En la madrugada del domingo 4 al lunes 5 de Marzo, “The artist” fue coronada como mejor película del año. A muchos kilómetros de distancia del Kodak Theatre, aunque prácticamente a la misma hora, otro artista, Don Iñaki Urdangarín Liebaert, duque consorte de Palma de Mallorca, y todavía marido de la Infanta Doña Cristina, estaba interpretando el papel más difícil de su carrera. Abandonaba las dependencias de los juzgados de Palma, después de dos días intentando explicarle a su señoría la cuadratura del círculo. El reparto de la película es estelar:
1º Doña Cristina, como “El gancho”. Una especie de bulto sospechoso, sin poder ejecutivo, ni participación en las decisiones empresariales.
2º Don Iñaki, como “El pringao comemarrones”. Un samaritano que pasaba por allí, y cuyo único interés era ayudar desinteresadamente a las administraciones públicas que le pedían consejo profesional.
3º Diego Torres, como “El villano”. Un ser malo malísimo, que engañó cruelmente a su socio y amigo Iñaki, utilizando a la Corona para enriquecerse.
La trama argumental recuerda a nuestra etapa escolar. En todas las clases había un hijoputa integral, que arrastraba al lado oscuro a alguno de los tiernos púberes de menor personalidad. Cuando la profesora de turno llamaba a capítulo a los papás del pequeño alevín de Mefistófeles, la mamá solía decir aquello de: “Mi Kevin Joshua de Jesús es muy bueno, pero le pierden las malas compañías”. No señora, su Kevin es un cabronazo con pintas, que no necesita a nadie para urdir barrabasadas de toda índole y condición. Y la pregunta ahora es: ¿Qué es Don Iñaki, Kevin o pardillo? A los monárquicos convencidos les gustaría más que fuera cordero pastoreado hacia el averno. Pero los hechos y la razón apuntan a que en esta particular jodienda, el duque ha sido más activo que pasivo.
No hay cosa que más guste en España que encumbrar a alguien para luego derribarlo, y humillarlo sin piedad. Que se lo pregunten a todos los marios condes de esta nuestra querida piel de toro. Otro hecho consustancial a la naturaleza hispánica es el de hacer chistes del mal ajeno. Así, Don Iñaki se ha convertido en el punching ball emocional del españolito de a pie, en una escapada mental en medio de la lacerante crisis económica que nos asola:
1º Por obra y gracia del ingenio popular, el duque ha pasado de ser campeón de balonmano a figura del talonmano.
2º Estas Navidades, los españoles no le han pedido los regalos a los Reyes Magos sino a su yerno.
3º El pueblo llano lo ha rebautizado como Urmangarín.
4º Se le ha ofrecido ser la imagen publicitaria de la firma Mango.
5º Incluso, algunos han especulado conque iba a dar el salto al cine de adultos, protagonizando un film porno en mallorquín: “El duc s’em Palma”.
En Medicina, el mejor tratamiento es la prevención. Y en la vida suele ocurrir lo mismo. Entonces, ¿Por qué estos regios niños han sido incapaces de encontrar personas de su igual para casarse?. No hablamos ya de príncipes o princesas. Pero resulta difícil creer que entre toda la nobleza y/o la oligarquía económica, no hubiera tres patriotas con hoja de servicios inmaculada, dispuestos a emparentar con el príncipe y las infantas.
A priori, la que más crudo lo tenía era Doña Elena, por motivos que saltaban a la vista como Sergéi Bubka con su pértiga: de record en record. Tras una relación estable con el jinete Luis Astolfi, este prefirió cambiar de montura, y sacar a la real jaca de su yeguada. La cosa pintaba mal, aquello olía a soltería perenne. Pero apareció él, el caballero de la triste figura, piel color aspirina, y con una gracia que no le cabía en el cuerpo. Los hagiógrafos rastrearon la historia familiar y la cosa quedó bastante decorosa: Hijo del conde de Ripalda, y nieto del vizconde de Eza, que fue ministro de la Guerra con Alfonso XIII, y alcalde de Madrid. De curriculum académico andaba más tieso que Kiko Rivera en la mansión Playboy, así que donde había poco o nada se acuñó el eufemismo “estudios empresariales y de marketing”, o lo que es lo mismo, carrera empezada pero no terminada. Además, la plebe le adjudicó de inmediato el título de podólogo del rey, por aquello de que le iba a quitar el callo al monarca. Boda espectacular en Sevilla, dos hijos, y un matrimonio aparentemente feliz, hasta que un ictus les cambió a todos el rictus. Siempre se ha dicho que las enfermedades graves pueden separar una pareja o unirla más. En este caso ocurrió lo primero, con la inestimable ayuda de una leyenda urbana que recorrió toda España. Ya se sabe que siempre hay alguien que conoce a otro, que de buena tinta sabe tal o cual cosa, por supuesto siempre escandalosa. Yo no estaba allí, así que no me pronunciaré.
