sábado, 29 de marzo de 2014

Una boda civil acaba en criminal: Parte III.


El día de autos amaneció cubierto por oscuros nubarrones que anunciaban tormenta. No podía ser, no era posible que lloviera en la boda de Gema Nolillas. Como integrantes de una sociedad culturalmente avanzada, los familiares de Gema habían cumplido fielmente con todas las tradiciones ancestrales conocidas. Casi todo vale con tal de conseguir condiciones climatológicas favorables durante la celebración de un bodorrio.
 
 
 

         Clavaron una cruz de cal en el jardín de la casa, enterraron un cuchillo en una maceta, e hicieron cortes en el aire con unas tijeras, como si estuvieran recortando las nubes. Por último, ejecutaron otro ritual, también de sólida base científica: Cogieron una cacerola grande, metieron en ella todos los DVD de Penélope Cruz que había en el vecindario, y los llevaron a punto de cocción. Era factible que de todos modos lloviera, pero al menos los Nolillas habrían realizado una tarea de servicio público, limpiando la faz de la Tierra de la filmografía de esa cruz de actriz.

Y por supuesto, no podemos olvidarnos de la tradición más popular. La madre llevó huevos a las monjas clarisas. Siempre un número de docenas mayor de tres e impar. El problema fue que la buena señora buscó el protocolo en un foro de internet. Un gracioso, harto de que las monjitas tuvieran todo el año huevos por la patilla, había colgado que para que el ritual fuera efectivo, los huevos debían ser de los invitados. La madre de Gema de luces andaba en penumbra. Así que ni corta ni perezosa, emasculó a once docenas de varones: “Mejor que sobre que no que falte, y así le aseguro a la niña un día de sol espléndido”. Llover no llovería, pero aquella boda iba a parecer una convención de castrati.
 
 
 

 Menos mal que en cualquier casamiento, las asistentes añosas dominan el acervo popular y tienen un recurso para cada situación. Así las cosas, encontramos a la invitada negociadora, dispuesta a llegar a un pacto climatológico: “Que llueva antes o después lo que quiera, pero que respete la entrada y la salida de la iglesia”. La listilla: “Si van a ser dos gotas. Míralo. Por el oeste ya está abriendo”. La corresponsal de TVE en el evento: “Lástima que haya deslucido un poco cuando la niña se ha tenido que subir a la barca y remar calle abajo, pero por lo menos no ha habido que lamentar vidas humanas”. La tía solterona: “Una boda pasada por agua conlleva un torrente de lágrimas durante el matrimonio”. La optimista patológica: “No te preocupes bonita, que la lluvia es bendición, y en el casamiento trae felicidad y fortuna”. Y no puede faltar la invitada salidilla, amante del refranero más verderón: “Novia mojada, novia afortunada”.

Gema encendió su Samsung Galaxy VI Pronokal Atomic-resist de 25 pulgadas, de última degeneración. Mientras el teléfono le preparaba chocolate con porras, buscó el tiempo. Los meteorólogos pronosticaban gota fría con una probabilidad del ciento quince por ciento en Madrid capital y provincia. Al leer la predicción sonrió y se tranquilizó por completo: El pronóstico fallaba siempre. El cielo estaría totalmente despejado y luciría un sol radiante. Así fue.
 
 
 

Gema y Juanma (Gema) habían (había) elegido para casarse un lugar emblemático para ellos (ella). La boda se celebraría en el parking al aire libre del Ikea del centro comercial Plaza Norte 2 de Madrid. Allí, la Luna es testigo de cómo cada noche las parejas se entregan furtivamente a los pecados de la carne. En el maletero de su Mini Cooper rojo, Gema y Juanma lo habían hecho como conejos, no por la frecuencia e intensidad de los encuentros amatorios, sino por lo reducido del habitáculo.

Los invitados fueron llegando, y algunos aprovecharon la cercanía al Leroy Merlin, al Darty, o al propio Ikea, para realizar alguna compra de última hora. Gema y Juanma llegaron por separado. Como manda la neotradición, habían pasado la última noche de solteros en sus respectivas casas familiares, pese a llevar ya cinco años viviendo juntos. Todo por la superstición de que trae mala suerte que el novio vea el traje de la novia antes de la boda. Peor fortuna trae ver a la suegra después de la boda todos los putos días del resto de tu vida, y a ninguna mente lúcida se le ha ocurrido inventarse una tradición para evitarlo (Dicho queda, queridos lectores).

Habían contratado invitados falsos para dar más lustre al acto. Perfectamente vestidos y peinados, los actores se movían con profesionalidad entre los distintos grupos, saludándose como si se conocieran de antes, y hablando de temas intrascendentes como el principio de incertidumbre de Heisenberg, o la influencia de la masonería en la política española del siglo XIX.
 
 
Tomada de www.telva.com
 

Desde chiquitita, Gema tenía la ilusión de que su boda saliera en la revista Telva, en la sección “Bodas con Estilo”. La única forma de conseguir  su objetivo era tener invitados de pega, que quedaran fenomenal en las fotos. Cuando se fijó en los invitados reales, se dio cuenta de que si estos salían en el reportaje gráfico, la había cagado. Ellos: Gichos con trajes de color beige o blanco roto, zapatos marrón mierda con punta estrecha y corbata a medio anudar con el botón de arriba de la camisa desabrochado. Pelo muy corto cortado a cepillo y engominado, y gafas de sol grandes con cristal de espejo. Ellas: Chonis vestidas para una entrevista de trabajo en un burdel de carretera. No daremos más datos, porque el avispado lector sabe perfectamente a qué nos estamos refiriendo. Aunque le cueste reconocerlo, es consciente de que ha asistido más de una vez en su vida, a un espectáculo de estas características.

La novia se acercó al fotógrafo, y le exigió la entrega de la tarjeta de memoria de la cámara, explicándole a quiénes fotografiar y a quiénes no, a partir de ese momento. El reportaje en Telva no estaba del todo perdido. Eso pensaba ella hasta que localizó con la mirada a Juanma. “Se jodió el invento, ya no salimos ni en el ¡Qué me dices!”, exclamó con resignación. Habían (había) decidido que Juanma llevaría un chaqué clásico, con chaleco oscuro y corbata gris. Alquilado, por supuesto. Primero, porque se habían gastado todo el presupuesto en el Yoryo Hermani de ella. Segundo: “En el novio no se fija nadie”. Y tercero porque: “A nosotras nos hace mucha ilusión conservar el traje al menos hasta el primer divorcio, y a ellos, como hombres que son, les da igual”.
 
 
Tomada de Facebook
 

El paciente lector que desee saber si al final Gema y Juanma salieron en Telva o en el ¡Qué me dices!, tendrá que visitar la semana próxima Vanity Freak News, el blog que una persona normal nunca leería. VanityFreakNews.

No hay comentarios:

Publicar un comentario