31 de Agosto de 1997.
00:15 horas.
Hotel Ritz, 15 Place Vendôme, 75001 París, Francia. Un hombre y una mujer abandonan uno de los salones privados del restaurante L’Espadon. Durante la cena, se han estado regalando miradas cómplices y gestos de amor adolescente. La suntuosa propina delata a los comensales. No se trata de esforzados mileuristas. Pertenecen a ese reducido club, que encadena unas vacaciones con las siguientes, para descansar no se sabe muy bien de qué.
Él, Edam “Dodi” Al-Fayed, playboy prealopécico con aspecto de obrero de la construcción, categoría oficial de primera. Conocido en la noche londinense como Dodi Al-Follé, por su don de lenguas. Experto en francés y en griego clásico. Profesión: Hijo de multimillonario egipcio.
Ella, Diana Frances Spencer, Lady Di para el siglo. Distinguida y taciturna. Fría como una heroína de Hitchcock, y más sosa que una pescadilla ultracongelada de La Sirena. Profesión : Celebrity internacional, y exprincesa cornuda.
00:20 horas.
Las cámaras de seguridad del establecimiento graban la salida de la pareja. Minutos antes, un Audi de alta gama, aparcado delante de la puerta principal, ha arrancado a toda velocidad, intentando despistar a los paparazzi. El otrora todopoderoso Napoleón, encaramado en lo más alto del obelisco que preside la plaza, no puede presenciar la escena, puesto que los enamorados han abandonado el local por la puerta trasera, y porque todo el mundo (menos Borja Thyssen) sabe que las estatuas tienen ojos, pero no pueden ver por ellos. Los tortolitos se disponen a regresar a su apartamento, situado en el exclusivo Distrito XVI. Es una zona de la ciudad donde los moros son malvistos, y los musulmanes, es decir, los moros con dinero, bien recibidos. Suben a la parte posterior de un Mercedes-Benz W140 de color negro, con matrícula 688LTV75. Al volante, uno de los conductores del hotel, y a su derecha, un guardaespaldas tamaño armario Aspelund de tres puertas. Dodi acerca sus labios al oído de Diana, y le confiesa algo con voz susurrada. Algunas fuentes apuntan que le dijo ¿Rubia, quieres pelea con el negro?. No podemos confirmarlo, a pesar de que el avezado lector ya sospecha que uno de nuestros mejores hombres estaba allí.
Yo hubiera preferido a Van Pirsin, pero no estaba operativo. Un asunto de trabajo no le permitía abandonar España. Van nunca dice: “No”, cuando se trata de un colega. El Ruca, un amigazo de la infancia, le había proporcionado una suplencia de verano en Telecamello, primer distribuidor de estupefacientes a domicilio del cinturón industrial madrileño. Y ahí estaba el bueno de Van, 24 horas al día subido en la moto, con más trabajo que el psicólogo de Lady Gaga.
Por tanto, tuve que recurrir a Tyson Ado. Los ocupantes del vehículo no saben que llevan un polizón en el maletero. Tyson viaja dormido, porque durante la larga espera ha dado buena cuenta de su petaca de emergencia. Medio litro de whisky de garrafón circula por su organismo, tras haber llegado a un pacto de no agresión, con la única neurona viva existente. El coche toma la Rue Cambon, gira a la derecha en la Rue de Rivoli, y tiene que parar en el semáforo de la Place de la Concorde. Dodi y Diana son reconocidos por dos paparazzi motorizados. Comienza la persecución. El chófer arranca rápidamente, intentando ganar la autovía que discurre paralela al río Sena.
00:27 horas.
Al llegar al Puente del L’Alma, la velocidad estimada es de 180 Km/hora, en una zona limitada a 50. Entra en el subterráneo, y tras recorrer 50 metros , empieza a desviarse progresivamente hacia la izquierda, para acabar chocando de forma violenta, contra la decimotercera columna. El impacto es tan fuerte, que gira 180º y queda parado en sentido contrario al que circulaba. Los dos tercios anteriores de la carrocería están destrozados. De toda la estructura, sólo se mantiene en relativas buenas condiciones el portaequipajes. El Cristo de los Gitanos que pende del cuello de Tyson, le ha salvado la vida, no por la advocación religiosa, sino porque ha funcionado a modo de escudo.
