sábado, 16 de marzo de 2013

Una mujer introspectiva intenta suicidarse comiendo fabada.


         Hay personas que nacen con estrella, y personas que nacen estrelladas. Guadalupe Dorra pertenece al segundo grupo. Su absoluta carencia de belleza física hizo que desde la más tierna infancia, viviera marginada. Año tras año, ganaba de calle el concurso “Patito feo de la clase”. No era fea, era compleja de observar.
 

         Con ser este un problema trascendental de cara a la integración de Lupe en su medio biopsicosocial, la niña tenía otro rasgo distintivo que marcaría indeleblemente su forma de relacionarse con otras personas. Padecía meteorismo. No hablamos de algún pedete furtivo. No nos referimos a un gasecillo sin malicia y emitido de soslayo, como quien no quiere la cosa.
 
 
 

 
Guadalupe era una máquina entrenada para matar. A las pocas horas de nacer, y mientras expulsaba el meconio, se estrenó en su faceta de francotiradora. El resultado fue la amputación traumática del miembro superior derecho de su madre, a la altura del tercio distal del antebrazo. El pediatra nunca pudo introducir en su dieta legumbres u hortalizas. De igual forma, tenía prohibidas las bebidas con gas.

 
Ella se sentía distinta, y los niños, con esa crueldad tan inmisericorde de la que a menudo hacen gala, no dudaban en recordárselo constantemente. Jugando al escondite perdía casi siempre, porque el sonido de su incesante tránsito intestinal, hacía las veces de GPS, y delataba su posición con precisión matemática. En clase de gimnasia, paraba de correr antes de empezar, porque desarrollaba flato anterógrado. Ya siendo mocita, en las discotecas, la gente dejaba alrededor de ella un perímetro de seguridad de cinco metros en las piezas lentas, y de diez a quince si la música era reggaeton.
 

Poco a poco, fue forjando una personalidad reservada, reservada a ser una paria social, un despojo humano, un desecho de tienta. Su destino era caminar por el mundo en soledad, con la única compañía de su hedionda vida interior. Estudió Imagen y Sonido, donde sus cualidades saltaban al oído. Sus profesores de prácticas padecieron sus habilidades físicas, y no dudaron en encauzar su futuro profesional hacia el mundo del cine.
 
 
 
 

Durante un tiempo, no hubo película bélica o de catástrofes naturales, donde no participara Lupe. El sonido directo cada vez se emplea menos, por lo que hay que grabar las voces, la música, y los ruidos en estudio. Gracias al talento no tan oculto de la Dorra, sobrenombre por el que era conocida en el mundillo, en la pantalla cobraban vida tiroteos, explosiones, terremotos, erupciones volcánicas, y tsunamis varios. Su trabajo en la remasterización de “Armageddon” le valió una nominación al Oscar, y un apercibimiento de cierre del estudio de grabación por parte de los inspectores de Sanidad, que determinaron que aquella atmósfera irrespirable era perjudicial para la salud.


Un productor estaba preparando una película sobre el Big Bang, y tanteó a Lupe, que ya tenía caché de estrella. Firmó el contrato, y sin preaviso, desapareció dos días antes del comienzo del rodaje. Su cuentas de las redes sociales fueron borradas, su celular estaba apagado, el fijo descolgado, y su nombre no figuraba entre los ingresos urgentes de ningún hospital. La última esperanza es que estuviera alojada en un hotel de Zahara de los Atunes, que es donde dicen que van todos los famosos españoles para aislarse del mundo. Aquello no es tan grande, así que como le leyenda urbana sea cierta, Zahara debe parecer el metro en hora punta.  Lupe Dorra se había esfumado como un pedo en el aire. Ni siquiera había dejado estela.
 
