Otro duro día comenzaba en la vida de Pocholo el feo. Así
era conocido, en los círculos de la alta sociedad española, Cristóbal Álvarez
de Urquiola y Fontecha, decimoquinto conde de la Gandarilla, octavo marqués del
Viso, y dos veces Grande de España, pese a sus escasos ciento setenta
centímetros de estatura recién duchado. El apelativo despectivo servía para
diferenciarlo del otro Pocholo, Cristóbal Martínez-Bordiú, el aristócrata friki
popular por su vida disipada, y por sus apariciones televisivas siempre
desaforadas.
A través de la ventana se podía contemplar la hierba
perfectamente cortada del campo de golf. Un pequeño grupo de pájaros exóticos
bebía en el lago artificial situado junto al hoyo siete. Sus trinos armoniosos
dibujaban en el aire las notas de la Primavera de Vivaldi. Los árboles, mecidos
por el viento, se cimbreaban acompasadamente, recobrando la verticalidad justo
cuando parecían querer tumbarse a descansar sobre el césped. Al atravesar su
frondoso ramaje, la luz solar formaba sombras tan inverosímiles, que por
momentos cobraban vida como si fueran criaturas de fábula.
Foto tomada de www.rfegolf.es
Como habrá adivinado el avispado lector/a, esta estampa
idílica no pertenece a San Blas o a Pan Bendito, ni tan siquiera a la Cañada
Real Galiana. En esos pagos, la naturaleza es mucho más mundana. La única
hierba existente es la que se fuman los desheredados de la vida. Casca un sol
de cojones y hasta donde deja ver la polución, no hay un puto árbol en el
horizonte. Los gorriones, vestidos con plumaje de color asfalto, picotean
cagarrutas secas de perro, que cual minas antipersona, se disponen
aleatoriamente sobre las aceras. Si el viandante se para dos minutos en una
esquina, le robarán la cartera, le harán un graffitti en el careto, o incluso
las dos cosas a la vez.
Pocholo no había estado nunca en el extrarradio. Para ser
honestos, ni siquiera tenía noticia de su existencia. La única posibilidad de
visitarlo era perderse por accidente, como les ocurría a los protagonistas de
"La hoguera de las vanidades" en el Bronx neoyorkino. Él saludaba al
nuevo día desde su mesa del Real Club Puerta de Hierro de Madrid. Punto de
encuentro de lo más granado de la sociedad madrileña, bastión inexpugnable del
pijerío capitalino, donde la gente bien nace, crece, se reproduce y muere de
forma endogámica. Es un núcleo cerrado donde no se acepta la entrada de extraños.
Pocholo todavía recuerda cuando el Presidente Suárez, años después de abandonar
la política, y ya convertido en Duque de
Suárez, se hizo socio y empezó a frecuentar las instalaciones. Era considerado
un advenedizo. Allí, seres de apellidos
largos como ristras de ajos, compiten entre sí por ser los dioses más
importantes del Olimpo patrio. Los metros de eslora de los yates que tienen
atracados en Puerto Portals o en Puerto Banús determinan el poder económico de
sus propietarios. Y los títulos nobiliarios establecen el prestigio social de
las familias que los poseen.
Como cada mañana desde que alcanzaba su memoria, Mauro le
había traído a la mesa un zumo de naranja natural y una tosta de pan recién
horneado. Sobre un lecho de aceite de oliva virgen, descansaban finas lascas de
jamón de bellota cuidadosamente cortadas. Nada mejor que un buen desayuno para
afrontar con garantías una dura jornada de trabajo.
Foto tomada de www.elpaís.com
La crisis económica asolaba el país de norte a sur,
dejando un rastro de miseria que costaría varias generaciones erradicar. La
nobleza no era ajena a esta situación. Las familias de alta alcurnia habían
visto reducidas sus fuentes de ingresos exponencialmente, al tener que
cerrar muchas de las empresas que sus padres y abuelos fundaron en épocas de
bonanza. Mantener el patrimonio era muy caro. La conservación de los suntuosos
palacios, el cuidado del parque móvil, la organización de fiestas, las nóminas
del servicio, etc suponían varios miles de euros a la semana. Ninguna familia
quería reconocer que lo estaba pasando mal. Disimulaban como podían, y buscaban
nuevas formas de financiación.
Ante esta situación, Pocholo se había visto en la
obligación de abrir al público el palacio de Benamejí. El dinero generado por
las visitas no cubría los gastos corrientes, pero suponía una ayuda importante.
El morbo de ver la cama donde Felipe II se reunía con su favorita para dirimir
a calzón quitado cuestiones de estado, la curiosidad de visitar la sala donde
murió asesinado el Condestable de Castilla, mientras le limpiaba el sable la
persona inadecuada, u observar la colección de armaduras de los Castro de
Urquiola, suponían reclamos turísticos de primer orden para los españoles de la
Generación WhatsApp. Allí, los palurdos celtibéricos de nuevo cuño, descubrían
que más allá de Juego de Tronos y El señor de los anillos, existió una época
donde España era la primera potencia internacional, el epicentro de un imperio
donde nunca se ponía el Sol. Y que más allá de corinas y botsuanas, el puterío
ha acompañado a las casas reinantes desde la noche de los tiempos.