Luego llegó el momento de Doña Cristina. Al lado de su hermana, todo un icono sexual. Se instaló en Barcelona con su prima Alexia de Grecia. El maledicente vulgo no tardó en ponerle nombre al piso de solteras: La Polvera. Quien pasó o dejó de pasar por allí, sólo le interesa a los supuestos protagonistas. Lo que sí trascendió fue la amistad real que la infanta entabló con Álvaro Bultó, nieto del fundador de las marcas de motocicletas Montesa y Bultaco, aunque de hecho, la etapa de ponerse mutuamente como motos, duró poco. Tiempo después entró en escena “The artist”, un guayabo de dos metros, medallista olímpico español, y estandarte del club de balonmano más laureado de la historia. Los cronistas de la época, decían de él que era como un pacto de estado: vasco de nacimiento, y catalán de adopción. Los plumillas de cámara tuvieron que fajarse de nuevo para maquillar al personaje. Destacaron hasta la naúsea que el padre era presidente de una entidad bancaria, Cajavital, y sobre todo, los orígenes nobiliarios de la madre. Bordeando el surrealismo, encontraron parentesco por vía paterna con San Valentín de Berriotxoa, patrón de Guipúzcoa. Otra boda de cuento de hadas, y procreando, que es gerundio. Tuvieron 153,5 niños, todos tan altísimos y guapísimos como sus progenitores.
Quedaba Don Felipe, el heredero, y por tanto, él único de los tres que no tenía margen de error. Se enamoró de Isabel Sartorius, hija del marqués de Mariño. Hacían una bonita pareja, pero los padres de Isabel estaban divorciados. Teniendo en cuenta todo lo que ha llovido y hasta nevado desde entonces, no debiera haber supuesto un obstáculo, pero en aquellos momentos, era un problema insalvable. Quien sabe si para olvidar a su amada, el príncipe siguió coleccionando cromos al ritmo del superhit bacaladero de Chimo Bayo: “Esta sí, esta no”, versionado como “Esta sí, esta también”. Y en esas estábamos cuando nos enteramos de que nuestro futuro rey hablaba con una noruega, de apellido Sannum y nombre Eva. Ya desde los tiempos del landismo, el españolito de pura cepa ha sentido una atracción fatal por las nórdicas, pero Eva no nos convencía: Caballona, larga como un año sin puentes, y con nariz de fiordo. Decían que era modelo, pero seguimos sin saber de qué. La arribista no tocó tierra firme, y su recuerdo se diluyó en las frías aguas del Mar del Norte. Tiempo después y sin preaviso, la Casa Real emitió un comunicado en el que se anunciaba el enlace entre SAR el Príncipe Don Felipe de Borbón, y la señorita Letizia Ortiz Rocasolano. Estalló la bomba informativa: Una joven estrella de la televisión pública, hija de padres divorciados, divorciada ella misma, y con el cuentakilómetros más castigado que el del taxi de su abuelo, sería la futura reina de España. Su condición plebeya generó inicialmente un corriente de simpatía popular, que pronto se transformó en afán persecutorio. De ella se dijeron y escribieron todo tipo de bulos, rumores, y medias verdades. Personajes siniestros como el omnipresente Jaime Peñafiel, cargaron contra ella como amantes despechados. Populosa e inapropiadamente conocida como “La Leti”, aprendió a golpes, aguantó el tipo, y con tesón y paciencia, acabó por convertirse en uno de los miembros mejor valorados de la Familia Real. ¡Sorpresas te da la vida!
Pero en esta historia nos siguen faltando elementos imprescindibles. En cualquier historia de corrupción hispánica que se precie, aparecen las putas de lujo y la coca, tarde o temprano. No se concibe que alguien meta la mano, sin que paralelamente se meta por arriba y la meta por abajo. No parece este el caso, puesto que la Infanta permanece al lado de su marido como esposa amantísima y crédula. Suponemos que aunque sólo sea por su condición real, ella sabe a estas alturas que los Reyes son los padres. Y además, a quién no le ha ocurrido eso de llegar a casa y decirle a tu mujer: “Cari, mira que con lo que nos sobró de las vacaciones he comprado un palacete”. Naturalmente, a ella le parece lo más normal del mundo, y no te hace más preguntas.
Lo único que podemos sacar en claro de esta historia es que a juzgar por el aspecto del duque, ni dieta Dukan ni leches. Un procesamiento judicial como Dios manda, y te quedas más reducido que la lista de números 1 de Chayo Mohedano. Pero juguemos a Rappel, e imaginemos a Iñaki cuando escampe la tormenta. Lo vemos como a un antiguo ganador del Oscar, tostándose al sol en un destierro dorado, canoso y viejo, más cerca ya de las muletas que de las mulatas, y obligado a divorciarse previo pago una suculenta indemnización, en concepto de servicios prestados. No obstante, si se demostrara su culpabilidad, tendría que acabar como la estatuilla de Oscar, calvo, desnudo y tapándose la masculinidad con una espada, su única pertenencia. Tiempo al tiempo.
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