Al entrar en
cualquier negocio de hostelería de la geografía española, nos encontramos con
una figura imprescindible: El camarero. Se trata de un ser vivo, generalmente
homínido, cuyo objetivo en la vida es tocarnos los cojones, y en sus ratos
libres, traer a nuestra mesa algo remotamente parecido a lo que le hemos
pedido.
Hay tantos tipos
de camareros que resulta muy difícil sistematizarlos en orden, especie y
subespecie, pero todos ellos comparten algún denominador común. Por ejemplo, es
universalmente conocida su predisposición a consumir bebidas espirituosas sin
medida y a cualquier hora del día. Pero que nadie piense mal, por favor. El
camarero común no es un alcohólico impenitente, sino un profesional que vela
por la salud de sus clientes. Prueba el género una y mil veces, hasta el punto
de acabar con las existencias, y verse obligado a dispensar garrafón. Prefiere
desarrollar cirrosis en carne propia antes que servir productos en mal estado. Digámoslo
alto y claro pese a quien pese: El hostelero es un héroe anónimo. Veamos los
rasgos característicos de algunos ejemplares autóctonos de la piel de toro:
Foto tomada de www.estoyradiante.com
Camarero siervo.
Es un ser vivo autóctono de los restaurantes de lujo, donde habita desde tiempo
inmemorial. Su rasgo distintivo respecto a otras subespecies de su entorno es
el sonido que emite de forma incesante cuando acecha a una presa: “Los señores”.
Estas dos palabras son repetidas a modo de mantra, combinadas con otros vocablos
para formar frases del tipo: “¿Está todo del gusto de los señores?, ¿Deseaban
algo más los señores?, ¿Molesta el aire acondicionado a los señores?” Ejemplo real:
Mauro. Zalacaín. Calle Álvarez de Baena. Madrid.
Camarero
diminutivo. Es el mindundi de su género. Generalmente de aspecto tosco,
frecuenta el humor cuartelero, y acaba todas las frases con un comentario
supuestamente gracioso y a menudo fuera de tono. Se adorna con diminutivos de
forma y manera constante: “¿Cuántas cervecitas van a ser?”, “Hoy tenemos un
pescaíto buenísimo”, “¿Les traigo ya el arrocito con las gambitas, o toman
antes unas croquetitas y una patatitas bravas?”. Ejemplo real: Jesús. Hotel
Alcázar. Calle Diego de León. Madrid.
Camarero
tuteador. Cuando un naturalista lo encontró en un recóndito lugar, y lo trajo a
la civilización, el camarerus tuteadoris
no sabía relacionarse con los humanos. Ahora tampoco. Algún gurú de recursos
humanos, le enseñó que era importante mostrarse cercano al cliente, porque eso
beneficiaba al negocio. Desde entonces, se aplica el cuento en cada caña de ceveza
que tira y en cada tiramisú que sirve, pero a menudo se pasa de frenada. Porque
entre un “Nos complace sobremanera recibirlo de nuevo, don Federico”, y un
“¿Qué pasa Fede, el mismo pelotazo de siempre, no?”, hay más distancia que
entre el programa electoral del Partido Popular y lo que está haciendo desde
que está en el Gobierno. Ejemplo real: Ramón. Restaurante Pedro Larumbe. Calle Serrano.
Madrid.
Camarero altivo.
Su hábitat natural son los establecimientos de medio pelo. Te mira, te habla, y
te trata como si fueras una bosta seca de vaca tuberculosa. Considera que no
tienes el nivel suficiente para “su” negocio. No es el dueño, pero se reserva
el derecho de admisión. Con su sueldo no podría pagarse ni el menú del día de
un bar de carretera, pero considera que no eres digno de ser servido por él, y
actúa en consecuencia. Se permite recomendarte un determinado plato, tan
exquisito como caro, pero siempre después de que hayas pedido, como diciendo:
“No tienes ni idea eligiendo, paleto”. Ejemplo real: Fernando. Restaurante La Taberna del
Puerto. Calle Diego de León. Madrid.
Camarero chuzo.
