Doscientos años después de que a Alberto Ruiz-Gallardón se
le metiera en el entrecejo (si es que en ese espacio virtual cabe algo), que
Madrid fuera sede olímpica, su sueño se ha hecho realidad. Él ya no vive para
lucrarse, pero ya lo harán sus herederos políticos, dispuestos a honrar su
memoria como merece.
Pobre Alberto, no en el
sentido pecuniario del término, sino en el de su estado de ánimo allá donde
esté. En vida fue ninguneado de forma sistemática por el Comité Olímpico
Internacional. Parece increíble que un país tan corrupto como la España de la
época, no fuera capaz de comprar unos Juegos para su capital. Esto significa
que en materia de corrupción, también llevábamos muchos años de retraso
respecto a los países de nuestro entorno.
En el resto del mundo, los
fondos públicos se expoliaban de una manera mucho más profesional. Existía una
tradición centenaria por la que cuando un joven entraba en política, ya era
portador de patrones de comportamiento preaprendidos. Los llevaba en el ADN, y
gracias a ellos robaba de forma espontánea, con total naturalidad.
Pero España seguía siendo
el país de la chapuza, y sobre todo de los pioneros, de las individualidades
gloriosas que sientan cátedra y crean escuela. Una legislatura cualquiera surgía
un Juan Guerra, y a primera vista era como si predicara en el desierto. Pero de
eso nada, el hermanísimo del todopoderoso vicepresidente socialista Alfonso
Guerra dejó tras de sí una corte de discípulos. No podríamos entender a un Luis
Bárcenas si no hubiera existido un Juan Guerra, como tampoco existirían nuestras actuales estrellas del deporte, sin
los pioneros Ángel Nieto, Manolo Santana o Seve Ballesteros. De hecho, el propio
Alfonso Guerra se permitió dar lecciones en materia de corrupción en su
autobiografía publicada a principios del siglo XXI. Razones no le faltaban,
porque conocía ese tema de primera mano, y lo dominaba como nadie.
Hace muchos años, el
proyecto EuroVegas supuso un paso adelante, en la tarea de recuperar el tiempo
perdido en corrupción al por mayor. Llegó a España un anciano americano llamado
Sheldon Adelson. Decían los cronistas contemporáneos que era un empresario que
había hecho carrera en Las Vegas, y luego se había reconvertido en magnate de
la industria informática. Eufemismos aparte, la cruda realidad consistía en que
era un tío que había ganado mucho dinero con las putas y el juego. Pero como ese
dinero era negro (perdón, subsahariano), había que lavarlo a través de un negocio
legal, en su caso una feria tecnológica llamada Comdex.
Si hemos de ser sinceros,
mister Adelson mucha pinta de millonario no tenía. Físicamente, parecía el
hermano gemelo del gran actor cómico Quique Camoiras. No era el típico
ejecutivo al que esperas encontrarte en un consejo de administración, sino más
bien el setentón centroeuropeo calvorota y barrigudo, con el que te tropiezas en
cualquier restaurante de playa. Y
respecto a lo de la Informática, creo que este abuelete no le quitó nunca el
sueño ni a Bill Gates ni a Steve Jobs. Apostaría a que seguía fiel a su
Spectrum de 16 K sin disquetera y a que utilizaba una tele pequeña vieja como
monitor.
Pero el momento Adelson por
excelencia, donde quedó retratado para la historia, fue cuando anunció
públicamente que había hablado con los bancos españoles y ya tenía apalabrado
el préstamo para construir EuroVegas. ¿Comoooorrrr? O sea, que el presunto
multimillonario estaba más tieso que Álvaro Muñoz Escassi en la mansión
Playboy. El magnate necesitaba un crédito. ¡No te jode! ¡Yankee go home! Para
ese viaje no necesitábamos alforjas. Los españoles también sabemos pedir dinero
a los bancos, aunque se nos da mejor rescatarlos cuando quiebran. Si un
banquero nos hubiera aflojado la pasta, Eurovegas podría llevar funcionando
varios lustros, en el
momento del desembarco de Sheldon Adelson en Madrid-Barajas.
Y entramos en otro tema
fundamental, el de los supuestos beneficios que supone para una sociedad la
implantación de un macrocasino en su territorio. En aquel entonces, los
defensores del proyecto manifestaron que EuroVegas supondría una reactivación
de la economía, y la creación de muchos puestos de trabajo. Naturalmente, pero se
tenía que haber analizado qué tipo de economía y qué clase de profesiones.
Porque hasta donde alcanzamos a ver, el I+D+I de la prostitución, el juego y
las drogas hace dos siglos estaba en pañales, y hoy sigue igual.
Menos mal que estaba
Miriam, para poner el toque intelectual y científico a la historia. Resulta que
el Camoiras yanqui, hastiado de ir con putitas, se había casado en segundas nupcias con una
tal Miriam Ochsorn, a la sazón, médico internista experta en adicciones. Miri
era una arpía talludita que desde que se casó con este señor aún más viejo que
ella, se había convertido en su mano derecha en los negocios.
