sábado, 7 de diciembre de 2013

“Médico de Familia”, elegida mejor serie de ficción de la historia.


Ni CSI, ni Los Soprano, ni Expediente X, ni Perdidos. La española “Médico de Familia” se ha coronado como mejor serie de ficción de la historia en el Chilindron Chicken Festival de Los Ángeles … de San Rafael, en Segovia.

De unos años a este parte, España está tan americanizada, que no es extraño que una serie hispánica hecha según los estándares yanquis, consiga este reconocimiento. Hay quien dice con ironía que somos el estado cincuenta y uno de la Unión, y posiblemente no le falta razón. Por ejemplo, muchos españoles no entienden a Rajoy. Bueno, a don Mariano no lo comprende nadie. Pero no nos referimos a sus decisiones, sino a cuando habla en castellano.
 
 
Tomada de www.cineol.net
 

Algunos teóricos defienden que su voz es así porque es un comedor de sopas compulsivo. Otros afirman con vehemencia que es porque tiene una medusa pontevedresa en la boca. Todos se equivocan. Rajoy se comunica en inglés, en la lengua del imperio, por eso no se le entiende una mierda. Y lo mismo ocurre con Poli Díaz, Dani Güiza, y Paquirrín. No son analfabetos funcionales, sino anglófilos que hablan en inglés americano. Lo de Leticia Sabater es diferente. Ella es de Marte del Norte, y constituye la prueba irrefutable de que los cirujanos plásticos marcianos operan como el culo, y de que en su planeta hay vida, pero no inteligente.

Pese a quien pese, “Médico de Familia” era una serie extranjera. Si observamos con atención, nos damos cuenta que hasta el mismo apellido de la familia protagonista, Martín, era sajón. Martin (con acento en la a), proviene del Condado inglés de Essex, al este de Londres, lugar donde se fabrican los coches de lujo Aston Martin. Los Martin yanquis son descendientes de los puritanos europeos que llegaron a América en el Mayflower.
 
 
Tomada de www.history.com
 

Los Martin (a partir de ahora y para ser rigurosos, acentúese siempre en la a) son una familia típicamente americana, que viven en una casa típicamente americana. En España no existen esos chalets adosados, con una pequeña parcela de césped perfectamente cuidado, delante de la puerta de entrada. Las familias españolas viven hacinadas en casas minúsculas donde los quince niños comparten habitación con la abuela, el perro, y el ordenador.

En una esquina de la mesa de la cocina de los Martin, cabrían las viviendas de tres familias españolas de clase media. Esas cocinas no existen, y los americanos las ponen en las películas por joder. Lo único que quieren es darnos en los morros, y decir: “No estamos gordos por casualidad, nos pasamos la vida comiendo”. Es cierto, todos recordamos a la Juani, burda traducción del inglés Lahuanee, aquella india sioux con acento andaluz (para disimular). Lahuanee era la doméstica de los Martin, aunque estaba en estado salvaje. No hablaba, gritaba. No se movía, se agitaba. Inolvidables aquellas pinzas florales para recogerse el moño, que parecía que llevaba el parque Yellowstone en el cogote. Lahuanee se pasaba el día cocinando para la tribu, porque como en América, los Martin comían no a sus horas, sino cuando se les ponía en el Gran Cañón.
 
 
Tomada de hzrtv.blogspot.com
 

La casa de los Martin parecía EuroDisney, bueno, más bien Disney World Orlando, que por algo en “Médico de Familia”, siempre era verano y nunca llovía. Por allí pasaba todo bicho viviente. Un fijo era Poli (pésima transcripción fonética del original, Paul E.), el eterno noviete de Lahuanee. Paul E. era un cherokee de Atapuerca, que se escapaba de su empresa todos los días varias veces, para visitar a su chica en su centro de trabajo y en horario laboral. ¡Con dos cojones! Esto es lo que en América del Norte se conoce como conciliación familiar, y entre nosotros se llama polvete entre horas, una costumbre españolísima.

Y es que en España ya no se respeta nada, ni siquiera a la cuarta  edad. En “Médico de Familia”, el abuelo Manolo, del inglés Man Olo (homenaje velado al Han Solo de Star Wars) era el gran patriarca, el referente familiar, la voz cualificada. Su opinión siempre era escuchada y tenida en cuenta. Cuando él pronunciaba su grito de guerra: “Pero Cheeechuuu …”, tras una trastada del cabroncete de su nieto, la audiencia entera se ponía en pie, y guardaba silencio. Ya hemos dicho que en esta serie siempre era verano, pero al abuelo Manolo le gustaba ir abrigadito: “Porque lo que quita el frío quita el calor”, y no se despojaba de la chaqueta Teba de color verde ni para la ducha semanal.
 
 
Tomada de delcuplealarevista.blogspot.com
 

Todo esto pasaba porque era una producción americana. Si hubiera sido una española, el abuelo Manolo llevaría la sempiterna chaqueta verde sólo en invierno, viviría recluido en una residencia pública de ancianos, y se fundiría la pensión en putillas y en la máquina tragaperras del bar de al lado.

