Esta
semana ha salido a la venta la autobiografía de Aitor Bellino, un perfecto
desconocido, cuyo único mérito en la vida es ser hijo de la televisiva
Supernanny: “Como ocurre con la mayoría de lo que se publica en España, yo
firmo la obra, pero no la he escrito. Los de la editorial me ingresaron un
cheque en el banco, y me dijeron que se encargaban de todo. Estaban empeñados
en conocer los detalles más escabrosos de mis familiares y amigos, porque según
ellos, si no hay escándalos, el libro no se vende. Escarbé en la memoria, pero
por más que lo intenté, no encontré nada interesante. Somos una familia de lo
más normal.
Mi tía tiene la sana costumbre de grabarse en video mientras
se masturba, como hace todo el mundo desde Acapulco a Los Yébenes. Empezó en Super
8, y poco a poco fue cogiéndole el tranquillo hasta convertirse en una
profesional. En casa tiene una estantería llena de antiguas películas, todavía
en perfecto estado. Ha acabado haciendo hasta los vídeos de las celebraciones familiares.
Cada vez que hay una trifulca por una herencia, una despedida de casada, o un
entierro, allá que va la tita con su cámara al hombro. Las últimas Navidades reunimos
pasta entre los primos y le compramos un teléfono de esos que graban en full
HD. Dice que es el regalo más útil que le han hecho en su vida. Un día se
equivocó y le envió un video a uno de sus amantes. Este lo colgó en la web de
la parroquia. Si esto ocurre en un país escandinavo, con lo atrasados que están
socialmente, se monta la mundial, pero en mi pueblo no pasó nada, como cabía
esperar. Es profesora de francés y de griego en un colegio, pero como el
director conoce sus habilidades, cada vez que la de Trabajos Manuales se pone
enferma, mi tía le hace la suplencia.
Mi abuela era un fenómeno, una tía grande. Calculo que
rondaría el metro noventa descalza. Tenía unas teorías un poco peculiares. Te
miraba a los ojos, sonreía, y te arreaba un sopapo con toda la mano abierta.
Decía que como el día era muy largo y seguro que alguna le iba a liar, que me
daba ya el tortazo y así íbamos ganando tiempo. En su juventud había sido
boxeadora amateur, y campeona de Castilla-La Mancha de lucha canaria. Yo la
llamaba cariñosamente yoya, en vez de
yaya. ¡Que jodía! Sabía pegar sin dejar marca. De ella aprendí que el
vibradorazo no es el nuevo cupón de la O.N.C.E., sino el empleo de este
utensilio como arma de defensa personal en un momento dado. ¡Cómo echo de menos
a mi yoya!
Ella llenó el vacío que dejó mi padre,
alguien a quien no llegué a conocer. Soy fruto de una noche de paella y tinto
de verano en la Playa de El Saler. Mi padre era de Nápoles y conducía un camión
de mercancías pesadas. Me pasé la infancia gritando ¡Pa paaaaaaa!, cada vez que
íbamos por la carretera y veíamos un veículo
longo. Creo que ahora está en una cárcel de Angola, porque le pillaron
vendiendo armas a la guerrilla opositora al régimen. ¡Menudo gilipollas! Mi yoya no se hubiera dejado coger nunca.
Y en cuanto a mí, soy un jovial veinteañero a punto de
empezar segundo de E.S.O., que ha alcanzado todos sus hitos
biopsicosociales dentro de parámetros
fisiológicos, e incluso algo adelantado respecto a la media. Con cinco años ya
tiraba a la gente aceite hirviendo por la ventana, en vez de los globos de agua
que lanzaban los pringaos de mis
compañeros. Cuando cumplí diez incendié por primera vez mi casa, como respuesta
a que mi madre me trajo el menú pequeño del Burger en vez del grande. Y con
doce hice mis pinitos en el atraco con arma de fuego, por la tontería de ver
que se siente cuando encañonas a alguien. Como ve, soy un joven de mi tiempo,
un tipo corriente, que pertenece a una familia conservadora, tradicional, y por
qué no decirlo, chapada a la antigua.
Tuve una infancia feliz, pero mi adolescencia se truncó
cuando mi madre alcanzó el éxito. La veía más por televisión que en casa.
Grabaciones, promociones, cenas, fiestas. Dejé de cometer pequeños hurtos en el
colegio, y abandoné el hábito de delinquir a pequeña escala en el barrio. Empecé
a frecuentar conductas anormales, con el objetivo de llamar la atención de mi
madre: Iba a misa todos los días, estudiaba por las tardes, trataba gentilmente
al grupo de loros que mi madre tenía por amigas, mantenía conversaciones
intrascendentes en el ascensor con los vecinos más hijoputas. Mi esfuerzo fue
baldío. Me sentía ninguneado. Llamaba al teléfono de aludidos de Supernanny, y
siempre comunicaba. Les enviaba SMS y nunca salían en pantalla. Hasta le
solicité amistad a mi madre en el Facebook, y me rechazó dos veces.
Por eso ahora me sincero. Que sepa la peña que Supernanny es
un show. Todo está guionizado, y cada programa se edita, cortando y añadiendo
lo que haga falta para que le producto final no se resienta. Por ejemplo, todos
recordareis a Jose Julio, el niño pirómano de Cartagena. Estaba obsesionado con
quemar a su padre. Al final lo consiguió. Pobre hombre, como gritaba pidiendo
auxilio mientras era pasto de las llamas. Y Supernanny mientras diciéndole:
“Paco, sabes que tu hijo te está poniendo a prueba. Si te das por aludido,
reforzarás un patrón psicológico erróneo. Total, sólo tienes quemaduras en el
90% del cuerpo. Haz como si no pasara nada”. Pues pasó. El tal Paco quedó reducido
a una bola del tamaño de un nugget
churruscado. Menos mal que tenía un hermano mellizo, y se pudo acabar el
capítulo, sin que se notara el cambiazo.
También es difícil olvidar a Lorena, la adolescente de
Albacete que coleccionaba navajas y cuchillos. Estaba convencida de que el
diablo vivía en su madre, y un día, bajo la comprensiva y condescendiente
mirada de Supernanny se puso a buscarlo. La mamá de Lorena no tenía hermana, ni
melliza ni gemela, así que hubo que fingir que se había ido de viaje. Ya te
digo, viaje de ida pero sin vuelta.
O Genarín, el púber milenarista de Vigo, que había cavado un
búnker en el jardín de la casa familiar, y vivía allí, pertrechado de chuches y
Cola Cao. Esta temporada el niño estrella será Lucho, un zagal de diez años de
Mieres. Dice que es murciélago, y Supernanny ha hecho que los padres pongan en
la habitación una barra en el techo, para que la criatura duerma colgada cabeza
abajo. Lo peor es que como cree que vuela, cada vez que baja por la noche para
hacer pis, se pega unas leches de impresión. Mi madre les ha dicho a los papás
que de momento hay que dejarlo, porque está forjando su personalidad. Si más
adelante la cosa se pone chunga y confiesa que es un vampiro, entonces a lo
mejor hay que hacer algo, pero siempre respetando su esfera vital.
Así es Supernanny, cada programa una o dos muertes. A este
paso, Rajoy la nombrará ministra de Trabajo, porque está acabando con el paro.
Por mi parte, ahora estoy más contento. Me inventé un perfil falso en el
Facebook, llamado Benito Camela. Hasta le puse foto de portada. Benito le pidió
amistad a mi madre, que inmediatamente aceptó. De esta forma, hablo con ella
todos los días. Algo es algo. VanityFreakNews.
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