sábado, 8 de marzo de 2014

Un camarero se limita a ejercer de camarero.


Al entrar en cualquier negocio de hostelería de la geografía española, nos encontramos con una figura imprescindible: El camarero. Se trata de un ser vivo, generalmente homínido, cuyo objetivo en la vida es tocarnos los cojones, y en sus ratos libres, traer a nuestra mesa algo remotamente parecido a lo que le hemos pedido.
 
Hay tantos tipos de camareros que resulta muy difícil sistematizarlos en orden, especie y subespecie, pero todos ellos comparten algún denominador común. Por ejemplo, es universalmente conocida su predisposición a consumir bebidas espirituosas sin medida y a cualquier hora del día. Pero que nadie piense mal, por favor. El camarero común no es un alcohólico impenitente, sino un profesional que vela por la salud de sus clientes. Prueba el género una y mil veces, hasta el punto de acabar con las existencias, y verse obligado a dispensar garrafón. Prefiere desarrollar cirrosis en carne propia antes que servir productos en mal estado. Digámoslo alto y claro pese a quien pese: El hostelero es un héroe anónimo. Veamos los rasgos característicos de algunos ejemplares autóctonos de la piel de toro:
 
 
Foto tomada de www.estoyradiante.com
 
 
Camarero siervo. Es un ser vivo autóctono de los restaurantes de lujo, donde habita desde tiempo inmemorial. Su rasgo distintivo respecto a otras subespecies de su entorno es el sonido que emite de forma incesante cuando acecha a una presa: “Los señores”. Estas dos palabras son repetidas a modo de mantra, combinadas con otros vocablos para formar frases del tipo: “¿Está todo del gusto de los señores?, ¿Deseaban algo más los señores?, ¿Molesta el aire acondicionado a los señores?” Ejemplo real: Mauro. Zalacaín. Calle Álvarez de Baena. Madrid.
 
Camarero diminutivo. Es el mindundi de su género. Generalmente de aspecto tosco, frecuenta el humor cuartelero, y acaba todas las frases con un comentario supuestamente gracioso y a menudo fuera de tono. Se adorna con diminutivos de forma y manera constante: “¿Cuántas cervecitas van a ser?”, “Hoy tenemos un pescaíto buenísimo”, “¿Les traigo ya el arrocito con las gambitas, o toman antes unas croquetitas y una patatitas bravas?”. Ejemplo real: Jesús. Hotel Alcázar. Calle Diego de León. Madrid.
 
Camarero tuteador. Cuando un naturalista lo encontró en un recóndito lugar, y lo trajo a la civilización, el camarerus tuteadoris no sabía relacionarse con los humanos. Ahora tampoco. Algún gurú de recursos humanos, le enseñó que era importante mostrarse cercano al cliente, porque eso beneficiaba al negocio. Desde entonces, se aplica el cuento en cada caña de ceveza que tira y en cada tiramisú que sirve, pero a menudo se pasa de frenada. Porque entre un “Nos complace sobremanera recibirlo de nuevo, don Federico”, y un “¿Qué pasa Fede, el mismo pelotazo de siempre, no?”, hay más distancia que entre el programa electoral del Partido Popular y lo que está haciendo desde que está en el Gobierno. Ejemplo real: Ramón. Restaurante Pedro Larumbe. Calle Serrano. Madrid.
 
Camarero altivo. Su hábitat natural son los establecimientos de medio pelo. Te mira, te habla, y te trata como si fueras una bosta seca de vaca tuberculosa. Considera que no tienes el nivel suficiente para “su” negocio. No es el dueño, pero se reserva el derecho de admisión. Con su sueldo no podría pagarse ni el menú del día de un bar de carretera, pero considera que no eres digno de ser servido por él, y actúa en consecuencia. Se permite recomendarte un determinado plato, tan exquisito como caro, pero siempre después de que hayas pedido, como diciendo: “No tienes ni idea eligiendo, paleto”. Ejemplo real: Fernando. Restaurante La Taberna del Puerto. Calle Diego de León. Madrid.
 
