domingo, 20 de enero de 2013

El índice de morosidad aumenta en un banco madrileño.

Lavapiés es uno de los barrios más populares de Madrid. Uno de los  escasos reductos donde se conserva el sabor de la ciudad que fué. Los patios de las vetustas corralas, los comercios de toda la vida, y ese crisol de razas y nacionalidades que deambulan por sus callejuelas, componen un paisaje urbano dificilmente extrapolable a otras áreas de la capital.




La crisis económica no ha pasado de largo por Lavapiés. Un día llegó, y desde entonces vive allí como un vecino más. El índice de morosidad de la sucursal bancaria de la plaza se ha disparado durante el último año, y hasta allí nos desplazamos para hablar directamente con los afectados.
Sale espontáneamente a nuestro encuentro Rafa Langista, veterano barrendero del Ayuntamiento de Madrid. Fascista, machista, xenófobo y socio del Rayo Vallecano. Existe la leyenda urbana de que Santiago Segura se inspiró en este personaje real, para crear al célebre Torrente. Segura habría cambiado el Rayo por el Atleti, y la profesión de barrendero por la de policía, debido al morbo que despierta siempre un uniforme, y a la erótica del poder que supone ir armado con una pistola. Rafa Langista, auténtico paradigma de deshecho social, nos da su versión de los acontecimientos: “De unos meses a esta parte, la morosidad ha aumentado de forma desproporcionada en mi plaza. Salen moros hasta de las alcantarillas. Pero cuidadito con los chinos que son una fuerza emergente. Últimamente, a la que uno se descuida, entornan los ojos, compran un local y te abren otra tienda. Este país ya no es lo que era. ¡Vuelva General, vuelva!
Yo empecé a trabajar en Lavapiés el 20 de Noviembre de 1975, día en que el Caudillo de España, y Generalísimo de todos los ejércitos, fue llamado definitivamente a su lado, por Dios nuestro señor. Desde entonces todo ha ido a peor. La degradación de la sociedad se ve por todas partes. Si hasta mi Rayo Vallecano, la reserva espiritual de Occidente, ha fichado a un negro, y le paga como a los demás.




Por mi cargo de funcionario, como técnico en manipulación de productos resultantes del catabolismo urbano, adecento diariamente la plaza y la mantengo en perfecto estado de revista. Toda, excepto el banco del centro. Hasta treinta morosmierda de esos que en las tertulias de la tele llaman ahora musulmanes, se me acumulan allí en hora punta. Como no tienen oficio ni beneficio, se sientan, y pasan las horas, sin más actividad que desnudar con la mirada a las mujeres que caminan por la zona. He marcado con tiza un perímetro de seguridad alrededor del banco de dos metros, y de ahí para dentro no limpio. Vamos, ni me acerco, no vaya a ser que me contagien algo, esos cabrones. No se mueven ni para hacer sus necesidades, oiga usted. Mire, mírelos ahí hacinados como bestias, sentados unos encima de otros todo el día. Cualquier día viene un inspector de Sanidad y me clausura la plaza por riesgo para la salud pública.
 A primera hora de la mañana llega el capataz de la obra de al lado, se acerca a ellos, y dice cuantos obreros necesita para ese día. Antes de que se levanten los elegidos, ya hay diez haciendo cola para cubrir las plazas libres. Pero los de la capa humana de abajo no se levantan nunca. Fíjese en el de la derecha, ese del pelo corto, Rashed, le dicen. Cogió el sitio la noche que España ganó el Mundial de fútbol. Se levantaron todos a celebrar el gol de Iniesta, y en el descuido, se lanzó sobre el banco, posó el culo y hasta ahora.
Y el de su derecha, Hazem. Está  hecho un pájaro de cuenta. Cuando el banco está a tope, y quiere desahogarlo, da una falsa alarma: “La passsma, la passsma”. Siempre hay algún jovencillo que pica. Pero peor, es ese, el de la cara de revirado. Si el tema se pone feo, Mohamed se descalza, y como le cantan los pies por bulerías, se acabó el overbukin. Salen todos corriendo despavoridos.
Yo como buen cristiano, de vez en cuando me apiado de estos pobres diablos. Lo que no se come el gato, me lo traigo en un tupper, y se lo dejo a precio de costo, de costo marroquí, naturalemente, que es el bueno. Ya ve usted que aunque Zapatero lo ha dejado todo fatal, y el de ahora es un minga fría, gracias a Dios, en la España nacional sigue habiendo caridad hasta con los seres inferiores.
No tengo nada especial contra los moros, mientras no manchen nuestra raza casándose con españolas. Pero verá usted, la ilusión de mi vida es que algún día, doña Carmen Polo, viuda del jefe del Estado, visite mi plaza. Le envié una invitación en 1987. No he recibido contestación, pero no me extraña, porque como ahora en correos sólo hay rojos y masones, funciona de pena. Cualquier día la Caudilla va a venir por sorpresa, y no quiero que vea este panorama. Sí, sí ya sé que usted me va a decir que la guardia personal de Franco estaba formada por moros. No es lo mismo. Aquellos estaban domesticados. Hasta creo que los lavaban cada dos días, y les daban ropa limpia cada seis. Mi compadre Paco dice que doña Carmen no va a venir porque lleva veinte años muerta. Otra mentira más del contubernio judeomasónico de Occidente. Ella es inmortal, como Marujita Díaz.