¿Qué ocurrió realmente? Van&Ty Freak está en condiciones de desvelar el misterio casi catorce años después. Las hipótesis son infinitas. Que si los motoristas eran realmente espías del M16 británico. Que si su homónimo galo, el DTS, también estaba implicado. Que si el chófer iba más cocido que Amy Winehouse en un concierto. Que si el guardaespaldas pertenecía al M15. Que si Jose María Aznar estuvo en EuroDisney cinco años antes del real óbito (la obsesión que tienen María Antonia Iglesias y Enric Sopena con este hombre). Que si Diana estaba embarazada, y la Corona inglesa no podía permitir que el futuro rey tuviera un hermanastro de piel retinta. Que si desde un misterioso Fiat Uno blanco se proyectó luz con un potente foco para deslumbrar al conductor. Que si Dodi llevaba su muñeco fuera de los pantalones en el momento del accidente, y la visión de esa tremenda colgandera perturbó el quehacer profesional del chófer, acostumbrado como estaba al paupérrimo tamaño medio del miembro viril francés. Especulaciones y habladurías. Esto es lo que Tyson Ado vivió en primera persona y me confesó tras volver de aquel infierno: “Jefe, el rugío del motor me despertó. No estaba incómodo, porque el maletero era mu grande, pero me daba mal rollo la oscuridad. Miré la hora en el móvil. Hacía rasca, como siempre en París. Ibamos a toda leche, y delante empezó una bronca mu chunga. Es sabido que los moros tienen como norma de educación, tirarse regüeldos después de comer”. Pues bien amigos, parece que el señor Al Fayed, como buen nuevo rico, no se conformó con un eructo protocolario y aislado, sino que iba interpretando La Marsellesa a golpe de gas gástrico, y proclamó que la iba a grabar como politono. El conductor le reprochó su actitud y se enzarzaron en una feroz confrontación dialéctica, que degeneró en un conato de agresión física por parte de Dodi. Instintivamente, el galo intentó repelerla, momento en el que perdió el control del coche, y se produjo el fatal accidente. Esta es la verdad de los hechos. La causa real y probada del luctuoso acontecimiento fue una salva acompasada de erigmofonías. Ver para creer.
¿Pero qué pasaba esa noche en España? Hispania vivía ajena a todo, como siempre. Mis futuros cuñados, María y Alejandro, a los que todavía tardaría años en conocer, estaban felices y nerviosos, puesto que se casaban al día siguiente. Por primera vez en muchos meses, TVE no había repuesto Verano Azul. Aunque parezca mentira, Cayetano Rivera era todavía virgen. Luego se picó con su hermano Fran, cogió carrerilla, y el resto es historia y un fusil lleno de muescas. El madridismo aun no tenía noticia de ese ser superior llamado Florenpocotino Pérez. A Valdano le habían regalado un poemario infantil, que comenzó a leer en aquellas calurosas noches, no sin pocas dificultades. Nadie pensaba entonces que le sacaría tanto partido. Él tampoco. Guardiola aún era mortal, y seguía preparándose para llegar algún día a ser tuerto en el país de los ciegos, mientras ensayaba esa oratoria de profesor suplente de autoescuela, que tanto gusta a sus fieles. En el Atleti, don Jesús continuaba con la limpieza étnica de entrenadores. Algo parecido había hecho ya en su feudo marbellí: Desinfectó la ciudad de putas y drogadictos, para que el lenocinio de lujo y el consumo regulado de sustancias psicotrópicas, discurriera con normalidad democrática. Días atrás, Anne Igarteaburro, la de “Hola, corazones”, había anunciado su ruptura sentimental con “elhombredemivida” número 1547. Modestia aparte se había disuelto como grupo pop, cual soluto en agua. Sus componentes perecieron en el olvido. Descansen en paz, y sobre todo la paz que dejaron al marchar. ¡Qué tiempo tan feliz! Tetelu Fields, la del perenne escote balconette, empezaba a tontear con la menopausia. Sólo le quedaba una asignatura para terminar la carrera (igual que ahora). Saltaba de programa en programa, mientras seguía proclamando a los cuatro vientos, que ser hija de la Campos le había cerrado puertas. Claro, Tetelu, claro. Pobrecita, con el talento que tu tienes, y esa gracia y esa grasa que rebosas por tus poros abiertos.
04:00 horas.
Tras ser trasladada al Hospital Pitie-Salpetrière, Lady Di es sometida a una delicada y larga operación. El equipo quirúrgico lucha denodadamente por salvar su vida, pero los intentos son infructuosos. El corazón la de la Princesa del Pueblo deja de latir. La Rosa de Inglaterra, como le cantó emocionado, su amigo del alma Elton John, en el funeral en Westminster, comenzó a marchitarse, y se secó para siempre.
Diana ha muerto, viva Belén, proclamaron los editores de prensa rosa. Pero esa es otra historia, que continúa escribiéndose en nuestros días. Si quereis conocer su final, tendreis que estar atentos a …Van&Ty Freak.