sábado, 17 de noviembre de 2012

Las señoras mayores cobrarán por taparse la cabeza con una bolsa de plástico cuando llueve.


Una de las estampas más entrañables de cualquier ciudad española, es la de esa típica señora mayor que en cuanto empieza a chispear, se cubre la cabeza con una bolsa de plástico. Se trata de un fenómeno autóctono, desconocido en otras latitudes geográficas.

Los expertos plantean la hipótesis de la migración, como causa probable de esta tradición. Habría que remontarse a los años sesenta. En plena dictadura, el general Franco destituye a varios de sus ministros militares, y los sustituye por profesionales que provienen del mundo empresarial y universitario. Son los llamados tecnócratas, que desembarcan en los principales ministerios del área económica. España asiste al nacimiento de la clase media, y la economía, tras décadas de estancamiento, empieza a despegar, dando lugar al período conocido como Desarrollismo.

Las empresas florecientes necesitan mano de obra, y se produce un éxodo humano masivo desde las áreas peninsulares arecóricas a las dasícoras. A medida que las zonas rurales de Castilla, Extremadura y Andalucía se van despoblando, hordas ingentes de bárbaros invaden las grandes ciudades. Madrid, Barcelona, Valencia y Bilbao son la tierra prometida, el lugar donde escribir un proyecto de vida que aún tiene las páginas en blanco. Los nuevos conquistadores portan un morral repleto de ilusiones y de esperanza, pero también de embutidos y sardinas arenques envueltos en papel de estraza. Sus usos y costumbres primigenios, chocarán inexorablemente con los modos y maneras de la burguesía. Esta es la historia de mi familia, y la de muchas otras de mi entorno.
 
 

De aquellos barros, estos lodos. En nuestros días, no se concibe una señora de más de setenta años, que no lleve en el bolso una bolsa de plástico. Y uno piensa: Si ya lleva el primero, ¿Por qué necesita la segunda? Craso error. La bolsa es un elemento multiusos que te saca de cualquier apuro. Sirve para que no se quede seco el sangüis de folligrás de la merienda del Jonathan. Se utiliza para guardar el Hola y/o el Semana, previamente sustraído de la sala de espera del dentista. En un momento dado y en manos de David Carradine, puede ser un juguete sexual, potencialmente mortal. Y cómo no, es el contenedor ideal para llevar la sempiterna labor de ganchillo: Esa funda de crochet para el iPhone del yerno, ese pañito de 40x60 cm para cubrir el equipo de música del salón, o esos posavasos icosaédricos con los que quedas como la Preysler delante de las visitas.

En los años de bonanza económica, todas las grandes y pequeñas superficies nos obsequiaban con estos simpáticos elementos para transportar la compra. Y en España, no hay mayor garantía de éxito para un producto, que regalarlo. Si es gratis, triunfarás aunque ofertes mierda podrida.

Así, como si fueran equipos de fútbol, cada señora mayor elegía una u otra marca, con fidelidad casi religiosa. Yo soy del Carrefour decían unas, pues yo del Mercadona, presumían otra. Ser simpatizante del Día era bajar un escalón, porque la calidad de la materia prima no era la misma. Y tener abono del Lidl, pues casi casi como ser forofo del Rayo Vallecano.

Pero llegó la crisis, y se acabó el chollo. Los supermercados empezaron a cobrar por las bolsas. De acuerdo que tres céntimos de euro no van a ninguna parte, pero ya hay que pagar. Y eso es lo que nos jode a los españolitos. Se echaron a la calle los de siempre con lo de siempre: el estado del bienestar, la quiebra de los derechos “que tanto nos ha costado conseguir”, la lucha de clases, etc. Algunos iluminados alegaban que en países como Suecia, modelo de sociedad avanzada, seguían siendo gratis, y además eran de diseño.

Y eso que no habíamos recibido la estocada definitiva: el movimiento ecologista denunció que las bolsas de toda la vida contaminaban, porque tardaban un montón de años en desintegrarse. Argumentaron que de seguir así, nos cargaríamos la Tierra (otra vez). Hay que ver el cabrón este de planeta, todos los años lo matamos una o dos veces. Dicho y hecho, una a una, las empresas empezaron a retirar el preciado tesoro de la circulación. Como otras veces, El Corte Inglés se desmarcó. Bolsas sí, gratis y a demanda. Con un par. Si por algo dice el vulgo, que El Corte Inglés es lo único que funciona en España. Todos contentos. Fin de la historia.

Tararí que te ví. En tiempos de crisis, la sociedad civil se articula, en torno a líderes naturales. Tal es el caso de Jovita Rendueles, presidenta de honor de la Asociación de consumidores del casco histórico de Oviedo, y usuaria habitual de bolsas de plástico. “Nos dan palos por todas partes, y los mayores hemos perdido mucho poder adquisitivo durante los últimos años. Estamos en la obligación de aumentar los ingresos atípicos. Si empieza a orvallar, y yo me tapo con una bolsa de Zara, soy una mujer anuncio, ¿Verdad? Pues entonces tengo que cobrar, mucho o poco, eso ya lo discutirá mi manager. El problema es el habitual. Vamos muy retrasados respecto a nuestros socios europeos, y existe un vacío legal enorme en esta materia. Yo me he metido en abogaos y lo tengo denunciado. Y aquí estoy atendiendo a los medios de comunicación. De momento no os cobro, pero andaros con ojo, que en cuanto pueda os doy el sablazo. Me han llamado todas las televisiones, del Espejo Púbico, del Sálvame Delpús, del Colocón, colocón, de Crónicas Marranas, del Gran Dewater. No voy a ninguno porque el perfil de estos programas no se adapta a mis características organolépticas. Estoy esperando que me llame la Campos para el Qué tiempo tan feliz. Ahí si voy, aunque me pague sólo el taxis. Soy fan suya desde que los Reyes Catódicos echaron a los moros de Granada”.

Aunque Qué tiempo tan feliz se mantuvo en antena sesenta años más, Jovita falleció antes de ver cumplido su sueño. Dos años después de su muerte, el Tribunal de Derechos Humanos de Extraburgos (como decía ella), falló a favor de sus reivindicaciones, y se estableció el canon plástico. Desde entonces, cuando en alguna ciudad de provincias, las nubes lloran agua en honor de esta activista proderechos civiles, siempre hay una señora mayor dispuesta a rendir homenaje a su lideresa.

Como si se tratara de un telefilme americano de sobremesa, la señora en cuestión desenfunda su bolsa de plástico, y mientras se protege la cabeza, mira al cielo. Baja la voz, y como un susurro, repite: ¡Gracias, Jovita, gracias! VanityFreakNews.

 

        

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