La
red social por excelencia tiene dos máximas fundamentales: “Vales menos que un
amigo Facebook” y “Nadie es tan feo como en su DNI, ni tan guapo como en su
foto de perfil”.
Siendo la primera opinable, en la segunda debiéramos estar todos
de acuerdo. Podemos ser muy listos, más o menos avispados, pero tordos, lo que
se entiende por tordos, hay pocos. A nadie le agrada poner como tarjeta de
presentación del Facebook una foto en la que sale como realmente es. Eso lo
pueden hacer, Bradley Cooper, Scarlett Johanson, y tres más. Los demás buscamos
una en la que no parezcamos Carles Puyol cruzado con la madre de la Pantoja, y
la maqueamos con ese gran invento contemporáneo, llamado San Photoshop. Una vez
obtenido el resultado deseado, colgamos con orgullo la foto de marras. A todos
nuestros amigos Facebook les aparece el aviso de: “Juan Jacobo ha cambiado su
foto de perfil”. Quien más y quien menos, piensa que sigues siendo feo de
cojones, pero por cortesía, le da tímidamente al “Me gusta”. Hoy por ti mañana
por mi.
Los más intelectuales van más allá e incluso se atreven a
escribir un comentario, casi siempre con faltas ortográficas: “Pivhon”,
“Güapa”, “Wapis”. Textos profundos, directos, sentidos, sucintos. Son tan
cortos que es prácticamente imposible cometer un gazapo, pero se consigue. Y es
que, aunque en la “Información” del Facebook todo el mundo dice hablar y escribir
varios idiomas de puta madre, de español, como de dinero, vamos muy justitos.
Por no hablar de la hipocresía del mensaje, sobre todo
cuando hablamos del género femenino. Cada vez que la Adriana Jessica de turno
se cambia el look, generalmente con desigual fortuna, corre a subir el
testimonio gráfico, para regocijo de sus amigas Facebook: “Estás divina”,
“Cuánto glamour”, “Guapísima, como siempre”, “Como una famosa”, “No me gusta,
me encanta”. Eso es lo que sus manos han tecleado, pero esto es lo que sus
cerebros piensan, respectivamente: “Estás porcina”, “¿Cuánto cobras tú?”, “Zorrísima,
como siempre”, “Como una famosa, igual de mal operada”, “No me gusta, me
espanta”. Toda mujer debiera saber que si se corta el pelo o cambia el color
del tinte, y su amiga del alma le dice que está monísima, significa que indefectiblemente,
la ha cagado.
Los amigos Facebook, como hombres que son, funcionan como
los ordenadores. Son digitales, pero no en la acepción informática del término,
sino que les gustaría plantar sus dedazos y la mano entera en la anatomía que
se ve y en la que se intuye, al contemplar la nueva foto de Adriana Jessica. Los
varones Facebook son como computadoras porque su cerebro es binario: Cero-Uno,
Sí-No, Ensayo-Error, Lo que funciona no se toca-Lo que no funcionaba tampoco,
porque no tiene arreglo, Si ya estabas buena, ¿Para qué quieres cambiar?-Si ya
eras un craco, hagas lo que hagas seguirás igual. Son hombres, ¿Qué le van a
hacer? Bastante tienen con lo suyo. Eso sí, raro será que un macho español
mienta sobre el nuevo aspecto de Adriana Jessica. Guardará un prudente silencio
escrito, o como mucho cerrará los ojos, se tapará la nariz y le dará al “Me
gusta”.
Mientras tenemos el dominio de la situación respecto a las
fotos que queremos publicar, no hay problema. Por ejemplo, llega el cumpleaños
de tu único amigo pijo, ese con el que compartiste un semestre en la facultad.
El programa de estudios de su elitista universidad privada, incluía estancias
en el extranjero e incluso en el Sistema Solar. Así que si a alguno de estos
niños ricos le daba yuyu viajar al espacio, era enviado seis meses a la
Complutense: “Porque en la Universidad Interestelar de Madrid, sabemos que el
contacto temporal y autolimitado con seres de otros planetas es enriquecedor
para la formación de nuestros alumnos”.
Pues eso, te presentas en la fiesta de cumpleaños de tu
amigo Yago María Francisco de Borja Nicolás, con el que ya sólo te comunicas
una vez al año y por el Facebook. Dices que has venido en taxi, pero la verdad
es que has dejado el coche un kilómetro antes, para que ninguno de los amigos
Facebook de tu amigo Facebook vea la mierda de carro que tienes, y lo mal que
te va la vida. Antes de entrar en el casoplón activas el GPS, para saber luego por
donde coño se sale de aquel intrincado laberinto.
No llevas nada, porque asumes que a Yago se le va a hacer un regalo de
grupo, y ya preguntarás a algún desconocido: “¿Cuánto hay que poner? Ahora te
lo doy. Antes he visto un cajero ServiRed al lado del vestidor del dormitorio
principal”. Lo que no sabes es que los demás han pensado lo mismo que tú. Así
que los uno por los otros, Yago no va a poder abrir esa noche ningún paquete (al
menos inanimado).
Te haces trecemil quinientas cuarenta y nueve fotos con
todos los famosos que hay en la fiesta: “He petao
la memoria. Voy a colgarlas todas en el Facebook. Mis amigos van a flipar”.
Luego, en tu miserable casa frente a tu vetusto PC, te dispones a subir las
fotos, y te das cuenta de que lo que parecían famosos, realmente son pringados como
tú. Se trata de los cinco mil amigos que Facebook le permite tener a Yago María
Francisco de Borja Nicolás, porque de los otros, de los de carne y hueso, no
tiene ninguno.
