sábado, 22 de junio de 2013

Se entregan las primeras viviendas en el P.A.U. Gasol.

       
Cuando en cualquier lugar del mundo se escucha la palabra PAU, lo primero que viene a la mente es la figura del legendario jugador de baloncesto de la NBA, Pau Gasol. Pero como Spain is different, el origen de este término entre nosotros es muy distinto. Las siglas P.A.U. corresponden a Programa de Actuación Urbanística, o al menos eso es lo que dice la wikipedia.  Bonito eufemismo para su verdadero significado: Páramo Actualmente Urbanizado.
 
 

Realmente, un PAU es el máximo exponente del boom inmobiliario activado en  España en los noventa, y detonado sin piedad en la primera década del siglo XXI. La burbuja inmobiliaria nos ha explotado en las narices, liberando toda la mierda que tenía dentro, y salpicando  de excrementos a propios y a extraños. Cuando nos creíamos aquello de que “España va bien”, cabalgábamos felices a lomos de un caballo desbocado llamado Ladrillo. Después de ir toda la vida en burro, era un puntazo montar un corcel. Pero como en el cuento de Cenicienta, al llegar las doce de la noche, el purasangre jerezano volvió a ser el rucio viejo que había sido siempre. La metamorfosis inversa nos pilló en el palacio del príncipe, y nuestras partes pudendas quedaron al descubierto delante de todos los invitados.

El mercado decía que una vivienda de cuarenta millones costaba cien, pero el banco te la tasaba en ciento diez, y te prestaba ciento veinte por si querías cambiar de coche o hacer reforma antes de entrar a vivir. Bien entrado en la treintena, y con un sueldo de mil y pocos euros, firmabas una hipoteca a setenta años. La esperanza de vida en España ronda los ochenta para ellos y los ochenta y cinco para ellas. Entonces, ¿Quién coño iba a seguir pagando la hipoteca de los difuntos? Porque Zombieland no existe y aunque la duquesa de Alba tenga muchísimo dinero (que lo tiene) y sea inmortal (que lo es), tampoco es justo que asuma ella sola la deuda inmobiliaria de todos los españolitos dentro de cien años.
 
 

De los cientos de miles de parejas que quisieron vivir el sueño español, nos fijamos hoy en Samantha Pica y Marco Jonazos, peluquera esteticien con conocimientos básicos de Ofimática, y becario de reponedor en Carrefour, respectivamente. La ilusión de su vida era tener casa propia en Madrid. Como eran presidentes de  club de fans de Miguel Bosé, su primera opción fue Somosaguas A, pero no les llegaba el presupuesto para ser vecinos de su ídolo. Tampoco para Somosaguas B, ni para Prado de Somosaguas. Unos kilómetros más al este estaba Jardín de Somosaguas. Seguía siendo caro. Más lejos aún Buhardilla de Somosaguas, también inalcanzable. Y ya en la provincia de Huelva, encontraron Inodoro de Somosaguas. Era asequible de precio pero estaba un poco distante del centro de la capital, y no les gustó.

No querían vivir en una ciudad dormitorio ni en un barrio proletario, “Porque están llenos de inmigrantes” Rechazaban una casa céntrica pero antigua: “Te dejas un dineral en reformas y sigue siendo un piso viejo”. Las opciones se reducían dramáticamente, hasta que la palabra PAU entró en sus vidas. Se enamoraron de este novedoso concepto. Vivir donde hasta hace dos días pastaba la cabaña caprina entrañaba riesgos, pero afortunadamente la oveja es un animal pacífico, y no conoce el rencor.

Después de quince años como pareja de lecho, de ascensor, de asiento trasero del coche, o de donde se pudiera, decidieron arreglar los papeles. No creían en la Iglesia, y no la pisaban desde su Primera (y única) Comunión, pero como “Algo tiene que haber”, montaron un bodorrio por todo lo alto, con cura y todo, “Uno joven muy enrollado, de esos que hace misas cortitas y cuenta chistes verdes en la homilía”.
 
 

Se fueron de viaje de novios a la Riviera Maya, con una promoción todo incluido de Viajes Carrefour. “Un mes y medio, para descansar de todo el lío de la boda. Los amigos nos decían que aguantáramos un poco más, y así hubiéramos hecho el viaje con el IMSERSO, pero es que a Marqui y a mi nos apetecía un montón irnos ya, en vez de esperar un par de meses”.

La estancia en México fue un desastre. El hotel no tenía menú para diabéticos hipertensos, y Samantha perdió el equipaje de mano donde llevaba su Vaginesil® y la Viagra® de Marco. Y para colmo de males, nevó dos semanas seguidas, en un lugar donde habitualmente, ni siquiera llueve. Así que de vuelta a España, el flamante matrimonio decidió instalarse en casa de doña Paca, la madre de Samantha: “Unos diítas, mientras nos entregan las llaves de la casa”.

Pasaron cinco años y por fin llegó el momento: El nido de amor de los tortolitos estaba listo para ser habitado. Después de tres meses de mudanza, la pareja se trasladó “Con lo puesto y de forma provisional, que las cosas hay que hacerlas bien”. Según salieron por la puerta, doña Paca llamó a un cerrajero veinticuatrohoras, y mandó cambiar la cerradura de su casa, con la intención de hacerse fuerte en ella. Pero Samantha era muy mujer, y tardó diez minutos en llamar a su madre: “Máma, esta casa no me llena tal cual está concebida. Tenemos que hacer unas pequeñas reformas, y cambiar parcialmente la distribución de las habitaciones. Máma, cómo se nota que los arquitectos diseñan casas que luego no van a habitar”.
 