Por no hablar de los niños, María, Chechu, Anita, y Alberto. Guapos, educados, bien vestidos y peinados, buenas personas y mejores hijos. Americanos de pura cepa, no como en una ficción española, donde los churumbeles hubieran sido una panda de desharrapados disfrazados de Neymar, feos como un tuto, emporretados y malos estudiantes.

El centro de salud donde trabajaba el doctor Martin también era un exponente de cómo se hacen las cosas en los Estados Hundidos de América. Allí el que cortaba el bacalao no era el coordinador médico, sino el celador, un listillo encorbatado (hay que joderse) que respondía al nombre de Marcial. Todo era camaradería en el universo Ballesol. No eran compañeros, eran amigos. Real como la vida misma. Pero para real la protesta formal que emitió el Colegio de Enfermería de España, en referencia al personaje de la Gertru, la enfermera coleguilla del centro de salud, cuya bata minifaldera sin blusa debajo, parecía más propia de una stripper  de despedida de soltero, que de una profesional sanitaria.
 
 
Tomada de www.cineol.net
 

Algunos estudiosos de la televisión, dicen que el gran éxito de la serie no fue gustar a todo el mundo, sino no desagradar a nadie. Nosotros creemos que la verdadera causa radicó en una argucia dramática, que por supuesto, inventaron en su día los yanquis. Es lo que ellos llaman “tensión sexual no resuelta”, porque como son americanos, son más cultos y lo dicen todo más bonito. Los europeos somos más de andar por casa, y lo conocemos como “calentón al ralentí”. La “tensión sexual no resuelta”, como su nombre indica, no puede tener final, porque entonces se pierde la gracia. Es un sí, pero no. Un hoy no, quizá mañana. Un piquito ahora y luego ya veremos. Es un bueno vale, pero sólo la puntita. En España esto no pasa, los personajes follan todos con todos antes de que acabe el primer capítulo, y problema solucionado.

Pobre doctor Martin, viudo antes de comenzar la serie, y sin poder beneficiarse a la hermana de su finada esposa, por culpa de los guionistas americanos. Para colmo, le habían buscado una cuñadita cañón. Alicia, interpretada (es un decir) por la no actriz Lydia Bosch, sufrió una metamorfosis física (la intelectual era un caso perdido) a medida que avanzaba la serie.

Su piel se fue oscureciendo progresivamente por culpa de la sobrexposición solar y de un fototipo VI, más propio de una masai que de una hembra española de pura raza caucásica. Y su talla de sujetador fue aumentando exponencialmente. Mediada la segunda temporada ya había llegado a unos muy americanos 120 centímetros, que hubieran permitido a la Bosch hacer un personaje episódico en “Los vigilantes de la playa”, aquella inolvidable serie donde hasta David Hasselhoff se puso pecho, y las socorristas emergían del agua con el pelo seco perfectamente enlacado, y el maquillaje intacto.

Con ese volumen pectoral acorde a los estándares de Silicon Valley, no podemos decir que el personaje de Alicia estuviera plana, pero en una serie española no habría dado la talla. Esto es España, y aquí empezamos a hablar de teta a partir de 140 centímetros como mínimo. Somos un país rural, y como tal, los machos hispanos estamos acostumbrados a vivir con el ganado desde la más tierna infancia. Por eso nos gusta que las mujeres tengan muchas domingas, por lo menos una ubre y cuatro tetillas, como las vacas. Dos, por grandes que sean, son una miseria.

El doctor Martin, pasó capítulo tras capítulo dándose duchas frías, y metiéndose bolsas llenas de cubitos de hielo en los calzoncillos. Éste sí que padeció en carne propia los efectos de ese invento extranjero llamado calentamiento global, y del viejo aserto latino: “Semen retentibus, venenum est”. Menos mal que ya al final, los guionistas americanos se apiadaron de la criatura y en un ataque de cordura, le permitieron contraer matrimonio con Alicia. Por fin se pudieron abrir las compuertas del pantano, que amenazaba con reventar. La tensión sexual se resolvió por una vez a la española. El primer salto de agua desembalsada dejó preñada a la flamante esposa en el acto, nunca mejor dicho. Nueve meses después nació no un niño sino dos, demostrando que los hombres españoles somos tan machos en la realidad como en la ficción, siempre y cuando el guión sea bueno.
 
 
Tomada de www.verema.com
 
 
Y es que donde esté un marrano correteando por los campos extremeños mientras come bellotas, para engordar esas benditas patas que luego se convertirán en sagrados jamones, que se quite el “In God we trust”. No decimos nosotros que como lema oficial de los EEUU no quede bonito, pero al lado del español no tiene nada que hacer: “El cerdo tiene bonitos hasta los andares”. VanityFreakNews.
 
 

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