Habita en cualquier continente, con independencia de la estación del año. No es
que ese día haga calor y haya bebido más de la cuenta de forma accidental. Lleva
tanto alcohol en sangre, que si le acercas un mechero, empieza a arder como un
pebetero olímpico. Con él has de ser precavido. Si el primer día te mancha al
derramar la bullabesa sobre tus pantalones es culpa suya, pero si la escena se
repite al día siguiente, es culpa tuya por no sentarte a la mesa con traje de
neopreno y escafandra. Ejemplo real: Francisco. Asador Donostiarra. Calle
Infanta Mercedes. Madrid.
Camarero
propinero. Se trata de un espécimen pancultural. El primer día que te adentras
en su ecosistema te trata de maravilla. Atento, simpático y rápido de reflejos.
Pero el momento de la verdad con el camarerus propinatus llega a la hora de
abonar la cuenta. Aquel que ose limitarse a pagar religiosamente lo que debe,
sin dejar una respetable propina, puede darse por cliente muerto. Que no pierda
el tiempo. Es mejor no volver a pisar ese local, sopena de ser ninguneado e
ignorado. Ejemplo real: Ángel. El Jardín de la Leyenda. Las Rozas de Madrid.
Foto tomada de www.vuelosagalicia.es
Camarero
becario. Se caracteriza por una ausencia absoluta de los rudimentos básicos de
su profesión. No suele conocer los productos que ofrece. Lees en la carta: “Croca al punto sobre
lecho de boletus. ¿Qué clase de carne es la croca, por favor?”, “Crocaaa,
crocaaa, pues la croca es lo que viene siendo… carne de croca”. En general, no
sabe lo que tiene, pero si sabe positivamente que no dispone de algo, te lo ofrece igual: “¿Qué
helados hay de postre?”, “Pues… Chocolate, leche merengada, vainilla, turrón,
limón, fresa y nata”, “Traígame uno de chocolate, por favor”, “No me queda”,
“Entonces uno de vainilla”, “Tampoco me queda”, “Pues uno de fresa”, “No, de
ese tampoco”, “¿Queda alguno?”, “Leche merengada”. Ejemplo
real: Antón. Hotel Gran Talaso. Sanxenxo. Pontevedra.
Por todo esto y
mucho más, a veces puedes llevarte sorpresas. Viajas a Burgos un fin de semana
con tu mujer y tus hijos. Ya sabíais que es una de las ciudades más bonitas de
España. Pero los niños no la conocen, y con treinta y cuarenta años
respectivamente, van teniendo edad de empezar a hacer turismo cultural. Es la
hora de comer. Posiblemente, el mejor restaurante es Ojeda, y el mejor asado es
el que se puede degustar en Los Trillos. ¡Lástima! Al ser los niños todavía pequeños,
no tenéis más remedio que ir a una pizzería o a una hamburguesería. Llegáis a
la majestuosa Plaza de la Catedral. Contemplando absortos esta maravilla, os
dáis cuenta de las cosas tan fantásticas que podemos hacer los españoles cuando
trabajamos juntos.
Foto tomada de www.commons.wikimedia.org
Tu hija pequeña,
la de treinta años, te tira de la chaqueta mientras dice con desgana: “Daddy, I'm hungry. How far to the Burger
King?”. Te teletransportas de nuevo a la actualidad desde la Edad Media, y piensas:
“Hay que joderse con la niña. Estamos en la cuna de Castilla, tierra de cordero lechal,
queso de oveja, morcilla de arroz, y vino Ribera de Duero, y esta criatura, que
es carne de mi carne, quiere una hamburguesa de vaya usted a saber qué”.
Lo pregunta en
inglés porque es su primera lengua, y porque apenas sabe español. Su
madre y tú os empeñásteis en hablar con ella en inglés desde pequeña, “Es muy importante que sea bilingüe”, y ahora resulta que es unilingüe. Va
vestida con deportivas, vaqueros gastados y rotos, camiseta con la leyenda UCLA
University, gafas de sol retro y gorra de los New York Nicks. Masca chicle
compulsivamente y mientras camina va viendo en el iPad la última temporada de
Prison Break (en inglés, por supuesto). Tú miras a Macarena del Carmen, y te
das cuenta de que podía ser perfectamente Jessica Kate, y de que estamos
colonizados política, económica y culturalmente por los Estados Unidos de
América.
