Desde que semos
uropeos, nuestros retoños saben hablar cualquier lengua, viva o muerta,
excepto castellano. El pichinglish y
el espanglish se han convertido en un
idioma supranacional. Así las cosas, lo que toda la vida de Dios se ha conocido
como "ahorrarse un duro", ahora se denomina low cost. Pues bien, la
suma de low cost e impuestos, se llama picaresca.
Oscar Adura es un español en peligro de extinción.
Pertenece a ese grupo de machos viriles que no alegaban alergia para evitar ir
a la mili. Se trata de patriotas que se cuadran cuando suena el himno nacional
antes de un partido de la selección (de fútbol, por supuesto: El resto de
deportes son afeminados). Hablamos de protohombres que piensan que su jefe es
un niñato enchufado que no tiene ni puta idea de nada. Nos referimos a mastuerzos
carpetovetónicos que se niegan a hacerlo con preservativo, "porque se
pierde sensibilidad".
Pero lo que nunca ha sido, ni será Oscar, es un
gilipollas. El día que el Ayuntamiento anunció la implantación del SER
(Servicio de Estacionamiento Regulado), se prometió a sí mismo que nunca
pagaría un céntimo por aparcar en la calle. Volvió a utilizar su cerebro
después de veinte años de inactividad, y diseñó varios planes, cada uno con más
lagunillas que el anterior. El primer día se quedó toda la noche dando vueltas
con el coche alrededor de la urbanización. Se ahorró el ticket, pero se gastó
medio sueldo en gasolina, y a la mañana siguiente se arrastraba de sueño. Fracaso.
El segundo pensó: “Pues me voy a Alicante. Allí nunca hay
problema para aparcar, y además así le doy una vuelta a la casa, que hace meses
que no vamos”. Dicho y hecho, encontró sitio nada más llegar en primera línea
de playa. Todo parecía perfecto, excepto que tuvo que desalojar a un grupo de okupas: “El verano pasado, mi mujer le
había dejado las llaves a su familia para que pasaran unos días. Con razón no
cogían el teléfono de Madrid, como que se habían hecho fuertes en el
apartamento, los muy cabrones”. Encima, a la vuelta había un atasco monumental
en la entrada a Madrid, por lo que llegó tarde a trabajar. Poco práctico.
El tercer día resucitó: Decidió ir a trabajar en
transporte público, pero al ir a comprar un metrobús, se percató de que en su
tarjeta de crédito no quedaba tanto dinero. Tuvo que ir al banco y solicitar
una ampliación de la hipoteca, que le fue denegada, porque a partir de una
cantidad tan importante, necesitaba aval. Fiasco.
El cuarto intento creyó haber encontrado la solución definitiva.
En vez de dejar el coche en la calle se lo subiría a casa en el ascensor y lo
dejaría en el cuarto de su suegra, junto al brasero. La idea era buena, pero el
puto spoiler trasero del vehículo se
atascaba en la puerta del portal, y no entraba. Decepción.
El quinto día se hizo la luz. Mientras conducía hacia su
hogar, la radio alertaba sobre el aumento de los robos en comercios mediante el
procedimiento de empotrar un coche en el escaparate. Dicho y hecho. Al llegar a
casa, se paró frente a El Corte Chino, un pequeño supermercado situado en los
bajos de su torre. Aceleró todo lo que permitía su coche de tercera mano, y…
¡Catacrash! Salió tambaleándose, pero con la satisfacción interna de haber
conseguido aparcar. “Esto si que es un buen alunizaje, y no la mierda trucada
que hizo el Neil Armstrong”.
Miró a su alrededor, y pensó: "Pues ya que estoy
aquí, voy a hacer la compra. Al dueño no le va a costar un euro, porque se lo
paga el seguro, y a mí me apaña". Llamó a su mujer y le dijo: “Cari, no
prepares cena, que hoy cocino yo, pídeme la delicaestresen
que quieras”. Cuando subió a casa, cargado como una mula, le enseñó a la Yoli
su preciado botín, convencido de que se quedaría sorprendida de sus dotes de shopper: "Pero si todo lo que traes
está caducado". "¡Será cabrón el chino! Si es que somos unos
quijotes. Les dejamos vivir en nuestro país como si fueran personas, les permitimos
trabajar, y nos lo agradecen engañándonos. Así va España", contestó Oscar. “No me divorció porque no tenemos dinero para
el abogao. Anda, saca a mi madre a la
calle que se lo va a hacer en la moqueta. Y date prisa que os quita el árbol el
perro de los del sexto izquierda”, respondió la Yoli sin apartar la mirada de
la tele, donde reponían Modern Family.
Transcurrieron las semanas, y el alunizaje empezó a ser
práctica habitual. Algunos vendedores optaron por emplear cristales blindados
en sus comercios. Otros se decantaron por quitar las lunas de los ventanales,
para facilitar la maniobra de aparcamiento. Un grupo de inmigrantes sorianos se
estableció en el barrio. Como no había trabajo, empezaron a ejercer de gorrillas, para ganarse el pan. Cada uno
elegía una tienda y se pegaba a su cristalera como si de un Spiderman cañí se
tratara. Luego, al caer la noche, alquilaba su cristal al mejor postor.
Oscar gozaba de un grado de popularidad como nunca antes
había tenido. En una barbacoa extraordinaria, fue proclamado líder espiritual
de los Empotracoches del Séptimo Día, organización cuasi religiosa sin ánimo de
lucro, que pronto se extendió por todas las capitales de provincia del estado
español.
Una noche cualquiera, Óscar volvía exhausto después de
una interminable jornada de trabajo. Por desgracia, se encontró con Jamal, el alquilado
del quinto. Éste, con su sempiterna media sonrisa, tuvo a bien explicarle que
podía aparcar en la calle en zona verde, si se sacaba la tarjeta de residente. Era
conocido como “El informático”, porque siempre tenía información de todo y de
todo el mundo. Óscar no soportaba a este pseudopijo, pseudointelectual, y
cretino (sin pseudo delante) de profesión. En el buzón ponía: Jamal Oliente,
ingeniero técnico aeronáutico. Nadie en la urbanización sabía que había de
cierto en esto, pero no había dudas respecto a que estaba casado con un
portaviones, el Begoña, buque insignia de la Armada Española.
Jamal es de esa clase de gente que suele tener la
respuesta para la pregunta que no le has hecho, que sólo te habla de fútbol el
día que ha perdido tu equipo, que te pregunta en que trabajas cada vez que
coincides con él en el ascensor, y que todas las tardes sin excepción, cuando
los niños están jugando en las zonas comunes te dice "¿Qué tiempo tiene tu
hijo?". Tú te quedas mirando derrotado, y sin fuerzas para contestar:
"El mismo que la tuya, tontolculo,
que por algo se bautizaron el mismo día".
Lo peor es que le
cae bien a tu suegra, porque dice que es un caballero español. Todo lo demás se
lo acabarías perdonando, pero todo hombre que se precie tiene un principio en
la vida absolutamente innegociable: “Los amigos de tu suegra son tus enemigos”.
VanityFreakNews.
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