 
 
 

 De inmediato, un nutrido grupo de paparazzi se apostó a las puertas de la residencia de la estrella, un chalet ubicado en la urbanización de lujo El Minarete del Chambelán, en Paracuellos del Jarama. Ya lo decía mi abuela Saturnina: “Hijo mío, si quieres que algo no se sepa, no se lo cuentes a nadie”. Por ahí vino la perdición de Lupe. Al fin y al cabo, Paracuellos sigue siendo un pueblo, y en los sitios pequeños todo se sabe. Sobre todo si tu vecino es Paco Tilla, un militar que trabajó en el CNI, y actualmente está en la reserva por discapacidad visoauditiva. Nadie se tira un pedo en Paracuellos sin que él levante acta notarial. Paco es el hombre que lo sabe todo de todos.
 
 
 
 

Y por unos eurillos, cantó la gallina: “La Lupe está viva, y fuera de peligro. Está ingresada en un hospital madrileño, recuperándose de las lesiones. La presión de la fama ha podido con ella, y se ha intentado suicidar. Había cuidado hasta el último detalle de su macabro plan. Compró esta mansión, y ordenó insonorizar el sótano, con la excusa de que quería tener un estudio de grabación en casa. Después mandó a una de las chicas del servicio a comprar veinte latas de fabada Litoral, un kilo de coles de Bruselas y una botella de cinco litros de agua con gas. Merendó ligero, y se preparó espiritualmente para la gran traca final. Hizo un barrido por Spotify, y seleccionó la música ambiente para la ocasión: Leonard Cohen, Madredeus, y unos duetos unplugged de María Dolores Pradera y Carlos Cano. Telefoneó a su exsuegra, para reconocerle que nunca la había soportado; le mandó un SMS a su jefe, para decirle que era un cornudo; y le escribió un whatsapp con su cuñada para confesarle que el incendio del piso que ésta tenía en la playa, había sido provocado.
 
 
 

 
La casa estaba en silencio. Había dado la noche libre a los criados. Bajó al sótano. Devoró las judías y su guarnición de coles, mientras daba grandes tragos de agua. Una vez finalizada la última cena, se sentó en posición de meditación, y dejó el cerebro en modo off, alcanzando el grado de máxima introspección. Abrió una botella grande de sidra “El Gaitero”, y tras dar buena cuenta de ella, utilizó el corcho para taponarse el culo. Era cuestión de tiempo y de que el catabolismo siguiera su curso. Aproximadamente dos horas después llegó el momento de la gran explosión. Fue como una demolición controlada, pero hacia dentro.
 

Yo asistía a la escena desde el ordenador de mi casa, ya que tengo hackeada la señal del circuito de cámaras de seguridad del chalet. La premura de mi actuación salvó la vida de Lupe. La evacué en mi propio coche hasta el centro hospitalario más cercano. La fortuna quiso que esa noche, el jefe de hospital fuera el afamado doctor Jaime Latoco Poco, el único amigo que me queda de la infancia.
 
 
 
 

El doctor reconoció que aunque el equipo de Cirugía estaba curtido en mil batallas, no había visto nunca un caso semejante. Las lesiones internas habían sido devastadoras, y las estructuras anatómicas se encontraban en un estado irreconocible, amén del hedor insoportable que desprendía el campo quirúrgico. No sabían como reconstruir aquel amasijo de vísceras, músculos y nervios. Anastomosaron y cosieron por donde pudieron, guiándose más por el instinto, que por su vasta formación anatómica. El resultado fue manifiestamente mejorable, pero con aquellos mimbres, no se podía hacer mejor cesto.
 

Los cirujanos expertos coinciden en que una vez que abres un cuerpo, siempre te llevas algo por delante. La pobre Lupe no tuvo suerte ni para ver cumplido su último deseo. Vivió el resto de sus días orinando por la axila derecha, comiendo por el ombligo, y sonándose por el ano. Al menos en este último punto, salió ganando al cambiar ventosidades por mocos. Genio y figura, sus primeras palabras al despertar de la anestesia fueron: Tengo sed, ¿Me podrían traer un refresco con gas, por favor? VanityFreakNews.
 
 
 

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