Foto tomada de www.viajes.es
Asumido esto,
seguís recorriendo el casco histórico. Google maps dice que estáis muy cerca
del Foster´s, pero la realidad es otra. Pasáis bajo el imponente Arco de Santa
María, una de las antiguas entradas al burgo, que luce impoluto tras su restauración. Recorréis el Paseo del Espolón, epicentro de la vida
social, donde el todo Burgos se deja ver a la hora del aperitivo. A vuestra
derecha queda el río Arlanzón, de aguas gélidas incluso durante el período
estival. Un año echaron al cauce una pareja de pingüinos para ver si
procreaban, y se murieron de frío.
La estatua
ecuestre de Don Rodrigo Díaz de Vivar marca la frontera entre el Espolón y su
continuación natural, la exclusiva calle Vitoria, feudo natural de la burguesía
de la ciudad. El Cid, jubilado de guerrear contra el moro, ahora se dedica a
contemplar el devenir vital de lugareños y turistas. Os mira desde su pedestal,
espada en ristre, como queriendo decir: “Estáis más perdidos que Belén Esteban
en el Círculo de Bellas Artes. Seguid la dirección que marca mi acero y
comeréis como Dios manda”.
Foto tomada de www.hemofilia.com
Se os cae una
lágrima cuando pasáis por la puerta del mencionado Ojeda, mientras el maldito
Foster’s sigue sin avistarse. En la confluencia con la calle San Lesmes, al
mirar a la izquierda puede adivinarse la preciosa iglesia del mismo nombre.
Propones visitarla, y como respuesta encuentras la negativa encendida del resto
de la unidad familiar. Es entonces cuando tu pueril vástago de cuarenta añazos
grita: ¡Richisssss! como si de tierra firme se tratara cuando navegas en un
barco a la deriva. Richis se anuncia en la puerta como La Casa de las
costillas, especialidad en hamburguesas y comida tex mex. Tu mujer y tú,
sabedores de que puede que sea la última oportunidad de comer caliente, accedéis a entrar, no sin cierta precaución.
Ahí empieza la
grata sorpresa a la que antes nos referíamos. Qué bien hicimos en seguir la
espada del Cid Campeador. Se trataba de un local decorado al estilo de las tabernas
tradicionales irlandesas. Sin tiempo para reaccionar, apareció Ricardo, origen
del nombre en Spanglish de su local. Era una montaña humana de mirada clara y
sonrisa franca: “Sentaos donde queráis chicos. Si queréis algo que no esté en
la carta, me lo decís, y veré que podemos hacer”.
Lo que vino
después fue una de las mejores hamburguesas que he comido en mi vida. Carne de
vacuno tan fresca que casi mugía, tomate madurado en la huerta, queso de cabra,
y patatas fritas de patata de verdad. Todo ello regado con Coca Cola de
botellín bien fría y con una rodaja de limón recién partida. De postre, tres
bolas de helado del tamaño de pelotas de fútbolsala. “Si queréis repetir de
algo, estáis a tiempo. La cocina todavía está abierta”. Ni una palabra de más
ni una de menos. Amable, cortés, un verdadero señor, y un auténtico
profesional.
Foto tomada de www.restalo.es
Por costumbre,
jamás dejo propina en un local, pero aquel día lo hice muy a gusto. Este tipo
de gente se merece un monumento tan grande como el de El Cid. Ellos son los que
hacen país. Crean pequeñas empresas con las que dan trabajo a unas cuantas
familias. No llevan traje y corbata, no veranean en Sotogrande, ni juegan al
golf en el Club Puerta de Hierro. Sus bodas no salen en el Hola, y no
frecuentan las fiestas de sociedad. Me da igual. Yo salí de Richis con ganas de gritar: ¡Vivan
todos los Ricardos de España y la madre que los parió!” VanityFreakNews.
No hay comentarios:
Publicar un comentario