Foto tomada de www.semana.es
Este parque temático de la españolidad más rancia
conservaba el esplendor de antaño. Visitarlo era viajar por nuestra historia. Y
precisamente la de hoy era una mañana histórica. A muchos kilómetros de allí, Pocholo
el feo degustaba su desayuno. Había abandonado su habitual look casual chic, en
beneficio de un sobrio chaqué. No todos los días se tiene el privilegio de asistir
como invitado a la proclamación de un rey de España. Su Majestad y Pocholo eran
amigos desde la infancia. Estudiaron en Santa María de los Rosales, y compartieron
internado en Canadá siendo ya adolescentes. Después se separaron durante la
etapa de formación militar del príncipe heredero, aunque nunca perdieron el
contacto: reuniones en casa de amigos comunes, cacerías en la finca de tal o
cual nuevo rico con ansias de arrimarse a la Corona para adquirir estatus, viajes
privados al extranjero, el palco de Roland Garros, el del Madison Square
Garden, etc.
Pocholo conocía bien a Su Majestad, y no lo envidiaba: “Desde
pequeño, Pipe siempre fue consciente de quién era, y lo que le esperaba en la
vida. Pronto supo que su margen de maniobra era reducido y su capacidad de
decisión inexistente. Durante la infancia, las imposiciones se sobrellevan con
naturalidad, porque al fin y al cabo, cualquier niño vive supeditado a la autoridad
paterna. El problema viene cuando te haces mayor, y encuentras el amor en la
hija de un aristócrata, amiga desde la adolescencia. Tus padres, que llevan
vidas separadas desde hace años, aunque de puertas afuera sean un matrimonio
normal, te dicen que esa relación no es posible, porque los padres de ella
están divorciados. Tú tienes que escoger entre el amor y ser rey. Eliges lo
segundo.
Te vuelves a enamorar, esta vez de una noruega caballuna,
aspirante a modelo. Eres consciente de que la cosa tiene menos futuro que
Casillas en el Madrid, pero te la llevas de acompañante a una boda real. Tus
padres te vuelven a decir que te olvides de esa historia. Esta vez la excusa es
que es plebeya. Eliges de nuevo ser rey, antes que amar y ser amado.
Foto tomada de www.elsalvador.com
El tiempo pasa, y la presión sobre ti aumenta, porque la
misión de un príncipe heredero es casarse y traer al mundo más príncipes
herederos. Un día conoces a una bella periodista, nieta de taxista, hija de
padres divorciados, y divorciada ella misma. Os enamoráis, y como en la canción
de Luis Miguel, le dices: “O tú o ninguna”. Ya sabes lo que te van a decir tus
padres, porque has visto la película mil veces, así que les cuentas que tu
hermana mayor se ha casado con un tío que no ha acabado ni la carrera, y la pequeña
con un jugador de balonmano que todavía no la ha empezado. Y porque no eres futurólogo
y no sabes lo que uno y otro harán con el paso de los años, que si no empiezas
a hablar y no paras.
Vuelves a elegir ser rey, pero esta vez, como Julia
Roberts en “Pretty woman”, quieres el sueño completo, y te llevas también a la
chica, a pesar del monumental mosqueo paterno. Os casáis, y seguís soportando
todas las leyendas urbanas que se difunden sobre ella. La partida de nacimiento
demuestra que no estaba en Dallas el día que asesinaron a JFK, y la Wikipedia confirma
que a Manolete lo mató Islero. La mujer que médicamente no podría tener hijos,
concibe dos infantas de España.
La rumorología sigue siendo una ciencia puntera en
nuestro país, y de las pocas en que se invierte en I + D. Todos tenemos un
vecino que tiene un primo que tiene un amigo que se encontró contigo y con la
noruega caballuna en un hotel del norte de Europa el verano pasado. El runrún
de desavenencias en vuestra pareja cada vez suena de forma más insistente, y
hasta Zarzuela le da pábulo.
Y en estas, tu padre, anciano y enfermo, decide abdicar
la Corona, y retirarse a vivir lo que le queda, en soledad, acompañado, o como
Dios le dé a entender. Ha llegado tu momento Pipe, perdón, ha llegado su
momento, Señor. Ya es Felipe VI, Rey de una España, excatólica, exmonárquica, expolítica,
excampeona del mundo, y camino de ser Expaña.
Foto tomada de www.eldia.com.ar
La Corona pesa mucho como para poder soportarla una sola
cabeza. Para desempeñar esta empresa compartida, cuenta con la mujer que eligió
libremente (esta vez sí). La Leti ya no existe, porque ahora Letizia es nombre
de reina. Tienen todo en contra para que la monarquía perdure, y esa princesa de anuncio, se convierta algún día en la Reina Leonor. Pero los partidos duran noventa minutos, y la remontada es posible cuando se juega con humildad, espíritu de sacrificio, coraje y ambición. ¡Larga vida al Rey y la Reina! Que Iberdrola los ilumine, y que les
de la buena energía que no le ha dado a La Roja en el Mundial de Brasil”. VanityFreakNews.