Cabizbajo, vagas como un autómata del “Estado” al “Inicio”,
y del “Inicio” al “Estado”. Te paras en tu “Información” y te das cuenta de que
tú también mientes, igual que los demás. Tienes la nariz más larga que Pinocho
con sinusitis: “Empleo: Empresario”. Si ser empresario es tener un bar, lo
fuiste durante dos meses, hasta que lo tuviste que traspasar, porque allí no
entraba ni el repartidor de Mahou. “Situación sentimental: En una relación
complicada”. Pues hombre, como no sea que la muñeca hinchable se te ha puesto
respondona y se niega a mantener sexo oral, complicada, complicada, lo que se
dice complicada, tu relación no lo es.
Y encima el Facebook te pregunta que “¿Qué estás pensando?”.
Si hombre, a él se lo vas a decir, para que se enteren todos tus amigos del Face. ¡Ay, los amigos Facebook! Esa
gente que llevas sin ver desde el colegio (por algo sería), y que cuarenta años
después, encuentras rastreando entre los contactos de tus contactos, con el
objetivo no confesado de arañar algún miembro más a tu lista de “Amigos”.
Cuando encuentras a alguien que viste una vez de pasada en la cola del INEM,
rápidamente pulsas “Agregar a mis amigos”, y a continuación, antes de obtener
respuesta, publicas en su “Muro”: “Qué alegría saber de ti después de tanto
tiempo. Estás igual.” ¿Cómo que igual, si tenía tres años de edad la única vez
que os visteis, y se prejubila el mes que viene?
A tu amigo potencial también le importas una mierda, pero te
acepta en cuanto enciende el móvil: “Tú tampoco has cambiado nada. Tenemos que
organizar una quedada, ya”. Qué típicas
son esas reuniones de viejas glorias. ¡Con un par, claro que sí! Han pasado
tantos siglos que la peña tiene que llevar gorras rojas para reconocerse. La
conversación gira en torno a los antiguos profesores: “¿Os acordáis del
Tachuela, el de Dibujo? Yo tampoco”. Los excompañeros ausentes es otro tema
recurrente: “Paloma no ha podido venir. Tenía cenita en la Casa Blanca, y me ha
dicho por privi que ya si eso, luego
se pasaba. ¿Tú también te la petaste en EGB? ¡Cómo tiraba la muy guarra!”, “Qué
pringao el Lolo, en cuanto bebía dos
copas se pillaba un ciego. En cambio nosotros no cogíamos nunca ni el puntillo”.
No pueden faltar las referencias a lo bien que nos va todo:
“He venido en el Seat Ibiza de mi hijo, porque tenía el Mercedes 500 en el
taller”, “Viví un tiempo en el Barrio de Salamanca, pero me agobiaba la ciudad
y me fui a Coslada. He ganado en calidad de vida”, “Después de vender El Corte
Inglés, me tomé un año sabático, y luego fundé Zara”. Otro clásico entre los
clásicos son las ex: “Estoy mucho
mejor sólo, dónde va a parar. Vivo como cuando tenía veinte años”.
Efectivamente: Al igual que entonces, no tienes un euro,
porque aunque trabajas hasta los domingos, tienes que pasar a tus cinco
exmujeres la pensión alimenticia de los tres churumbeles que tuviste con cada
una de ellas. Y al igual que entonces, te matas a pajas, porque estás tan
castigado físicamente, que ninguna mujer se acercaría a ti, aunque te bañaras
en colonia de feromonas. La quedada Facebook acaba indefectiblemente con otra
serie de tópicos: “Tenemos que repetirlo por lo menos una vez al año”, “Oye,
mandadme las fotos”, “Estamos en contacto, eh”.
Reunión no vuelve a haber, las fotos no terminas de
recibirlas nunca, pero el contacto se mantiene a través de “Mensajes”
puntualmente, es decir, cada vez que alguien necesita algo: “¿Cómo te va
campeón? Mira perdona que te moleste, pero es que tengo un pleito con el vecino
del quinto, sí, aquel pichacorta del que te hablé. Total, que estaba buscando
un abogado, y me he acordado de ti. Y he dicho: Para que se lo lleve otro,
mejor que sea alguien conocido ¿No? Espero respuesta. Los niños bien ¿No?
¿Cuántos tienes ya, uno o cinco? Ponme a los pies de Carmen, ¿O era Pablo?
Bueno, es igual. Abrazote.”
Más cabreado que una mona, sales de “Mensajes”, y vas a
“Editar perfil”: “Empleo”: Quitas abogado y pones Socorrista y mantenimiento de
piscinas termales, actualmente en excedencia. “Ciudad actual”: Borras Madrid, y
pones Leningrado. No, demasiado cerca. Mejor Ushuaia, Antártida.
Vuelves a “Estado”, y Facebook lo intenta de nuevo: “¿Qué
estás pensando”. Estás hasta las
mismísimas pelotas, y esta vez entras con todo: “¿Y a ti qué coño te importa, pesao, pedazo brasas, palizas,
mamarracho. Todo el día preguntando lo mismo. Pues ahora te lo voy a decir,
mira tú por dónde. Pienso que Facebook es un gran show, una hoguera de las
vanidades, una realidad paralela donde cada uno es quien le hubiera gustado
ser. Me voy a hacer del Twitter, que
como te deja sólo ciento cuarenta caracteres, tienes menos margen para mentir. Eso
es lo que estoy pensando, y ahora vas y lo cascas”. VanityFreakNews.
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