Camarero chuzo. Habita en cualquier continente, con independencia de la estación del año. No es que ese día haga calor y haya bebido más de la cuenta de forma accidental. Lleva tanto alcohol en sangre, que si le acercas un mechero, empieza a arder como un pebetero olímpico. Con él has de ser precavido. Si el primer día te mancha al derramar la bullabesa sobre tus pantalones es culpa suya, pero si la escena se repite al día siguiente, es culpa tuya por no sentarte a la mesa con traje de neopreno y escafandra. Ejemplo real: Francisco. Asador Donostiarra. Calle Infanta Mercedes. Madrid.
 
Camarero propinero. Se trata de un espécimen pancultural. El primer día que te adentras en su ecosistema te trata de maravilla. Atento, simpático y rápido de reflejos. Pero el momento de la verdad con el camarerus propinatus llega a la hora de abonar la cuenta. Aquel que ose limitarse a pagar religiosamente lo que debe, sin dejar una respetable propina, puede darse por cliente muerto. Que no pierda el tiempo. Es mejor no volver a pisar ese local, sopena de ser ninguneado e ignorado. Ejemplo real: Ángel. El Jardín de la Leyenda. Las Rozas de Madrid.
 
 
Foto tomada de www.vuelosagalicia.es
 
 
Camarero becario. Se caracteriza por una ausencia absoluta de los rudimentos básicos de su profesión. No suele conocer los productos que ofrece. Lees en la carta: “Croca al punto sobre lecho de boletus. ¿Qué clase de carne es la croca, por favor?”, “Crocaaa, crocaaa, pues la croca es lo que viene siendo… carne de croca”. En general, no sabe lo que tiene, pero si sabe positivamente que no dispone de algo, te lo ofrece igual: “¿Qué helados hay de postre?”, “Pues… Chocolate, leche merengada, vainilla, turrón, limón, fresa y nata”, “Traígame uno de chocolate, por favor”, “No me queda”, “Entonces uno de vainilla”, “Tampoco me queda”, “Pues uno de fresa”, “No, de ese tampoco”, “¿Queda alguno?”, “Leche merengada”. Ejemplo real: Antón. Hotel Gran Talaso. Sanxenxo. Pontevedra.
 
Por todo esto y mucho más, a veces puedes llevarte sorpresas. Viajas a Burgos un fin de semana con tu mujer y tus hijos. Ya sabíais que es una de las ciudades más bonitas de España. Pero los niños no la conocen, y con treinta y cuarenta años respectivamente, van teniendo edad de empezar a hacer turismo cultural. Es la hora de comer. Posiblemente, el mejor restaurante es Ojeda, y el mejor asado es el que se puede degustar en Los Trillos. ¡Lástima! Al ser los niños todavía pequeños, no tenéis más remedio que ir a una pizzería o a una hamburguesería. Llegáis a la majestuosa Plaza de la Catedral. Contemplando absortos esta maravilla, os dáis cuenta de las cosas tan fantásticas que podemos hacer los españoles cuando trabajamos juntos.
 
 
 
 
Tu hija pequeña, la de treinta años, te tira de la chaqueta mientras dice con desgana: “Daddy, I'm hungry. How far to the Burger King?”. Te teletransportas de nuevo a la actualidad desde la Edad Media, y piensas: “Hay que joderse con la niña. Estamos en la cuna de Castilla, tierra de cordero lechal, queso de oveja, morcilla de arroz, y vino Ribera de Duero, y esta criatura, que es carne de mi carne, quiere una hamburguesa de vaya usted a saber qué”.
 
Lo pregunta en inglés porque es su primera lengua, y porque apenas sabe español. Su madre y tú os empeñásteis en hablar con ella en inglés desde pequeña, “Es muy importante que sea bilingüe”, y ahora resulta que es unilingüe. Va vestida con deportivas, vaqueros gastados y rotos, camiseta con la leyenda UCLA University, gafas de sol retro y gorra de los New York Nicks. Masca chicle compulsivamente y mientras camina va viendo en el iPad la última temporada de Prison Break (en inglés, por supuesto). Tú miras a Macarena del Carmen, y te das cuenta de que podía ser perfectamente Jessica Kate, y de que estamos colonizados política, económica y culturalmente por los Estados Unidos de América.
 