De todos es sabido que
cualquier doctora de mediana edad suele tener una vocación frustrada para el mundo
empresarial, y una querencia innata para construir casinos por todo el planeta.
Pues bien, Miri Adelson, creía que los madrileños eramos tontitos, y estaba en
lo cierto. Enfundada en su disfraz de filántropa, nos vendió una película
sentimentaloide que no había por donde hincarle el diente. Al parecer, uno de
los hijos del primer matrimonio de su marido no tenía muchas luces. El muy
cretino, en vez de vivir a cuerpo de rey gracias a traficar con droga, se
dedicó a consumirla y acabó palmando. Papá Sheldon y madrastra Miri, sumidos en
el dolor, tomaron conciencia social y dieron un giro a sus vidas. No decidieron
vender sus casinos para poner en ellos tiendas de Playmobil y centros de día
para ancianos. Fueron más allá, y en cada lugar donde construían un templo del
juego, el sexo y el alcohol, donaban una pequeña parte de lo que iban a ganar
con los futuros adictos, para crear centros de rehabilitación para esos mismos
adictos.
A la clase política dirigente
(conservadora) le parecía estupendo que nos fuéramos a convertir en el gran
burdel del sur de Europa, quizá porque sabían que sus hijos e hijas, titulados
universitarios remasterizados, no acabarían trabajando en este negocio, al
menos como meretrices, y camellos de medio pelo.
Como cabía esperar, los
políticos de la oposición (progresistas) estuvieron en contra del proyecto,
enarbolando la bandera de la ética y la moral. Pero en su fuero interno también
estaban de acuerdo. Unos y otros eran conscientes de que el dinero en forma de
comisiones entraría a raudales. Aquella España era un país carcomido por un piélago
de corrupción, una plaga que horadaba sus estructuras políticas, económicas y
sociales, hasta lo más profundo de sus cimientos.
En los meses previos a la realización del
proyecto, la Comunidad de Madrid anunció que EuroVegas recibiría un trato
fiscal especial, y que la Ley del Tabaco tendría un área de exclusión, por la
cual se podría fumar en los locales de Adelson. Preocupante pero clarificador.
El poder político reconocía que iba a mirar para otro lado cada vez que el
poder financiero se lo demandara. Así fue, y así nos fue. Por EuroDisney pujó
media Europa incluida España, y se lo llevó Francia. EuroVegas no lo quería
nadie, y se lo quedó Madrid, henchida de orgullo porque supuestamente se lo
había arrebatado a Cataluña, como si se tratara de la pugna entre el Madrid y el
Barça por fichar a una estrella futbolística como Neymar.
Hoy, desaparecidos
Sheldon y Miri, EuroVegas continúa siendo un negocio que genera pingües
beneficios para sus propietarios, y Madrid es el destino preferido por un
determinado tipo de turismo. Sheldon Adelson IV, bisnieto del patriarca que
creó un imperio de la nada, es la cabeza visible del grupo empresarial. Cumpliendo
un viejo deseo del abuelo, y tras sobornar cumplidamente a los miembros del
Comité Olímpico Internacional, Madrid, y más concretamente EuroVegas, será sede
olímpica.
“Faltan ocho años para la
celebración de los Juegos, y queda mucho por hacer”, ha manifestado Adelson IV,
“Los poderes públicos madrileños han manifestado su absoluta predisposición
para invo-lucrarse en el proyecto. Consideran que la Olimpíada supondrá un estímulo
para salir de la crisis, aquella que comenzó en España en 2008, y que aún hoy padecemos.
Subirán los impuestos, y recortarán las partidas presupuestarias en Educación y
Sanidad, para disponer de fondos conque dotar a EuroVegas de las
infraestructuras que se precisen. La Comunidad de Madrid se ha comprometido a
construir los pocos kilómetros que faltaban para que MetroMadrid llegue a Huelva,
subsede de los deportes naúticos.
Se establecerán líneas de
colaboración con la iniciativa privada. Así, el Cartel de Medellín edificará el
pabellón multiusos, donde se celebrarán las carreras de camellos bípedos, el
torneo de tiro nasal, y la competición de ajuste de cuentas con pistola corta. La
zona central se transformará en una pista para los partidos de talonmano y de
pelotazo inmobiliario. El magnate ruso, Roman Snifovich, correrá con los gastos
del nuevo estadio olímpico, construido sobre las ruinas de La Peineta. La
ceremonia de inauguración contará como plato fuerte con la actuación de un
grupo de acróbatas vaginales madrileñas de ascendencia tailandesa. Y los Juegos
se clausurarán a lo grande, con un gang
bang masivo, precedido de la llegada al estadio olímpico de los
participantes en la maratón sexual. Citius, altius, fortius. La EuroVegas
olímpica os espera”. VanityFreakNews.
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