Una
muerte es la noticia que ningún profesional querría dar, si pudiera elegir. Pero
la tristeza es aún más profunda cuando el protagonista del hecho luctuoso es
una persona que se dedica a ayudar a los niños. Esta semana hemos conocido el
fallecimiento de un socorrista, en acto de servicio. Efectivos del SUMMA se desplazaron de
inmediato al lugar de los hechos, pero sólo pudieron certificar el fatal
desenlace.
Blas Pernales, presidente del complejo residencial Los Altos
del Deán, se ha erigido en improvisado portavoz del desolado vecindario. Roto
por el dolor, habla así: “Como presidente de la comunidad de propietarios,
tengo el deber de anunciar que nuestro socorrista, Josué Vazos Gordos, ha
muerto. Se nos ha ido un grande, alguien que ha dejado su impronta personal en
Los Altos del Deán, y en esa camiseta gris pulguero, que no se quitó desde la
inauguración de la temporada el pasado 9 de Junio, hasta el funesto día de hoy.
Josué no abrirá la piscina mañana, y tampoco al día siguiente. Ya no podrá
cortarse las uñas de los pies, ni explotarse las espinillas de las ingles
mientras vela por nuestros pequeños. No habrá requiebros soeces para las
adolescentes, ni flirteos indisimulados con las cuidadoras de los niños.
Crescencio, el abuelo de Joshua, se quedará sin compañero de mus. La empresa
mandará un suplente, y a lo mejor, por fin, tenemos un socorrista.
El sabía que aquí era
uno más. De hecho, estuvimos casi a punto de invitarle dos veces a las
barbacoas que celebramos en las zonas comunes. Y más aún, si eramos impares en
los partidos de dobles de ping pong, le dejábamos jugar hasta que llegara el
vecino que faltaba. Era por encima de todo un hombre fiel. Cuando los de El
Encinar del Canónigo, vinieron para llevárselo a mitad de temporada pagando la
cláusula de rescisión, Josué renunció a la mejora de contrato que le ofrecían.
Como premio, le dejamos que aumentara el número de amiguetes que invitaba
habitualmente a nuestra piscina, y reforzamos su dieta habitual a base de cortezas
de cerdo y Coca-Cola Zero, con una tarjeta descuento de supermercados Día, para
patatas fritas y galletas saladas.
Tenía un corazón que no le cabía en el pecho, y según ha ido
avanzando el verano, un hígado que le ocupaba toda la tripa. Incomprendido al
principio, se ganó poco a poco el respeto de propietarios, alquilados,
conocidos de los alquilados, okupas, e invitados de los okupas. Hay quien
asegura que tenía piernas, porque un día, cotilleando desde la ventana, vió
como se levantaba de la tumbona un instante. Lo que nadie se atreve a afirmar
por prudencia, es que supiera nadar. Practicaba métodos poco ortodoxos, pero de
innegable efectividad. Si un niño pequeño caía accidentalemente al agua, dejaba
pasar unos minutos antes de pedir auxilio, porque como él decía, tienen que
curtirse, y si el abuelo de la criatura se tira enseguida, el enano no
aprenderá a nadar nunca. El amor a su profesión le llevaba a pasar el invierno
reciclándose en multitud de cursos de formación: Experto en ejecución
simultánea de medición de la cloración del agua y prospección nasal con el dedo
índice izquierdo, Especialista en no dejar de hablar por el móvil cuando le
pides algo, Diplomado en cadenas motrices de elementos orgánicos sobrenadantes,
Técnico superior en siesta del carnero, y así hasta más de cuarenta títulos
acreditados.
He trasladado a la junta de vecinos la propuesta de conceder
a don Josué Vazos Gordos, la medalla de oro de la comunidad a título póstumo,
que será entregada al gerente de su empresa, ODT Piscinas, en una sencilla pero
sentida ceremonia, celebrada en los prolegómenos de la próxima barbacoa. Se
especula conque dicho representante realice la brocheta de honor, y se quite
las bermudas para mostrar debajo un bañador
fardahuevos con la leyenda: Josué, no te olvidamos.
Dotado de una coherencia irreductible, murió como vivió:
Durmiendo. Durante la segunda siesta de la tarde, su ronquido, de natural
fuerte, fue atenuándose progresivamente, a medida que se iba atiplando. De
pronto, se hizo el silencio, su pecho se sacudió en un espasmo seco, relajó
esfínteres, y se olvidó de vivir. Quién iba a pensar que sus palabras de horas antes
serían premonitorias: Estoy sometido a un estrés sobrehumano, cualquier día de
estos se me para la patata. Que el Dios de los socorristas se apiade de él, y
le de trabajo fijo. Muchas gracias”.
Triste día para los vecinos de Los Altos del Deán, una de
esas comunidades levantadas tras robarle un trozo de terreno al campo, y
localizadas lo que viene siendo enatomarporculo,
en cualquier inhóspito paraje extramuros, incomunicado por tierra, mar y aire.
Allí, un puñado de curritos de clase media-media, creen vivir como Ricos y Famosos,
porque se reúnen en el salón social en vez de en la cantina. Tienen césped en
las zonas comunes, cuando hasta antes de ayer, ellos sembraban hortalizas en el
huerto. Se mojan el culo en ese charco que llaman piscina. Han cambiado boina
por gorra, y petanca por paddle. Antes tenían habilitada la era del pueblo como
giñasio público, y ahora hacen
ejercicio físico en el gimnasio comunitario. Asfixiados por la hipoteca, viven
creyéndose su propia mentira, y miran por encima del hombro a los compañeros y
familiares que no viven “en un residencial”. Cuando ven en la tele las típicas
teleseries familiares norteamericanas, se miran de soslayo, y con una sonrisa
cómplice dicen: “Mira cari, igual que nosotros”. Efectivamente, igual … igualito. Pobres
infelices. VanityFreakNews.
Genial! Siempre he pensado eso de si sabían nadar, o quizás andar...
ResponderEliminarGracias, Sergio. Qué lástima que la entrada ya estuviera escrita, porque el socorrista que ha venido hoy daría material para una novela río. ¡¡Vaya friki!!
EliminarLo de socorristas es de traca, son chulospiscina, si se tienen q tirar al agua cuidado q se despeinan
ResponderEliminarAlguno se ha sacado una carrera, estudiando durante la jornada laboral.
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