 
Foto tomada de www.viajes.es
 
 
Asumido esto, seguís recorriendo el casco histórico. Google maps dice que estáis muy cerca del Foster´s, pero la realidad es otra. Pasáis bajo el imponente Arco de Santa María, una de las antiguas entradas al burgo, que luce impoluto tras su restauración. Recorréis el Paseo del Espolón, epicentro de la vida social, donde el todo Burgos se deja ver a la hora del aperitivo. A vuestra derecha queda el río Arlanzón, de aguas gélidas incluso durante el período estival. Un año echaron al cauce una pareja de pingüinos para ver si procreaban, y se murieron de frío.
 
La estatua ecuestre de Don Rodrigo Díaz de Vivar marca la frontera entre el Espolón y su continuación natural, la exclusiva calle Vitoria, feudo natural de la burguesía de la ciudad. El Cid, jubilado de guerrear contra el moro, ahora se dedica a contemplar el devenir vital de lugareños y turistas. Os mira desde su pedestal, espada en ristre, como queriendo decir: “Estáis más perdidos que Belén Esteban en el Círculo de Bellas Artes. Seguid la dirección que marca mi acero y comeréis como Dios manda”.
 
 
Foto tomada de www.hemofilia.com
 
 
Se os cae una lágrima cuando pasáis por la puerta del mencionado Ojeda, mientras el maldito Foster’s sigue sin avistarse. En la confluencia con la calle San Lesmes, al mirar a la izquierda puede adivinarse la preciosa iglesia del mismo nombre. Propones visitarla, y como respuesta encuentras la negativa encendida del resto de la unidad familiar. Es entonces cuando tu pueril vástago de cuarenta añazos grita: ¡Richisssss! como si de tierra firme se tratara cuando navegas en un barco a la deriva. Richis se anuncia en la puerta como La Casa de las costillas, especialidad en hamburguesas y comida tex mex. Tu mujer y tú, sabedores de que puede que sea la última oportunidad de comer caliente, accedéis a entrar, no sin cierta precaución.
 
Ahí empieza la grata sorpresa a la que antes nos referíamos. Qué bien hicimos en seguir la espada del Cid Campeador. Se trataba de un local decorado al estilo de las tabernas tradicionales irlandesas. Sin tiempo para reaccionar, apareció Ricardo, origen del nombre en Spanglish de su local. Era una montaña humana de mirada clara y sonrisa franca: “Sentaos donde queráis chicos. Si queréis algo que no esté en la carta, me lo decís, y veré que podemos hacer”.
 
Lo que vino después fue una de las mejores hamburguesas que he comido en mi vida. Carne de vacuno tan fresca que casi mugía, tomate madurado en la huerta, queso de cabra, y patatas fritas de patata de verdad. Todo ello regado con Coca Cola de botellín bien fría y con una rodaja de limón recién partida. De postre, tres bolas de helado del tamaño de pelotas de fútbolsala. “Si queréis repetir de algo, estáis a tiempo. La cocina todavía está abierta”. Ni una palabra de más ni una de menos. Amable, cortés, un verdadero señor, y un auténtico profesional.
 
 
Foto tomada de www.restalo.es
 
 
Por costumbre, jamás dejo propina en un local, pero aquel día lo hice muy a gusto. Este tipo de gente se merece un monumento tan grande como el de El Cid. Ellos son los que hacen país. Crean pequeñas empresas con las que dan trabajo a unas cuantas familias. No llevan traje y corbata, no veranean en Sotogrande, ni juegan al golf en el Club Puerta de Hierro. Sus bodas no salen en el Hola, y no frecuentan las fiestas de sociedad. Me da igual. Yo salí de Richis con ganas de gritar: ¡Vivan todos los Ricardos de España y la madre que los parió!” VanityFreakNews.

 

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