Lavapiés
es uno de los barrios más populares de Madrid. Uno de los escasos reductos donde se conserva el sabor de
la ciudad que fué. Los patios de las vetustas corralas, los comercios de toda
la vida, y ese crisol de razas y nacionalidades que deambulan por sus
callejuelas, componen un paisaje urbano dificilmente extrapolable a otras áreas
de la capital.
La crisis económica no ha pasado de
largo por Lavapiés. Un día llegó, y desde entonces vive allí como un vecino
más. El índice de morosidad de la sucursal bancaria de la plaza se ha disparado
durante el último año, y hasta allí nos desplazamos para hablar directamente
con los afectados.
Sale espontáneamente a nuestro
encuentro Rafa Langista, veterano barrendero del Ayuntamiento de Madrid.
Fascista, machista, xenófobo y socio del Rayo Vallecano. Existe la leyenda
urbana de que Santiago Segura se inspiró en este personaje real, para crear al
célebre Torrente. Segura habría cambiado el Rayo por el Atleti, y la profesión
de barrendero por la de policía, debido al morbo que despierta siempre un
uniforme, y a la erótica del poder que supone ir armado con una pistola. Rafa
Langista, auténtico paradigma de deshecho social, nos da su versión de los
acontecimientos: “De unos meses a esta parte, la morosidad ha aumentado de
forma desproporcionada en mi plaza. Salen moros hasta de las alcantarillas.
Pero cuidadito con los chinos que son una fuerza emergente. Últimamente, a la
que uno se descuida, entornan los ojos, compran un local y te abren otra
tienda. Este país ya no es lo que era. ¡Vuelva General, vuelva!
Yo empecé
a trabajar en Lavapiés el 20 de Noviembre de 1975, día en que el Caudillo de
España, y Generalísimo de todos los ejércitos, fue llamado definitivamente a su
lado, por Dios nuestro señor. Desde entonces todo ha ido a peor. La degradación
de la sociedad se ve por todas partes. Si hasta mi Rayo Vallecano, la reserva
espiritual de Occidente, ha fichado a un negro, y le paga como a los demás.
Por mi
cargo de funcionario, como técnico en manipulación de productos resultantes del
catabolismo urbano, adecento diariamente la plaza y la mantengo en perfecto
estado de revista. Toda, excepto el banco del centro. Hasta treinta morosmierda de esos que en las tertulias
de la tele llaman ahora musulmanes, se me acumulan allí en hora punta. Como no
tienen oficio ni beneficio, se sientan, y pasan las horas, sin más actividad
que desnudar con la mirada a las mujeres que caminan por la zona. He marcado
con tiza un perímetro de seguridad alrededor del banco de dos metros, y de ahí
para dentro no limpio. Vamos, ni me acerco, no vaya a ser que me contagien
algo, esos cabrones. No se mueven ni para hacer sus necesidades, oiga usted.
Mire, mírelos ahí hacinados como bestias, sentados unos encima de otros todo el
día. Cualquier día viene un inspector de Sanidad y me clausura la plaza por
riesgo para la salud pública.
A primera hora de la mañana llega el capataz
de la obra de al lado, se acerca a ellos, y dice cuantos obreros necesita para
ese día. Antes de que se levanten los elegidos, ya hay diez haciendo cola para
cubrir las plazas libres. Pero los de la capa humana de abajo no se levantan
nunca. Fíjese en el de la derecha, ese del pelo corto, Rashed, le dicen. Cogió el
sitio la noche que España ganó el Mundial de fútbol. Se levantaron todos a
celebrar el gol de Iniesta, y en el descuido, se lanzó sobre el banco, posó el
culo y hasta ahora.
Y el de su
derecha, Hazem. Está hecho un pájaro de
cuenta. Cuando el banco está a tope, y quiere desahogarlo, da una falsa alarma:
“La passsma, la passsma”. Siempre hay algún jovencillo que pica. Pero peor, es
ese, el de la cara de revirado. Si el tema se pone feo, Mohamed se descalza, y
como le cantan los pies por bulerías, se acabó el overbukin. Salen todos corriendo despavoridos.
Yo como
buen cristiano, de vez en cuando me apiado de estos pobres diablos. Lo que no
se come el gato, me lo traigo en un tupper, y se lo dejo a precio de costo, de
costo marroquí, naturalemente, que es el bueno. Ya ve usted que aunque Zapatero
lo ha dejado todo fatal, y el de ahora es un minga fría, gracias a Dios, en la
España nacional sigue habiendo caridad hasta con los seres inferiores.
