa de doña
Paca, la madre de Samantha: “Unos diítas, mientras nos entregan las llaves de
la casa”.
Pasaron cinco años y por fin llegó el momento: El nido de
amor de los tortolitos estaba listo para ser habitado. Después de tres meses de
mudanza, la pareja se trasladó “Con lo puesto y de forma provisional, que las
cosas hay que hacerlas bien”. Según salieron por la puerta, doña Paca llamó a
un cerrajero veinticuatrohoras, y
mandó cambiar la cerradura de su casa, con la intención de hacerse fuerte en
ella. Pero Samantha era muy mujer, y tardó diez minutos en llamar a su madre:
“Máma, esta casa no me llena tal cual está concebida. Tenemos que hacer unas
pequeñas reformas, y cambiar parcialmente la distribución de las habitaciones.
Máma, cómo se nota que los arquitectos diseñan casas que luego no van a
habitar”.
Doña Paca, que también era mujer, entendía perfectamente a
su hija, pero hasta ella se daba cuenta de lo exagerado de la situación: “¿Y
qué opina tu marido, hija?”, se atrevió a preguntar. “Pues ¿Qué va a opinar? Ya
sabes cómo son los hombres. No dice nada, no se implica en la casa ni en
nuestra relación. Yo soy la que tiene que decidir por los dos y hacerlo todo, y
él se limita a asentir. Mal empezamos”, respondió Samantha. “No te preocupes,
máma. Esta vez vamos a estar poco tiempo contigo, sólo unas semanitas mientras
hacemos la obra”.
Doña Paca acabó esa tarde en Urgencias, víctima de un ataque
de ansiedad. Un año y cien mil euros después, la reforma estaba terminada.
Tiraron la habitación pequeña y la de invitados para hacer una suite. Pusieron el baño grande donde
estaba la cocina, y la cocina donde estaban antes el salón y la mitad norte del
vestidor principal. El baño pequeño se lo dieron al recibidor. Unieron la
habitación del ordenador, las de los niños y cinco de los seis armarios
empotrados, para hacer un salón panorámico con vistas al descampado que lindaba
con la urbanización por el sur. Marco fue un día a visitar la obra y quedó
temporalmente sepultado entre un muro de contención y la nueva pared del
pasillo, que estaban levantando los albañiles a toda velocidad. Al final, con
tanto cambio se les olvidó poner inodoros: “Menos mal que nos llevamos
fenomenal con los vecinos de al lado, y nos dejan pasar a su casa cuando
tenemos necesidad”.
Samantha estaba orgullosa de su casa. Lo que más le gustaba era la chimenea falsa que mandó
construir en el salón. Allí, frente al fuego y sobre su abrigo de piel
sintética tendido en el suelo, Marco la tomaría salvajemente, como en las
películas americanas de serie B. Se despediría para siempre de la frigidez que
la atenazaba desde la despedida de soltera (con boy chapero incluido), y volvería a ser la hembra multiorgásmica
que siempre había sido desde la EGB.
Todo era perfecto, pero faltaba la guinda del pastel. Había
que presentarse en sociedad, que todo el PAU supiera quienes eran Samantha Pica
y Marco Jonazos. Samantha se hizo follower del perfil oficial de Pau Gasol en
Twitter, y con dos ovarios, invitó al astro de la canasta a la fiesta de inauguración
de la casa. Pau había dado nombre al P.A.U., y ahora sería el padrino de la
puesta de largo de los señores de Pica-Jonazos.
El gran Gasol le dijo que buenooo, que el cuatro de Julio
tenía un acto promocional en Madrid, y que tal, que lo veía un poco difícil,
que a lo mejor en otro viaje… Samantha entendió claramente que aquello era un
sí, e incluso que el bueno de Pau estaba golosón con ella.
Fue al banco para pedir una ampliación de la hipoteca, que
evidentemente le concedieron sin pedir más explicaciones, y organizó La Fiesta.
Fletó autobuses para que los vecinos del otro extremo del PAU pudieran acudir. Hizo
montar un castillo hinchable y una piscina de bolas para los niños, y organizó
un campeonato de ganchillo para las abuelas. Contrató el catering con El Corte
Inglés, camareros uniformados incluidos. Para la música en vivo, se decantó por
El sueño de Morfeo, que desde su pelotazo en Eurovisión, tenían menos galas que
libros la biblioteca de Belén Esteban. Ahora sí que sería todo perfecto.
El cuatro de Julio, Pau Gasol aterrizó en el aeródromo
privado de Torrejón, al noreste de Madrid. Subió a la parte trasera de un coche
negro de alta gama, y tomo rumbo hacia la capital de España. La carretera
habitual estaba cortada por un accidente, así que el chófer se tuvo que desviar
“unos kilómetros”. Se había instalado una pancarta gigante a la entrada del
PAU, con la leyenda: “Pau, bienvenido a tu P.A.U.”. La muchedumbre ocupaba los
dos lados de la carretera de acceso, aguantando estoicamente a pleno sol.
Samantha engalanada con sus mejores galas, lucía con gracia sin igual, el
chándal de los domingos y los zapatos de su boda.
Mientras, Marco permanecía apostado en la azotea del
edificio más alto, intentando atisbar en el horizonte la llegada de Gasol. De
pronto, un Audi A8 negro emergió de la nada, acercándose al PAU a gran
velocidad. Marco dió el rebuzno de alarma. La tensión se palpaba en el
ambiente. El coche pasó como un rayo bajo la pancarta de bienvenida, y un
segundo después estaba tan lejos que ya no se podía leer su matrícula trasera.
La situación parecía calcada de la secuencia final de “Bienvenido Mr Marshall”,
y es que hay veces que la realidad supera, o al menos iguala, a la ficción. VanityFreakNews.
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