 

Doña Paca, que también era mujer, entendía perfectamente a su hija, pero hasta ella se daba cuenta de lo exagerado de la situación: “¿Y qué opina tu marido, hija?”, se atrevió a preguntar. “Pues ¿Qué va a opinar? Ya sabes cómo son los hombres. No dice nada, no se implica en la casa ni en nuestra relación. Yo soy la que tiene que decidir por los dos y hacerlo todo, y él se limita a asentir. Mal empezamos”, respondió Samantha. “No te preocupes, máma. Esta vez vamos a estar poco tiempo contigo, sólo unas semanitas mientras hacemos la obra”.

Doña Paca acabó esa tarde en Urgencias, víctima de un ataque de ansiedad. Un año y cien mil euros después, la reforma estaba terminada. Tiraron la habitación pequeña y la de invitados para hacer una suite. Pusieron el baño grande donde estaba la cocina, y la cocina donde estaban antes el salón y la mitad norte del vestidor principal. El baño pequeño se lo dieron al recibidor. Unieron la habitación del ordenador, las de los niños y cinco de los seis armarios empotrados, para hacer un salón panorámico con vistas al descampado que lindaba con la urbanización por el sur. Marco fue un día a visitar la obra y quedó temporalmente sepultado entre un muro de contención y la nueva pared del pasillo, que estaban levantando los albañiles a toda velocidad. Al final, con tanto cambio se les olvidó poner inodoros: “Menos mal que nos llevamos fenomenal con los vecinos de al lado, y nos dejan pasar a su casa cuando tenemos necesidad”.

Samantha estaba orgullosa de su casa. Lo que más le gustaba era la chimenea falsa que mandó construir en el salón. Allí, frente al fuego y sobre su abrigo de piel sintética tendido en el suelo, Marco la tomaría salvajemente, como en las películas americanas de serie B. Se despediría para siempre de la frigidez que la atenazaba desde la despedida de soltera (con boy chapero incluido), y volvería a ser la hembra multiorgásmica que siempre había sido desde la EGB.
 
 

Todo era perfecto, pero faltaba la guinda del pastel. Había que presentarse en sociedad, que todo el PAU supiera quienes eran Samantha Pica y Marco Jonazos. Samantha se hizo follower del perfil oficial de Pau Gasol en Twitter, y con dos ovarios, invitó al astro de la canasta a la fiesta de inauguración de la casa. Pau había dado nombre al P.A.U., y ahora sería el padrino de la puesta de largo de los señores de Pica-Jonazos.

El gran Gasol le dijo que buenooo, que el cuatro de Julio tenía un acto promocional en Madrid, y que tal, que lo veía un poco difícil, que a lo mejor en otro viaje… Samantha entendió claramente que aquello era un sí, e incluso que el bueno de Pau estaba golosón con ella.

Fue al banco para pedir una ampliación de la hipoteca, que evidentemente le concedieron sin pedir más explicaciones, y organizó La Fiesta. Fletó autobuses para que los vecinos del otro extremo del PAU pudieran acudir. Hizo montar un castillo hinchable y una piscina de bolas para los niños, y organizó un campeonato de ganchillo para las abuelas. Contrató el catering con El Corte Inglés, camareros uniformados incluidos. Para la música en vivo, se decantó por El sueño de Morfeo, que desde su pelotazo en Eurovisión, tenían menos galas que libros la biblioteca de Belén Esteban. Ahora sí que sería todo perfecto.
 
 

El cuatro de Julio, Pau Gasol aterrizó en el aeródromo privado de Torrejón, al noreste de Madrid. Subió a la parte trasera de un coche negro de alta gama, y tomo rumbo hacia la capital de España. La carretera habitual estaba cortada por un accidente, así que el chófer se tuvo que desviar “unos kilómetros”. Se había instalado una pancarta gigante a la entrada del PAU, con la leyenda: “Pau, bienvenido a tu P.A.U.”. La muchedumbre ocupaba los dos lados de la carretera de acceso, aguantando estoicamente a pleno sol. Samantha engalanada con sus mejores galas, lucía con gracia sin igual, el chándal de los domingos y los zapatos de su boda.

Mientras, Marco permanecía apostado en la azotea del edificio más alto, intentando atisbar en el horizonte la llegada de Gasol. De pronto, un Audi A8 negro emergió de la nada, acercándose al PAU a gran velocidad. Marco dió el rebuzno de alarma. La tensión se palpaba en el ambiente. El coche pasó como un rayo bajo la pancarta de bienvenida, y un segundo después estaba tan lejos que ya no se podía leer su matrícula trasera. La situación parecía calcada de la secuencia final de “Bienvenido Mr Marshall”, y es que hay veces que la realidad supera, o al menos iguala, a la ficción. VanityFreakNews.
 
 

 Nota del autor: Que no se me mosquee ningún lector (ya me gustaría a mí vivir en un P.A.U.). Los personajes y situaciones incluidos en este relato son ficticios, y cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Además, el ocupante del Audi A8 no era Pau Gasol, sino un pijo que iba a comprar coca a un poblado marginal cercano al P.A.U.

 

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