Preguntamos a Rafael sobre el resto de bancos de la plaza, temiendo de antemano la respuesta: “En los otros bancos no hay problemas, señorita. El de la derecha es el de las chinas. Menos Xiuxiu, son todas feas de cojones, pero no me manchan nada. Trabajan en los comercios de la zona. Llegan treinta minutos antes de que se abran las tiendas, hacen juntas una tabla de gimnasia muy rara, como si bailaran sin música y a cámara lenta. Y luego a currar: Disciplinadas, calladas, y siempre con una sonrisa en la boca, como las españolas de antes. ¡Qué nostalgia de aquella época, vuelva General, vuelva! A las chinitas les explico como tienen que sentarse en mi banco. Ellas creen que soy el gorrilla, y me dan un eurazo por aparcar sus amarillas posaderas. Me sacó otro sueldo, gracias a la inocencia de estas criaturas. El tema es que son tan feas que a veces no sé si se han sentado con la cara o con el culo. Menos mal que está Xiuxiu. Me tiene loco. Cualquier día le pido la mano a su padre, la convierto al nacionalcatolicismo, y pasamos por la vicaría.
Y luego está el banco de la izquierda, el de los subsaharianos, como dicen ahora. Huelen raro, como cuando vas al zoo y pasas por la jaula de los tigres. Pero no son mala gente. A veces los miro, y por un momento me parecen casi personas. Nos llevamos bien, hay respeto mutuo, porque todos me sacan tres cabezas. Estos también pagan. Les he puesto un culómetro: dos euros en zona verde si son residentes, y cinco en zona azul para los de fuera. Si alguno se pone gamba, le enseño la placa de barrendero del ayuntamiento y le digo que soy de la policía secreta. No falla nunca, todos acaban pasando por caja. Le llamo el banco caliente, porque antes de que se enfríe un sitio, ya ha venido otro cliente. Dos veces al día desalojo a los negros, y echo en el banco una botella de lejía pura. No vaya a ser que venga algún perro español olisqueando, y coja alguna enfermedad rara”.
Ante nuestros continuos gestos de reprobación, el interlocutor se revuelve: “Mi ley de vida es: Unidad, cuerpo, Dios, patria. Y por encima de todo, España para los españoles. Mire señorita, yo vivo al lado de la mezquita de la M30. ¿Sabe usted cómo se pone aquello durante el Ramadán? En eso sí son como nosotros, en cuanto algo es gratis, se forma una cola del copón. Es una vergüenza. Te pasas dos horas buscando donde aparcar, y no consigues plaza. La otra noche, casi sin gasolina, encontré un sitio en Fuenlabrada, y encima, como se había acabado el Metro, me tocó volver hasta casa andando. Mientras tanto, los moritos dejan el coche hasta en el arcén de la autopista. Y digo yo, dónde están esos policías de ahora, que no tienen sangre en las venas ni colgandera en la entrepierna, para poner multas. Si me dejaran a mi, acababa con la inmigración y con el paro en una tarde.




Bueno, pues me voy a ir despidiendo, que a las doce en punto, paro para el bocata y eso es sagrado. Es mi momento de meditación trascendente. Me quito el mono del ayuntamiento, para que se vea bien la camisa azul impoluta que llevo debajo, y me pongo en posición de firmes, mirando cara al sol hacia El Pardo. Guardo el aifon, pongo marchas militares en el aipod, y busco en el aipad videos del NODO. Me teletransporto a mi etapa de servicio a la patria en la División Acorazada Brunete, donde me forjé como hombre con disciplina de legionario. Me traslado a un pasado donde España era una, grande y libre. Aprieto en la mano mi más preciada reliquia, una uña del dedo gordo del pie del Caudillo. Y con el brazo en alto, miro al horizonte. Entonces y sólo entonces, grito con todas mis españolas fuerzas: ¡Franco, Franco, Franco!". VanityFreakNews.
Nota para el lector: Los personajes y situaciones de esta historia no son ficticios. Cualquier parecido con la realidad no es mera coincidencia. En nuestros días, el espíritu de Torrente consume productos de Apple, pero sigue siendo el mismo de siempre. Está en tu familia, en tu trabajo, en tu vecindario. No es que haya vuelto, sino que nunca terminó de irse.
        

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