No tengo
nada especial contra los moros, mientras no manchen nuestra raza casándose con
españolas. Pero verá usted, la ilusión de mi vida es que algún día, doña Carmen
Polo, viuda del jefe del Estado, visite mi plaza. Le envié una invitación en
1987. No he recibido contestación, pero no me extraña, porque como ahora en
correos sólo hay rojos y masones, funciona de pena. Cualquier día la Caudilla va
a venir por sorpresa, y no quiero que vea este panorama. Sí, sí ya sé que usted
me va a decir que la guardia personal de Franco estaba formada por moros. No es
lo mismo. Aquellos estaban domesticados. Hasta creo que los lavaban cada dos
días, y les daban ropa limpia cada seis. Mi compadre Paco dice que doña Carmen
no va a venir porque lleva veinte años muerta. Otra mentira más del contubernio
judeomasónico de Occidente. Ella es inmortal, como Marujita Díaz.
Preguntamos a Rafael sobre el resto de bancos de la plaza, temiendo de antemano la respuesta: “En los otros bancos no hay problemas, señorita. El de la derecha es el de las chinas. Menos Xiuxiu, son todas feas de cojones, pero no me manchan nada. Trabajan en los comercios de la zona. Llegan treinta minutos antes de que se abran las tiendas, hacen juntas una tabla de gimnasia muy rara, como si bailaran sin música y a cámara lenta. Y luego a currar: Disciplinadas, calladas, y siempre con una sonrisa en la boca, como las españolas de antes. ¡Qué nostalgia de aquella época, vuelva General, vuelva! A las chinitas les explico como tienen que sentarse en mi banco. Ellas creen que soy el gorrilla, y me dan un eurazo por aparcar sus amarillas posaderas. Me sacó otro sueldo, gracias a la inocencia de estas criaturas. El tema es que son tan feas que a veces no sé si se han sentado con la cara o con el culo. Menos mal que está Xiuxiu. Me tiene loco. Cualquier día le pido la mano a su padre, la convierto al nacionalcatolicismo, y pasamos por la vicaría.
Y luego
está el banco de la izquierda, el de los subsaharianos, como dicen ahora.
Huelen raro, como cuando vas al zoo y pasas por la jaula de los tigres. Pero no
son mala gente. A veces los miro, y por un momento me parecen casi personas.
Nos llevamos bien, hay respeto mutuo, porque todos me sacan tres cabezas. Estos
también pagan. Les he puesto un culómetro: dos euros en zona verde si son
residentes, y cinco en zona azul para los de fuera. Si alguno se pone gamba, le
enseño la placa de barrendero del ayuntamiento y le digo que soy de la policía secreta.
No falla nunca, todos acaban pasando por caja. Le llamo el banco caliente, porque
antes de que se enfríe un sitio, ya ha venido otro cliente. Dos veces al día
desalojo a los negros, y echo en el banco una botella de lejía pura. No vaya a
ser que venga algún perro español olisqueando, y coja alguna enfermedad rara”.
Ante
nuestros continuos gestos de reprobación, el interlocutor se revuelve: “Mi ley
de vida es: Unidad, cuerpo, Dios, patria. Y por encima de todo, España para los
españoles. Mire señorita, yo vivo al lado de la mezquita de la M30. ¿Sabe usted
cómo se pone aquello durante el Ramadán? En eso sí son como nosotros, en cuanto
algo es gratis, se forma una cola del copón. Es una vergüenza. Te pasas dos
horas buscando donde aparcar, y no consigues plaza. La otra noche, casi sin
gasolina, encontré un sitio en Fuenlabrada, y encima, como se había acabado el
Metro, me tocó volver hasta casa andando. Mientras tanto, los moritos dejan el
coche hasta en el arcén de la autopista. Y digo yo, dónde están esos policías de
ahora, que no tienen sangre en las venas ni colgandera en la entrepierna, para
poner multas. Si me dejaran a mi, acababa con la inmigración y con el paro en
una tarde.
Bueno,
pues me voy a ir despidiendo, que a las doce en punto, paro para el bocata y eso
es sagrado. Es mi momento de meditación trascendente. Me quito el mono del
ayuntamiento, para que se vea bien la camisa azul impoluta que llevo debajo, y
me pongo en posición de firmes, mirando cara al sol hacia El Pardo. Guardo el aifon, pongo marchas militares en el aipod, y busco en el aipad videos del NODO. Me teletransporto
a mi etapa de servicio a la patria en la División Acorazada Brunete, donde me
forjé como hombre con disciplina de legionario. Me traslado a un pasado donde
España era una, grande y libre. Aprieto en la mano mi más preciada reliquia,
una uña del dedo gordo del pie del Caudillo. Y con el brazo en alto, miro al
horizonte. Entonces y sólo entonces, grito con todas mis españolas fuerzas: ¡Franco,
Franco, Franco!". VanityFreakNews.
Nota para el lector: Los
personajes y situaciones de esta historia no son ficticios. Cualquier parecido
con la realidad no es mera coincidencia. En nuestros días, el espíritu de Torrente
consume productos de Apple, pero sigue siendo el mismo de siempre. Está en tu
familia, en tu trabajo, en tu vecindario. No es que haya vuelto, sino que nunca
terminó de irse.
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