Una de las estampas más entrañables de cualquier ciudad
española, es la de esa típica señora mayor que en cuanto empieza a chispear, se
cubre la cabeza con una bolsa de plástico. Se trata de un fenómeno autóctono,
desconocido en otras latitudes geográficas.
Los expertos plantean la hipótesis de la migración, como
causa probable de esta tradición. Habría que remontarse a los años sesenta. En
plena dictadura, el general Franco destituye a varios de sus ministros
militares, y los sustituye por profesionales que provienen del mundo
empresarial y universitario. Son los llamados tecnócratas, que desembarcan en
los principales ministerios del área económica. España asiste al nacimiento de
la clase media, y la economía, tras décadas de estancamiento, empieza a
despegar, dando lugar al período conocido como Desarrollismo.
Las empresas florecientes necesitan mano de obra, y se
produce un éxodo humano masivo desde las áreas peninsulares arecóricas a las
dasícoras. A medida que las zonas rurales de Castilla, Extremadura y Andalucía
se van despoblando, hordas ingentes de bárbaros invaden las grandes ciudades. Madrid,
Barcelona, Valencia y Bilbao son la tierra prometida, el lugar donde escribir
un proyecto de vida que aún tiene las páginas en blanco. Los nuevos
conquistadores portan un morral repleto de ilusiones y de esperanza, pero
también de embutidos y sardinas arenques envueltos en papel de estraza. Sus
usos y costumbres primigenios, chocarán inexorablemente con los modos y maneras
de la burguesía. Esta es la historia de mi familia, y la de muchas otras de mi
entorno.
De aquellos barros, estos lodos. En nuestros días, no se
concibe una señora de más de setenta años, que no lleve en el bolso una bolsa
de plástico. Y uno piensa: Si ya lleva el primero, ¿Por qué necesita la
segunda? Craso error. La bolsa es un elemento multiusos que te saca de
cualquier apuro. Sirve para que no se quede seco el sangüis de folligrás de
la merienda del Jonathan. Se utiliza para guardar el Hola y/o el Semana,
previamente sustraído de la sala de espera del dentista. En un momento dado y
en manos de David Carradine, puede ser un juguete sexual, potencialmente
mortal. Y cómo no, es el contenedor ideal para llevar la sempiterna labor de
ganchillo: Esa funda de crochet para el iPhone del yerno, ese pañito de 40x60
cm para cubrir el equipo de música del salón, o esos posavasos icosaédricos con
los que quedas como la Preysler delante de las visitas.
En los años de bonanza económica, todas las grandes y
pequeñas superficies nos obsequiaban con estos simpáticos elementos para
transportar la compra. Y en España, no hay mayor garantía de éxito para un
producto, que regalarlo. Si es gratis, triunfarás aunque ofertes mierda podrida.
Así, como si fueran equipos de fútbol, cada señora mayor
elegía una u otra marca, con fidelidad casi religiosa. Yo soy del Carrefour
decían unas, pues yo del Mercadona, presumían otra. Ser simpatizante del Día
era bajar un escalón, porque la calidad de la materia prima no era la misma. Y tener
abono del Lidl, pues casi casi como ser forofo del Rayo Vallecano.
Pero llegó la crisis, y se acabó el chollo. Los
supermercados empezaron a cobrar por las bolsas. De acuerdo que tres céntimos
de euro no van a ninguna parte, pero ya hay que pagar. Y eso es lo que nos jode
a los españolitos. Se echaron a la calle los de siempre con lo de siempre: el
estado del bienestar, la quiebra de los derechos “que tanto nos ha costado
conseguir”, la lucha de clases, etc. Algunos iluminados alegaban que en países
como Suecia, modelo de sociedad avanzada, seguían siendo gratis, y además eran
de diseño.
Y eso que no habíamos recibido la estocada definitiva: el
movimiento ecologista denunció que las bolsas de toda la vida contaminaban,
porque tardaban un montón de años en desintegrarse. Argumentaron que de seguir
así, nos cargaríamos la Tierra (otra vez). Hay que ver el cabrón este de
planeta, todos los años lo matamos una o dos veces. Dicho y hecho, una a una, las
empresas empezaron a retirar el preciado tesoro de la circulación. Como otras
veces, El Corte Inglés se desmarcó. Bolsas sí, gratis y a demanda. Con un par.
Si por algo dice el vulgo, que El Corte Inglés es lo único que funciona en
España. Todos contentos. Fin de la historia.
Tararí que te ví. En tiempos de crisis, la sociedad civil se
articula, en torno a líderes naturales. Tal es el caso de Jovita Rendueles,
presidenta de honor de la Asociación de consumidores del casco histórico de
Oviedo, y usuaria habitual de bolsas de plástico. “Nos dan palos por todas
partes, y los mayores hemos perdido mucho poder adquisitivo durante los últimos
años. Estamos en la obligación de aumentar los ingresos atípicos. Si empieza a
orvallar, y yo me tapo con una bolsa de Zara, soy una mujer anuncio, ¿Verdad? Pues
entonces tengo que cobrar, mucho o poco, eso ya lo discutirá mi manager. El
problema es el habitual. Vamos muy retrasados respecto a nuestros socios
europeos, y existe un vacío legal enorme en esta materia. Yo me he metido en abogaos y lo tengo denunciado. Y aquí
estoy atendiendo a los medios de comunicación. De momento no os cobro, pero
andaros con ojo, que en cuanto pueda os doy el sablazo. Me han llamado todas
las televisiones, del Espejo Púbico, del Sálvame Delpús, del Colocón, colocón,
de Crónicas Marranas, del Gran Dewater. No voy a ninguno porque el perfil de
estos programas no se adapta a mis características organolépticas. Estoy
esperando que me llame la Campos para el Qué tiempo tan feliz. Ahí si voy,
aunque me pague sólo el taxis. Soy
fan suya desde que los Reyes Catódicos
echaron a los moros de Granada”.
Aunque Qué tiempo tan feliz se mantuvo en antena sesenta
años más, Jovita falleció antes de ver cumplido su sueño. Dos años después de
su muerte, el Tribunal de Derechos Humanos de Extraburgos (como decía ella), falló a favor de sus
reivindicaciones, y se estableció el canon plástico. Desde entonces, cuando en
alguna ciudad de provincias, las nubes lloran agua en honor de esta activista
proderechos civiles, siempre hay una señora mayor dispuesta a rendir homenaje a
su lideresa.
Como si se tratara de un telefilme americano de sobremesa,
la señora en cuestión desenfunda su bolsa de plástico, y mientras se protege la
cabeza, mira al cielo. Baja la voz, y como un susurro, repite: ¡Gracias, Jovita,
gracias! VanityFreakNews.
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